Queridos diocesanos,
La Iglesia universal y la nuestra del Santo Reino llora la muerte del Papa Francisco. El Santo Padre ha partido hacia la casa del Padre y su fallecimiento lo vivimos desde el dolor, pero también, en este Lunes de Pascua, desde la esperanza en Jesucristo, quien, con su muerte y su resurrección, nos da la confianza de que ya goza de la presencia de Dios.
El pontificado del Papa Francisco ha sido un regalo para la Iglesia católica y para el mundo. El ministerio papal de Bergoglio ha sembrado, a lo largo de estos 12 años, semillas de esperanza para el presente de nuestra Iglesia y sus frutos, también, lo recogerán generaciones venideras.
Su vida sencilla, entregada sin reservas al servicio del Evangelio, ha sido un testimonio luminoso de humildad, misericordia y amor por los más necesitados, a los que ha colocado, desde el inicio de su pontificado, en el centro de la vida y de la acción de la Iglesia. Su vida y su muerte han sido un testimonio edificante y de ellas debemos de aprender que no estamos creados para nosotros mismos, sino para una entrega que nos ponga siempre al servicio de Dios y del mundo.
En estos años, de la mano de este Papa que vino “del fin del mundo”, hemos aprendido a vivir en la alegría del Evangelio; a reconocer nuestro planeta como una casa común, que proteger y cuidar; a redescubrir el valor de la familia y hacerlo superando los sufrimientos, haciendo de los hogares auténticos hospitales de campaña, aspirando siempre al cielo, intentando ser santos de la puerta de al lado… Y todo ello, desde la sinodalidad, desde ese caminar juntos que nos recuerda nuestra filiación con Dios, que nos llega a través de su Hijo, Jesucristo. En estos años, el Santo Padre, impulsado por la acción del Espíritu Santo, ha provocado una revolución desde dentro, ha apostado por el impulso misionero que ha llevado a nuestra Iglesia a ponerse en salida, motivando una serie de cambios y transformaciones que, acercándonos al espíritu de las primeras comunidades, nos plantean el reto de ser cristianos más auténticos y comprometidos con la fe, con la Iglesia y con los hermanos.
En estos momentos de tristeza, pero también de fe y confianza en el amor infinito del Padre, nos unimos en oración a toda la Iglesia universal, dando gracias a Dios por el don de su pontificado y encomendando su alma al Dios de la Misericordia. Que Cristo Resucitado, en quien él puso siempre su confianza, lo reciba en su Reino y le conceda el descanso eterno.
Animo a toda nuestra Diócesis a ofrecer oraciones por su alma, pidiendo, también, al Espíritu Santo que guíe a nuestra Iglesia en este tiempo de espera y esperanza.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, interceda por él y por todos nosotros.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén