
Judas, Pedro, Herodes, Barrabás, el Cireneo, la Verónica, Longinos, el discípulo anónimo de Emaús… El profesor de los centros teológicos diocesanos Santiago Vela analiza la figura de algunos de los personajes secundarios del relato de los Misterios centrales de nuestra fe.
Tras la pasión y muerte de Jesús, dos discípulos regresan a su aldea tristes y decepcionados. Jesús resucitado se pone a caminar junto a ellos en silencio y a la escucha de sus desilusiones, pero ellos no lo reconocen. Después, el anónimo caminante se puso a explicarles las Escrituras y cómo todo eso debía ocurrir. Al atardecer llegan a Emaús y lo invitan a cenar. Es entonces cuando, al “partir el pan”, lo reconocen, pero Jesús desapareció. Y se dijeron: «¿no ardía nuestro corazón cuando durante el camino nos fue explicando las Escrituras?». Resulta llamativo que el evangelista Lucas solo
nombra a un tal Cleofás, ¿y el otro discípulo quién es? Sabiendo que se trata de una catequesis, el otro discípulo lleva nuestro nombre, somos cada uno de nosotros. ¿Y qué nos enseña? Por un lado, nos muestra el estilo evangelizador de Jesús: debemos ponernos a caminar junto al otro en silencio, escuchando su situación. Y, por otro lado, que Jesús, aunque no lo reconozcamos, camina siempre a nuestro lado escuchando nuestras esperanzas y angustias; que Él, aunque no lo veamos, está presente cuando nos reunimos en comunidad a “partir el pan” de la Eucaristía y a escuchar su Palabra hasta que arda nuestro corazón.