“Don Adolfo Petit deja un vacío palpable en el Cabildo, en el presbiterio sevillano y en tantos corazones que tuvieron la dicha de conocerle y ser acompañados por él. Sin embargo, nuestra fe, que se alimenta de la Palabra de Dios, nos ilumina en este momento de dolor, y nos confirma en la certeza de la vida eterna en la resurrección de Cristo”. De esta forma ha comenzado el arzobispo de Sevilla, monseñor José Ángel Saiz Meneses, su homilía en la misa exequial del canónigo Adolfo Petit, fallecido el pasado 4 de mayo en Sevilla, que ha tenido lugar en el Altar Mayor de la catedral de Sevilla la mañana siguiente.
El arzobispo ha recordado que don Adolfo “vivió unido íntimamente a Cristo por su bautismo, participando de su muerte y resurrección. Su vida sacerdotal fue un testimonio vivo de esta unión, un camino de seguimiento fiel a las huellas del Maestro. Hoy, al despedir sus restos mortales, reafirmamos nuestra fe en que esa unión con Cristo en la muerte es la puerta a una vida plena y gloriosa junto a Él en el Reino de los cielos”.
“Al hacer memoria de la vida de don Adolfo, reconocemos en él la vivencia de las bienaventuranzas. Su profunda vida interior era un manantial de paz y fortaleza, que irradiaba a quienes le rodeaban. Su notable formación teológica le permitió profundizar en los misterios de la fe y transmitirla con claridad y rigor. Pero no era solo un hombre de sólida formación, sino también un hombre de gran corazón. Su alegría y buen humor eran contagiosos, un bálsamo para las tribulaciones de la vida. Su sonrisa -ha añadido monseñor Saiz Meneses- era un reflejo de la alegría del Evangelio que habitaba en su alma, una invitación constante a la esperanza”.
El arzobispo ha destacado algunas facetas de la personalidad del sacerdote que, entre otras responsabilidades, fue capellán real, coadjutor de San Bernardo, abad de la Universidad de Curas, confesor de las cistercienses del Monasterio de San Clemente, consiliario diocesano de la Adoración Nocturna y asistente de un equipo de matrimonios del Movimiento Familiar Cristiano. “Su espíritu de servicio hacia los hermanos era ejemplar. Hizo de la actitud y de la práctica del servicio uno de sus fundamentos. Siempre dispuesto a ofrecer su ayuda, su consejo y su apoyo fraterno, construyendo la comunión y la unidad en el presbiterio”, ha añadido. A continuación, el arzobispo ha afirmado que “muchos de nosotros podemos dar testimonio de su generosidad y su disponibilidad incondicional”, y ha destacado su faceta como director espiritual: “fue un guía sabio y prudente”, de “oído atento y corazón comprensivo”. “Su consejo lúcido y su paciencia amorosa fueron un don inestimable para quienes tuvieron la gracia de ser dirigidos por él”. Además, “su deseo de transmitir la fe de manera clara y accesible dejó una huella imborrable en la vida de muchos jóvenes y familias”.
De su vinculación con la Catedral, el arzobispo ha recordado lo que don Adolfo declaró tras ser nombrado capellán real –“para mí personalmente es un sueño que se ha hecho realidad el poder estar cerca de la Virgen de los Reyes, y dedicado a su culto”- y ha resumido su ministerio sacerdotal afirmando que “fue un sacerdote según el corazón de Dios, un hombre de fe profunda, de inteligencia brillante, de corazón bondadoso y de espíritu alegre”. “Su ejemplo -ha concluido- nos interpela y nos invita a vivir nuestra propia vocación cristiana con la misma entrega y generosidad”.
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