Discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina

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Discurso de ingreso en la Real Academia de Medicina

Voluntad de sentido y esperanza: El testimonio antropológico “integral” de Viktor Frankl

Excelentísimo señor presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla, Ilustrísimos señores académicos, distinguidas autoridades, queridos amigos, señoras y señores.

Me van a permitir que inicie este discurso de ingreso con un recuerdo al Santo Padre Francisco, exhortando a todos a rezar por la comunión con su persona y ministerio, y pidiendo especialmente al Señor por su pronto restablecimiento, porque la Iglesia y el mundo necesitan su palabra profética y su testimonio de vida.

 

Introducción

El libro IV de las Etimologías de san Isidoro de Sevilla está dedicado a la medicina. Según él, “la medicina no puede ser incluida como una más de las artes liberales, porque mientras que cada una de éstas se consagra al estudio de una materia particular, la medicina las abarca todas”[1]; “por esto, se considera a la medicina como una segunda filosofía, dado que una y otra, filosofía y medicina, reclaman para sí al ser humano completo: pues si por una se sana el alma, por la otra se cura el cuerpo”[2]. San Isidoro era consciente de la importancia del conocimiento médico en el cuidado del cuerpo, y lo integró como parte del saber necesario para desarrollar una “vida plena”. La medicina es entendida por él como una manifestación de la auténtica sabiduría para preservar la vida humana. Y, de este modo, el médico, versado en todos los saberes clásicos –gramática, retórica, dialéctica, aritmética, música, geometría y astronomía– es un verdadero humanista[3]. La salud, “integridad del cuerpo y equilibrio de la naturaleza”[4], exige un cierto conocimiento holístico, integral, que debería preservarse en el momento actual, en el que el desarrollo de las especializaciones pone en riesgo la visión del ser humano en la complejidad de una realidad que no podría ser descrita de un modo reduccionista, ni unívoco.

A la medicina le incumbe, junto con los remedios farmacológicos, cuanto sirve de protección al cuerpo frente a ataques y peligros externos –esto es, desde la comida o la bebida, al vestido o el abrigo–[5] y todo lo que procura al ser humano la moderación, pues como indica san Isidoro de Sevilla: “medicina” deriva su nombre de “medida”[6]. Esta visión conduce al reconocimiento de su profundo valor no únicamente como ciencia positiva, sino también como acto de compasión y de servicio.

Con profunda emoción y humildad me dirijo a todos los presentes en esta ocasión tan solemne. Agradezco de todo corazón a la Real Academia de Medicina y Cirugía de Sevilla el honor que me otorga al recibirme como académico. Ser acogido en una institución de tan alto prestigio, comprometida con el saber y el servicio a la humanidad, es un reconocimiento que me llena de responsabilidad. El hecho de que me reciban en este espacio tan relevante del saber científico, dedicado al estudio de la medicina y la salud, tiene para mí un significado especial. Mi labor pastoral a lo largo de los años me ha permitido ser testigo directo del sufrimiento humano, de la fragilidad de la vida y la necesidad de una atención integral al cuerpo y al espíritu. El bienestar físico y espiritual del ser humano están íntimamente ligados, y considero que esta Academia, por su gran compromiso con el saber, la ética y el progreso del conocimiento médico, encarna ese espíritu de servicio a la realidad integral del ser humano.

Al ingresar en esta Real Academia, percibo que la labor pastoral y la consagración médica no son caminos separados, sino necesariamente complementarios. Ambos, desde nuestras respectivas áreas de conocimiento y acción, buscamos aliviar el dolor, proteger la dignidad humana y cuidar de quienes más lo necesitan. La ciencia médica, con sus avances y su constante búsqueda de la verdad, y por otra parte la fe, con su llamada a la compasión y el servicio, son pilares esenciales para construir una humanidad más “sana”. Decía el papa Benedicto XVI que “la Iglesia se dirige siempre con el mismo espíritu de fraterna participación a cuantos viven la experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con el poder de su amor, ha devuelto sentido y dignidad al misterio del sufrimiento”[7].

