
Este año viviré mi primer Domingo de Ramos como párroco, y lo haré en estos pueblos que me han acogido con tanto cariño desde el primer día: Vélez Blanco, María, Cañadas de Cañepla y Topares. Hasta hace unos meses, sus nombres eran solo puntos en un mapa; hoy, forman parte de mi historia.
Aquí, la fe se entrelaza con la tradición y con la vida cotidiana. En estas calles, en sus gentes, se percibe algo que conmueve: la Semana Santa no es un recuerdo del pasado, sino un latido que sigue vivo. El Domingo de Ramos se presenta como la puerta por la que Dios vuelve a entrar en muchos corazones.
Al celebrar la bendición de las palmas, se abre una nueva oportunidad: invitar a niños, jóvenes, mayores y familias a caminar con Jesús. Es verdad que en los pueblos somos menos, pero los que estamos, queremos estar de verdad. Hace unos días, un joven me dijo: «Padre, no sabemos rezar como nuestros abuelos, pero queremos aprender». Y eso basta para seguir creyendo en ellos. No se trata de llenar los bancos, sino de encender corazones.
El Domingo de Ramos es el día ideal para volver a empezar. Para alzar una palma y decir con el alma: “¡Hosanna!”. Aunque cueste, aunque a veces parezca que todo se apaga, la fe resiste. Y en estos pueblos, florece.
En Vélez Blanco, se preparan con esmero las tradicionales procesiones, que comenzarán este domingo con la del Señor de la Borriquilla y culminarán el Domingo de Resurrección con la participación de niños y jóvenes. En María, varios hombres del pueblo y mujeres de la virgen de la soledad preparan con cariño los detalles de estos días. En Cañadas de Cañepla, un joven se me acercó y me dijo con entusiasmo: “Padre, yo quiero leer la Pasión, ¿puedo?”. En Topares, los vecinos se han ofrecido a montar el altar con ramas de olivo recogidas del campo.
Estos gestos sencillos hablan de una sed de encuentro, de verdad, de pertenencia. No hacen falta cosas espectaculares, sino pasos concretos: una palma en la mano, una procesión por el pueblo, un joven que se atreve a participar, una comunidad que acompaña.
Este día no es solo una conmemoración; es una oportunidad para dejar entrar a Jesús en nuestras vidas, especialmente en la de los jóvenes, para que descubran que la fe no es una carga, sino una fuente de vida. Este día, en el que conmemoramos la entrada triunfal del Señor en Jerusalén, no solo abre las puertas de los días más santos para los cristianos, sino que también nos invita a revivir con ilusión una mirada nueva. Es un llamado a renovar nuestra fe y esperanza. Porque, sinceramente, algo nuevo está brotando… y comienza este Domingo de Ramos.
Eduardo Alberto Henríquez Osorio
Párroco de Vélez Blanco