
LECTURAS: Isaías 61, 1-9 Cambiaré el luto por el óleo de la alegría y os daré un perfume de fiesta: Salmo 88 Mi fidelidad y mi amor lo acompañarán: Apocalipsis 1, 4b-8 Por su sangre hizo de nosotros un reino de sacerdotes; San Lucas 4, 16-21 Hoy se cumple este pasaje que acabáis de oír
Querida comunidad, hermanos del presbiterio, diáconos permanentes, vida consagrada, queridos seminaristas, servidores del altar de distintas parroquias de la diócesis, sacerdotes que habéis venido de fuera a ayudar a los párrocos durante esta Semana Santa, hermanas y hermanos todos de esta Iglesia del Señor que camina en Almería.
La misericordia de Dios nos concede un año más la oportunidad de sentir y celebrar los vínculos que nos unen a esta nuestra diócesis. Como siempre que celebramos la Eucaristía, Dios establece con cada uno de nosotros un diálogo personal. Dios entra en comunión con cada uno de nosotros, nos habla «al corazón» y renueva, y renovamos, su Alianza.
Todos nosotros, que muchas veces vivimos cómodamente nuestra fe y los sacerdotes, que podemos hacer de nuestro ministerio un “modus vivendi”, sin riesgos notables… tendremos que preguntarnos, esta mañana, qué entraña haber sido redimidos por la sangre de Cristo, como hemos escuchado en el Apocalipsis. La sangre que es vida entregada, se repetirá durante toda esta Semana Santa.
Hace tres años –la primera vez que os presidí esta Misa Crismal- recordaba, que podemos repetir hermosas frases teológicas que nos pierdan en envolturas exteriores o que nos hagan creer, que, por apacentar el rebaño, tenemos un cierto dominio sobre él. Olvidando que somos siervos inútiles, y que todo se nos ha dado por gracia, ¡por la sangre del cordero! para que entreguemos la vida y no nos sirvamos, como los criminales operarios de la viña, para nuestro provecho. A veces la gente se queja de nuestra intransigencia y que nos creemos los dueños de nuestros templos y comunidades, cuando solo somos administradores (y a los administradores del evangelio se les exige trabajo, prudencia, justicia y caridad, mucha caridad. ¡Cuántas veces hemos reflexionado sobre la caridad pastoral! Nuestra ganancia está sólo en ser otros Cristo. Porque ser ungidos (como Cristo, no como los poderosos de este mundo) significa asumir un servicio para los demás y este servicio de donación nos expropia de nosotros mismos y nos pone de por vida a la disposición del otro, especialmente de aquel que más necesidad tiene: espiritual, corporal, del tipo que sea. Haced esto en memoria mía engloba el lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía (cuerpo y sangre entregados) y el mandamiento del amor.
Queridos bautizados, queridos sacerdotes y diáconos, cada Misa Crismal, pedimos por todos los que van a servirse durante todo este año de estos Santos Óleos y de este Santo Crisma y cada Misa Crismal renovamos nuestra unción. Por su sangre –otra vez su sangre, que es la vida– hizo de nosotros un reino de sacerdotes. Pero cuidado, los primeros versículos del Apocalipsis en la presentación lo dice de la comunidad, de todos los bautizados. Nuestra misión es que la comunidad nunca olvide que por la entrega de Cristo TODOS somos ese reino de sacerdotes. Son palabras mayores.
Pero no decaigamos, el Señor nos ayudará, porque –como hemos proclamado en el salmo– nos promete la compañía de su Amor y de su Fidelidad, y entonces ¿qué más podemos pedir? ¿qué podemos temer? ¿Dónde están nuestros miedos? Hoy nos ponemos todos en manos de Dios, él sabe de nuestra fragilidad, de nuestras buenas intenciones que se quedan en polvo del camino, porque muchas veces fracasamos. Confiemos más en Cristo, él es nuestra salvación, incluso cuando NO sabemos comprender nuestra vida ni nuestra propia historia.
Hermanos sacerdotes, diáconos permanentes, sabéis que esta celebración debía ser la mañana del Jueves Santo, pero los motivos pastorales hacen que la celebremos hoy Martes Santo. Cada vez que celebramos la Eucaristía, resuena el eco de todos los lazos tejidos con la vida de nuestra comunidad. Cuando celebramos la Santa Misa, nunca estamos solos, aunque seamos muy pocos, porque llevamos el polvo de los pies de todo el mundo.