En este contexto, permítanme expresar ante todo mi admiración por el trabajo que desarrollan, por la dedicación que ponen en su vocación de sanar. La investigación, la docencia y la asistencia sanitaria son actos de amor al prójimo, y, en cada uno de ellos, veo una forma de continuar con esa labor de protección y defensa de la vida que, desde tiempos inmemoriales, ha sido parte del mandato de la Iglesia y también de la medicina.

Mi gratitud también se extiende a quienes me han acompañado en este camino: a mis hermanos en la fe, a mis colaboradores, y, de un modo particular, con ocasión de este acto solemne, a los médicos y profesionales de la salud, que son un ejemplo vivo de entrega abnegada, y que me inspiran día a día para seguir promoviendo la cooperación entre las distintas áreas del saber en la búsqueda del bien común. Para todos ellos, siguiendo la máxima de san Isidoro de Sevilla, la medicina nunca se ha limitado a lo puramente físico, sino que ha tenido en cuenta la totalidad del ser humano. De esta manera, el bienestar corporal aparece ligado íntimamente al bienestar psicológico y espiritual. Esta concepción integral de la antropología se establece como condición de posibilidad para una forma humanista de comprensión de la medicina, que tantos autores contemporáneos han puesto de relieve.

Entre estos científicos, quisiera fijar la atención en la figura y en la propuesta de Viktor Frankl, que, como es sabido, emana de la experiencia desgarradora de los campos de concentración nazis y se establece como un verdadero puente hacia esa antigua noción isidoriana de medicina. El valor de su obra en la capacidad para vislumbrar el valor de la vida, hasta en las circunstancias más extremas, en las que el sufrimiento puede convertirse incluso en un potencial de crecimiento y transformación, que deja a las claras el vínculo entre la salud humana y la esperanza que dota de las necesarias “razones para vivir”.

 

Una lectura de juventud

Viktor Frankl nació el 26 de marzo de 1905 en Viena, Austria. Desde joven, mostró interés por la psicología y la filosofía. A los dieciséis años, ya escribía sobre la relación entre psicología y filosofía, y pronto comenzó a estudiar medicina, especializándose en neurología y psiquiatría. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1942, Frankl y su familia fueron deportados a campos de concentración nazis. Pasó tiempo en varios de ellos, incluido el de Auschwitz. Su esposa, sus padres y su hermano fueron asesinados allí, mientras que él sobrevivió. Estas experiencias jugaron un papel crucial en su desarrollo de la logoterapia, ya que en ellas pudo observar cómo la búsqueda de sentido ayudaba a las personas a soportar incluso la barbarie más absoluta. Tras su liberación en 1945, escribió su obra más famosa, El hombre en busca de sentido (1946), en la que relata sus experiencias en los campos de concentración y desarrolla las bases de su teoría psicológica.

Permítanme partir de una experiencia personal que servirá de hilo conductor para la propuesta que presento en este discurso de ingreso como académico. Mi primer contacto con el pensamiento de Viktor Frankl remite a los años de juventud, cuando precisamente la lectura de su obra El hombre en busca de sentido supuso un impacto profundo que me abrió nuevas perspectivas sobre la naturaleza del ser humano y su capacidad para sobreponerse a toda adversidad. Esa lectura orientó mi horizonte de interés hacia la profundidad de una búsqueda del significado existencial que ciertamente no podía separarse de la barbarie de los campos de concentración. La insistencia en la dimensión espiritual tuvo para mí un fuerte eco, haciéndome fijar la mirada en la libertad más recóndita, ésa que reside en la capacidad para hallar el sentido de la vida. Ciertamente existe un propósito que trasciende lo superficial y que no se agota en la satisfacción de las necesidades inmediatas, ni siquiera en los condicionamientos materiales o históricos.

