
El profesor de los centros teológicos y sacerdote Gabriel Leal Salazar ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, I de Cuaresma.
Después de su Bautismo, Jesús, ungido por el Espíritu Santo, oyó la voz que el Padre le dirigía desde el cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Is 42,1). Como el Siervo de Yahvé, Jesús será Mesías solidario que echará sobre sí los pecados del mundo.
El Espíritu Santo lleva a Jesús cuarenta días por el desierto, lugar de encuentro con Dios, de prueba y purificación. Jesús vivió una experiencia similar a la vivida por el pueblo de Dios en su travesía del desierto. El diablo comienza sus tentaciones pidiéndole a Jesús que convierta una piedra en pan para saciar el hambre, después de cuarenta días sin comer. Jesús no cede a la tentación de utilizar su poder para beneficiarse, sino que desde su confianza en el Padre, le responde que el pan no es el único ni principal alimento del hombre.
El diablo no se da por vencido. Tras mostrarle a Jesús todos los reinos del mundo, le ofrece el poder y la gloria de todo eso a cambio de que se postre y le adore. Jesús no se deja seducir por el ansia de poder y de gloria. Con palabras del Deuteronomio, le responde que solo adorará y servirá a Dios.
Finalmente, el tentador le invita a arrojarse al vacío desde el alero del Templo, forzando a Dios para que muestre que es su Hijo enviando a sus ángeles para salvarle. Jesús le responde con palabras del Deuteronomio: «No tentarás al Señor, tu Dios». Vencida las tentaciones, el diablo se retiró hasta el momento oportuno, cuando en la cruz, de nuevo, le pidan que muestre que es Hijo de Dios, la verdad de su filiación divina, bajando de la cruz.