Pensad que cada vez que comienza esta Sagrada Cena, la mirada de Cristo planea compasiva ante todos los que están como ovejas sin pastor, y fijará su mirada sin duda en la oveja perdida, o en el hijo que huyó del calor del hogar del Padre, o en aquel que no puede levantarse de la vera del camino, por donde transitamos todos…también los sacerdotes, como en la parábola del Buen Samaritano, por eso, los que venimos a participar diariamente del Cuerpo y la Sangre del Señor, no podemos ser iguales que los que nunca celebran la Misa, tenemos que ser más misericordiosos, más compasivos, más entregados, más justos… más esperanzados.
Por eso nosotros los sacerdotes, que consagramos y partimos el Cuerpo de Cristo para alimentar al Pueblo Santo de Dios, debemos de volcar nuestra vida en la Comunidad que nos ha sido entregada y que obedientemente nos ha acogido y hemos acogido, y también en la Fraternidad entre nosotros. Reunirnos, rezar juntos, buscar espacios de encuentro y de diálogo, formarnos, buscar nuevos caminos de evangelización y acercamiento a los que no están en nuestras comunidades y descansar juntos, no es una estrategia pastoral, es una realidad espiritual que dimana del mismo corazón de Cristo, de la misma Eucaristía. Lo hemos meditado muchas veces, eligió a los apóstoles para que estuvieran con él. No vale que cada uno esté por su parte y por su cuenta. Si es así haremos un flaco favor a la evangelización de nuestros pueblos.
Si, Jesucristo fue ungido fue para ponerse al servicio de los demás… así lo hemos escuchado en el Evangelio: no se puede dar la vida si no hay entrega desinteresada, lo demás son negocios. Amor con amor se paga. Cuánto tenemos que aprender todos, también los sacerdotes de la misión que se nos ha encomendado por medio del bautismo y de la confirmación y además por el sacramento del orden. ¿Qué nos ha quedado del perfume de fiesta? ¿Quién nos ha engañado si en lugar de servicio exigimos poder? Sólo el que divide. El que nos pone el señuelo de una hermosa mentira haciéndonos creer que seremos como dioses, mejor dicho, como ídolos, porque bien sabemos nosotros que nuestro Dios es la humildad pura, el que nos enseña a servir, el que nos da la vuelta a la tortilla y nos dice que el que quiera ser el primero de todos, sea el esclavo de todos. Pero nosotros… ¿cómo podremos entender esto, que va contra toda realidad humana? ¡Qué facilidad podemos tener muchas veces para elegir las frases que nos justifiquen, dulcificando el Evangelio y convirtiéndolo en sofismas que no nos perjudiquen demasiado!
Si la Iglesia, que es madre y maestra, ha elegido estos textos para esta Eucaristía de consagración y bendición del aceite, algo nos querrá decir a todos nosotros. El óleo de la alegría y el perfume de fiesta deben orientar nuestra vida. ¡Mirémonos al corazón!
A las personas ungidas se les nota. Os lo dicho muchas veces y me lo digo siempre. Desprenden el aroma de la unción. Cuando alguien dice algo con “unción” las personas que le rodeamos sabemos que está expresando la verdad más íntima. Cuando un sacerdote celebra con unción, predica con unción y vive con unción… la gente sencilla lo reconoce como un ungido. Y el buen olor de la unción no necesita de ningún tipo de aditamentos porque todo lo demás sobra. Desde la simplicidad, la humildad, el diálogo sincero y abierto, el gozo interior, la palabra de la verdad fluye del corazón y llega al corazón del que la escucha. Y así entregaremos día a día la vida.
Os ruego que nos pongamos en las manos de nuestro venerable Cura Valera (que se vislumbra ya cerca su beatificación, si Dios quiere) y aprendamos de él de su humildad y de su entrega, hoy, en esta celebración, en la que renovamos nuestros compromisos sacerdotales, y recobremos el amor primero, si no estaremos malgastando la vida y la gracia. Bendecimos a Dios por el ministerio al que hemos sido llamados, a la vez que contemplamos nuestro ministerio mirando cara a cara a Cristo, el Pastor Bueno, que nos precede y nos alienta en nuestra tarea pastoral.
Pidamos a María, Madre de la Iglesia, reina de los apóstoles, que interceda por todos nosotros para que nos presentemos con Cristo como ofrenda agradable a los ojos de Dios y descienda sobre nosotros la gracia que todo lo transforma, que todo lo eleva, que todo lo perfecciona y que todo lo glorifica. ¡Ánimo y adelante!
+Antonio, vuestro obispo