La “logoterapia”, como ciencia que brota de esta experiencia compartida del sufrimiento, pretende mostrar cómo el sentido es una dimensión fundamental de la existencia. El método de Viktor Frankl se centra en la consideración de la búsqueda del significado como la “principal motivación del ser humano”, una forma de comprensión de la esperanza, incluso ante las circunstancias más contrarias. A diferencia de Sigmund Freud, según el cual la búsqueda del placer es la motivación principal del hombre, y de Alfred W. Adler, que la centraba en la búsqueda de poder, Frankl argumenta que la verdadera motivación humana es la búsqueda de significado. Para él, el sentido de la vida no puede ser concebido como algo genérico, sino que es único para cada persona y en cada situación. Así, introduce el principio psicológico de dimensión noética o espiritual en el ser humano, que trasciende lo físico y psicológico y desvela su capacidad para encontrar el sentido. Frankl desarrolló importantes técnicas para la puesta en práctica de los ejes de la logoterapia: como la derreflexión –dirigida a personas que sufren la obsesión de problemas específicos– o la intención paradójica –por medio de la cual pretendía ayudar a las personas a afrontar miedos irracionales–.

El legado de Viktor Frankl, fallecido en Viena el 2 de septiembre de 1997, sigue vivo en la psicología contemporánea y en la filosofía existencial, y su propuesta sobre la importancia del sentido de la vida continúa ejerciendo un influjo sobre muchos, dentro y fuera del ámbito clínico.

 

  1. Principios de la logoterapia

La biografía de Viktor Frankl es un dato indispensable para la comprensión de su pensamiento que por su carácter integrador ofrece un esbozo “holístico” del ser humano, llegando a ser una propuesta antropológica muy significativa. En la realidad del dolor podemos descubrir una verdad tan evidente como oculta en nuestro mundo, tantas veces consumista y superficial y que el propio Frankl rememora: “mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos (incluso sin pelo); literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda”[8].

En la breve consideración de los principios de la logoterapia, será posible concluir con unas notas que plasmen esa noción compleja del ser humano, abierto a la trascendencia en su búsqueda de significado. Partiremos, en primer lugar, del “bienestar espiritual” y la noción de autotrascendencia; en segundo lugar, abordaremos el “valor intrínseco de la vida”; a continuación, propondremos la “mentalidad de significado”, para concluir presentando el vínculo entre “sentido y libertad”.

 

  1. Bienestar espiritual y autotrascendencia

En la autotrascendencia, entendida como la capacidad humana de ir más allá de uno mismo, radica la posibilidad de hallar el significado y el bienestar, incluso cuando otros caminos están cerrados. La autotrascendencia es un principio central en la logoterapia, por el que se propone un salto que desborda los intereses personales y orienta la vida hacia algo o alguien fuera de uno mismo. De ahí que esta capacidad sea esencial para descubrir el sentido en la vida, ya que el ser humano se realiza y encuentra plenitud no encerrando la mirada sobre sí mismo, sino en su apertura esencial al mundo exterior, a los demás, y con causas más grandes que su propio ego.

La autotrascendencia implica la posibilidad de superar el egocentrismo y las necesidades inmediatas, es decir, que el ser humano, a través del servicio a los demás, el compromiso con una causa, el amor, o la dedicación a un trabajo significativo, alcanza un grado de bienestar que va más allá de las condiciones materiales que tiene a disposición. De hecho, en la comprensión de Frankl, el ser humano se realiza por medio del amor puesto en práctica en la entrega concreta a los demás. Este amor implica tener presentes a los otros como fines en sí mismos, no como medios para satisfacer las propias necesidades.

En los campos de concentración nazis, observó que sobrevivían aquellos que se proyectaban más allá de su dolor personal hacia una meta más alta, un propósito o una conexión con otros seres humanos. La realidad del dolor comparece entonces en la vida del ser humano como posibilidad de encontrar un sentido más profundo. La autotrascendencia es el corazón de la condición humana y la clave para vivir una vida plena y con sentido, dado que permite establecer un vínculo con un Amor que es más grande que nosotros mismos, que nos da una razón para vivir y que sana el corazón de una manera integral.

 

  1. El valor intrínseco de la vida

El valor intrínseco de la vida es un principio determinante en el pensamiento de Viktor Frankl, que ha de ser considerado en relación con su idea de búsqueda de sentido. La vida, que tiene valor por sí misma, no depende de las circunstancias, las capacidades individuales o los logros; es decir, el valor de la vida no está fundado en los éxitos externos ni en las condiciones en las que pueda desarrollarse, sino que radica en el simple hecho de ser vivida y de ser portadora de significado.

Cada vida está dotada de una dignidad inherente que no puede verse disminuida por las circunstancias externas, de manera que el ser humano es capaz de encontrar sentido también en circunstancias desafiantes. Así, el valor de la vida no se mide únicamente por la productividad o los logros. Una persona que está sufriendo, enferma o incapaz de trabajar o de contribuir visiblemente a la sociedad de una manera convencional, está llamada a encontrar sentido en su vida, porque el sentido de la vida de cada persona es único y no puede ser reemplazado o intercambiado. Cada situación en la vida ofrece una oportunidad para encontrar un propósito y ello otorga valor intrínseco a la vida de cada ser humano.

La afirmación del valor intrínseco de la vida tiene profundas implicaciones éticas. Esta perspectiva implica que cada vida humana debe ser cuidada, valorada y respetada. “Tenemos miedo a la vulnerabilidad y la cultura omnipresente del mercado nos empuja a negarla. No hay lugar para la fragilidad. Y, de este modo, el mal, cuando irrumpe y nos asalta, nos deja aturdidos”. El papa Francisco, señala el acompañamiento a estas situaciones de vulnerabilidad de la vida como vocación de la misma Iglesia, llamada a ser “un hospital de campaña”[9].

 

  1. Mentalidad de significado

Frankl propone la adopción de una mentalidad centrada en el significado, en lugar de estar pendiente del éxito individual, haciendo ver que su propuesta conduce al ser humano a una mayor compasión y a una excelencia moral, y, además, a una auténtica felicidad. De este modo, la mentalidad de significado está referida a una forma de pensar y vivir en la que la persona procura darle sentido a sus experiencias, decisiones y circunstancias cotidianas, propiciando así el descubrimiento de un propósito y dirección en la vida. La búsqueda de significado es la motivación más profunda del ser humano que emerge no únicamente en el propósito de encontrar grandes metas existenciales, sino en la capacidad para integrar el sentido en las pequeñas decisiones y desafíos cotidianos. Esta perspectiva fue clave en su desarrollo de la logoterapia, que se basa en la idea de que las personas pueden soportar cualquier situación si encuentran un propósito que las impulse.

Las personas con una mentalidad de significado no esperan pasivamente que la vida les dé respuestas o sentido, sino que activamente buscan propósito en todo lo que hacen. Esto puede implicar preguntas fundamentales aplicadas a la cotidianidad: ¿para qué estoy haciendo esto? ¿Qué valor tiene esta experiencia en mi vida? ¿Cómo puedo aportar algo positivo en esta situación? Quienes adoptan una mentalidad de significado son ciertamente proactivos, ya que, en lugar de considerarse víctimas de las circunstancias, asumen la responsabilidad de responder ante ellas. Ello les permite mantener la dignidad y el control sobre su vida interna, incluso cuando no pueden controlar las circunstancias externas.

Esta mentalidad de significado no implica que haya un único propósito fijo para la vida; al contrario, el significado puede cambiar y, por ello, puede igualmente adaptarse según las diversas circunstancias. Frankl observó que las personas que eran capaces de llevar a cabo una reevaluación de su sentido en diferentes etapas de la vida, o frente a diferentes situaciones, eran capaces de mantener una actitud positiva y de realizar un trabajo constructivo.

 

  1. Sentido y libertad

Para Viktor Frankl, libertad y responsabilidad están profundamente relacionadas. A través de estos principios, argumenta que el ser humano es ciertamente libre para elegir sus respuestas ante las circunstancias de la vida, pero, sobre todo, que es igualmente responsable de esas elecciones. De esta manera, la conjunción de libertad y responsabilidad da forma a una vida con sentido.

La libertad es la capacidad humana de elegir su actitud y respuesta frente a las circunstancias. Aunque muchas de las condiciones externas no pueden ser controladas, cada persona siempre tiene la libertad de decidir cómo hacerles frente. Frankl destaca la libertad interior como la última y más fundamental de las libertades humanas. Esta forma de libertad permite encontrar sentido incluso cuando todo parece perdido. Deja claro, con todo, que la libertad humana no es absoluta. Todos estamos limitados en su ejercicio y en su realización: el lugar y el tiempo en el que nacemos, nuestras condiciones de salud, la familia, la educación, los avatares de la vida real, la fortuna y la tragedia, etc.; pero, a pesar de esas limitaciones, siempre existe una zona de libertad interior en la que podemos elegir nuestra actitud fundamental.

Al ser libres de elegir nuestra actitud y nuestras acciones, también somos responsables de esas elecciones. En la logoterapia, la libertad y la responsabilidad son los motores que permiten al ser humano discurrir el sentido en la vida. A través de la libertad, se despliega la capacidad de buscar y descubrir un propósito único; a través de la responsabilidad, ese propósito se convierte en una tarea que la persona debe llevar a cabo con compromiso y dedicación. La vida siempre nos plantea preguntas, y la forma en que respondemos a esas preguntas es lo que da forma al sentido de nuestra existencia. Esta “responsabilidad de responder” significa una actitud activa en su búsqueda, asumiendo las consecuencias de las propias decisiones.

 

  1. Una antropología integral: Axiología y logoterapia

Toda psicología se construye sobre una concepción de lo que significa ser persona, dado que no es posible prescindir de una concepción antropológica. Frankl rechaza cualquier visión que pretenda limitar al ser humano por medio del biologicismo, del conductismo, el sociologismo, etc. Todas estas miradas reductivas construyen una imagen incompleta del ser humano. Su mirada aporta una comprensión holística de la antropología, en la que se incluyen aspectos somáticos, psíquicos y noéticos.

 

  1. Dimensiones antropológicas

Viktor Frankl considera la persona como un ente unificado que integra cuerpo, mente y espíritu, haciendo hincapié en la dimensión noética, la cual distingue al ser humano y hace posible considerarlo como un buscador de sentido. La dimensión somática está referida al organismo físico y tiene en cuenta sus aspectos biológicos, de manera que abarca todo lo relacionado con la fisiología, la salud, las necesidades físicas y el bienestar corporal. Es reconocida como una parte fundamental del ser humano, pero no la que define su esencia.

La dimensión psíquica atiende a la psicología y a las emociones. En ella son incluidos los pensamientos, sentimientos, impulsos y procesos mentales. Frankl reconoce la importancia de esta dimensión, pero señala que tampoco puede agotar la naturaleza humana. Es el terreno en el que tienen lugar las tensiones internas, los conflictos emocionales y las luchas psicológicas. Los seres humanos experimentan una amplia gama de pensamientos, que forman parte de su experiencia humana, pero no son el todo.

El fundamento último de la condición humana es la dimensión noética, que permite a las personas superar la inmanencia y que se orienten a su plenitud. Esta dimensión está referida al aspecto más esencial de la persona, que incluye la voluntad de sentido, la libertad interior y la capacidad de encontrar propósito y significado en la vida. Admitir la espiritualidad humana permite comprender la universal dignidad del ser humano, de toda persona, también del enfermo que es incapaz de dar sentido a su sufrimiento. Esta dimensión noética acerca al ser humano a su realidad única e irrepetible, a su singularidad.

La dimensión noética representa la capacidad humana de elegir su actitud ante las circunstancias externas. Esto es lo que Frankl llamó la “última de las libertades humanas”, que no puede ser arrebatada. La logoterapia sostiene que el deseo más profundo del ser humano es encontrar un propósito, más allá de las necesidades físicas o psicológicas. De ahí que esta dimensión sea también el lugar donde reside la conciencia moral del individuo, la fuente de la responsabilidad y la capacidad de tomar decisiones éticas. En esta dimensión el ser humano puede trascender sus propias limitaciones y orientarse hacia valores que van más allá de él mismo, entre los que destacan la capacidad de amar, de sacrificarse por otros o de buscar sentido en el sufrimiento.

 

  1. La cuarta dimensión: la dimensión transcendental. Presencia ignorada de Dios

En su obra La presencia ignorada de Dios, Viktor Frankl desarrolla su tesis sobre la relación entre la espiritualidad y la psicoterapia, analizando cómo la dimensión trascendental de la persona se manifiesta, también en un contexto terapéutico. Sostiene que el encuentro personal con Dios puede surgir como una experiencia existencial en la búsqueda de sentido. Introduce el concepto de “inconsciente espiritual”, un ámbito profundo de la psique humana donde se albergan valores, significados y aspiraciones religiosas, muchas veces ignorados o reprimidos. En este espacio, el propio Dios puede hacerse presente de manera implícita, incluso en aquellos que no profesan una fe religiosa[10]. La logoterapia, como método terapéutico centrado en el sentido, aun sin ser un camino religioso en sí mismo, permanece abierta a la posibilidad de que las personas encuentren sentido a través de una relación con Dios. El mismo autor reconoce que para muchas personas la experiencia de Dios constituye una fuente insustituible de sentido.

Dios, como fundamento último de esta dimensión espiritual, no es un objeto de análisis teológico en la logoterapia, sino una realidad implícita que subyace a la experiencia de sentido. De ahí que, para Frankl, esta presencia ignorada de Dios esté latente en el núcleo espiritual de cada persona, constituyendo un fundamento antropológico esencial para entender la existencia humana. Dios se presenta para muchos como fuente de consuelo, pero además puede ser considerado como el cimiento ontológico que permite a la persona afirmar el sentido de la vida incluso ante el absurdo y la muerte. Sin esta dimensión trascendental, el análisis del ser humano resulta incompleto y reducido a perspectivas mecanicistas o deterministas.

Dios no es una figura abstracta ni un postulado filosófico, sino una realidad que sustenta la dimensión espiritual del ser humano. Señalando que la espiritualidad es inherente a la condición humana, establece un vínculo directo entre la búsqueda de sentido y la experiencia de lo divino. La presencia de Dios, aunque ignorada o implícita, actúa como un horizonte último que da coherencia a la existencia. De este modo, la logoterapia trasciende las barreras entre psicoterapia y religión, al reconocer que la experiencia de Dios puede ser una parte integral de la realización personal y del encuentro con el sentido.

 

  1. Axiología: Los valores que constituyen al ser humano

Nuestro autor señala tres tipos principales de valores que permiten a las personas encontrar sentido: valores creativos, experienciales y actitudinales. Estos valores son fuente de significado, pero al mismo tiempo representan formas prácticas de afrontar la vida y las circunstancias particulares que se despliegan en la existencia. Para la logoterapia, estos valores son caminos a través de los que alcanzar, de formas distintas, la realización personal[11].

Los valores creativos son aquellos que se expresan a través de la contribución o creación de algo significativo en el mundo. Este tipo de valor se pone en práctica cuando alguien actúa en el mundo, al crear realidades dotadas de valor a través de su trabajo, su arte, o cualquier actividad que deje una huella positiva. Los valores creativos se centran precisamente en la capacidad humana de crear, de producir y hacer. En este sentido, el propio Frankl relata cómo ni siquiera el campo de concentración privaba de la capacidad para desplegar valores de este tipo[12].

En segundo lugar, los valores experienciales están basados en la capacidad humana para encontrar significado a través de las experiencias que vive y la apreciación de lo que el mundo le ofrece. Estos valores se centran en la receptividad y en la apertura hacia las experiencias de la vida, como el amor, la belleza, la naturaleza y las relaciones con los demás. Frankl resalta de forma especial la importancia del valor del amor como una experiencia de profundidad fundamental. en su esencia y encontrar significado en esa relación.

Por último, se refiere a los valores actitudinales como aquellos que se manifiestan en la actitud que el ser humano adopta ante las situaciones inevitables de la vida, especialmente ante el sufrimiento, la adversidad o la pérdida. Frankl considera los valores actitudinales como la fuente más profunda de significado. En los campos de concentración observó que quienes lograban encontrar sentido en su sufrimiento a través de una actitud valiente eran los más capaces de mantener su humanidad. A partir de la experiencia de estos valores desarrolló los principios de la logoterapia, de forma que los valores actitudinales conectan con la voluntad de sentido, la motivación interna del ser humano para encontrar un propósito en la vida.

 

  • El sentido de la esperanza

De una manera implícita, la esperanza emerge, en relación con la voluntad de sentido, como un principio central en el análisis de la experiencia humana, especialmente en contextos de sufrimiento extremo. En su encíclica Spe Salvi, el papa Benedicto XVI se refirió también a la esperanza cristiana como fundamento para la vida, proponiendo el lugar del sufrimiento como ámbito de sentido, la noción de juicio como horizonte de la existencia y la espera activa del Otro como fundamento trascendental del significado humano. Esos tres principios, que nos permiten entender la realidad de esta virtud, hacen posible, además, vincular la reflexión de la teología y la propuesta psicoterapéutica de Frankl, desde la convicción de que la esperanza y el sentido son indispensables para la supervivencia espiritual y psicológica, y que encuentran su máxima expresión en la capacidad de trascender el sufrimiento.

 

  1. El sufrimiento, lugar de esperanza

El primer principio sitúa al sufrimiento, no como un obstáculo para la esperanza, sino más bien como un lugar posible para su realización. En el pensamiento teológico, el sufrimiento adquiere un valor redentor al ser integrado en la relación con Cristo, cuya pasión y resurrección transforman el dolor en un camino hacia la vida plena. Esta esperanza no se basa en una solución inmanente o meramente material, sino en una promesa trascendente: la comunión eterna con Dios. Benedicto XVI subraya en la encíclica Spe Salvi que, en un mundo secularizado, la esperanza ha sido reemplazada por el progreso técnico y material, lo cual resulta insuficiente para abordar el problema del sufrimiento humano en su totalidad[13].

Viktor Frankl sostiene que el sufrimiento, aunque inevitable, puede convertirse en una fuente de sentido si es abordado desde una perspectiva existencial. En su obra El hombre en busca de sentido, observa cómo aquellos que encontraban un propósito trascendente en su dolor eran más capaces de soportarlo. La logoterapia propone que el hombre puede elegir su actitud ante el sufrimiento, convirtiéndolo en una oportunidad para el crecimiento espiritual y personal. Frankl escribe: “Si hay un propósito en la vida, también lo hay en el sufrimiento”[14]. El sufrimiento es así un medio para descubrir el significado, que no puede ser impuesto desde fuera, sino que ha de ser encontrado de manera personal y única por cada persona.

 

  1. La noción de juicio

Un segundo principio central en la consideración de la esperanza es la noción del juicio final como horizonte de justicia. En Spe Salvi, el juicio es descrito como la consumación del amor de Dios, donde el mal es purificado y la verdad es revelada. Este juicio es, a la vez, un acto de justicia para las víctimas y una promesa de redención para los pecadores. Benedicto XVI afirma: “la gracia no excluye la justicia”[15], señalando que el juicio es esencial para restablecer el orden moral y dar sentido a la historia. El juicio, en este contexto, no es sólo un evento futuro, sino una realidad que da forma a la vida presente. Saber que la existencia será juzgada desde una perspectiva trascendente infunde en el ser humano un sentido de responsabilidad y esperanza, pues garantiza que todo sufrimiento injusto tendrá un propósito y será redimido.

Aunque Frankl no habla explícitamente de un juicio trascendental, introduce una noción implícita de evaluación existencial a través de su noción de responsabilidad. Según él, el hombre es responsable de responder a la llamada de la vida con autenticidad y significado. Esta responsabilidad implica un juicio continuo de las propias acciones y decisiones, no desde un tribunal externo, sino desde la conciencia individual y la búsqueda del sentido. La logoterapia pone de relieve que cada situación plantea una pregunta al individuo, y este responde a través de su forma concreta de vivir.

  1. La espera del Otro como fundamento del sentido

La virtud cristiana de la esperanza no es sólo un estado psicológico, sino que implica una relación personal con el Dios vivo, el “gran Otro” que da sentido y plenitud a la existencia. La verdadera esperanza puede encontrarse en el encuentro con este Otro, que no es una idea abstracta, sino la persona concreta de Jesucristo. Este encuentro transforma la vida, ya que el hombre deja de depender exclusivamente de sus propias fuerzas y encuentra su plenitud en la comunión con Dios. La espera activa del Otro implica una apertura radical a la trascendencia y una confianza en que Dios actúa en la historia humana para redimirla. Esta esperanza cristiana no es individualista, sino profundamente comunitaria, ya que se vive en relación con los demás y con el Cuerpo de Cristo.

Frankl introduce una dimensión relacional en su teoría del sentido, destacando que el significado se encuentra en el amor y en la relación con los demás. En los campos de concentración, Frankl descubrió que pensar en sus seres queridos le daba fuerza para soportar el sufrimiento. En este contexto, el Otro adquiere un papel central como fuente de sentido. “El amor es la única forma de captar a otro ser humano en el núcleo más profundo de su personalidad”[16].

 

Conclusión: Actualidad de una “antropología integral”

La obra de Viktor Frankl ha dejado una profunda huella en el pensamiento contemporáneo, especialmente en la comprensión de la naturaleza humana desde una perspectiva integral. Fundador de la logoterapia, propone una antropología tridimensional que trasciende los planteamientos reduccionistas de su tiempo, integrando las dimensiones somática, psíquica y noética del ser humano. De hecho, a diferencia de otras corrientes psicológicas, señala que la esencia de la humanidad no puede reducirse a impulsos inconscientes del ello o a mecanismos de poder y adaptación. Para Frankl, la dimensión noética es el núcleo más profundo de la persona, desde donde surge la libertad, la responsabilidad y la capacidad de trascendencia. En esta dimensión espiritual, caracterizada por la capacidad del individuo para buscar y encontrar sentido en la vida, se abre al ser humano la posibilidad del encuentro, en el “inconsciente espiritual”, con la misma fuente divina de la trascendencia.

En el núcleo de la logoterapia está la convicción de que el ser humano está orientado hacia el sentido. Esta orientación no es un sobreañadido antropológico, sino una necesidad fundamental. Frankl afirma que el sufrimiento, la muerte y las adversidades, lejos de eliminar la posibilidad de sentido, pueden convertirse en las circunstancias donde se descubra de manera más profunda. El “vacío existencial” del que habla Frankl se manifiesta hoy en fenómenos como el materialismo extremo, la crisis de identidad, el hedonismo y la desesperanza. Frente a esto, propone una actitud de búsqueda activa del sentido, que se revela en tres grandes vías axiológicas: por un lado, la creación o acción, a través del trabajo y las obras personales; en segundo lugar, la experiencia del amor y la belleza, como acceso a valores trascendentes y, por último, de un modo fundamental, en la aceptación del sufrimiento inevitable, con dignidad y valentía. En cada uno de estos caminos, la dimensión espiritual juega un papel esencial, pues es en este ámbito donde se manifiesta la capacidad del ser humano para trascenderse a sí mismo, respondiendo a las exigencias de la vida desde la libertad y la responsabilidad.

En esta visión de Frankl se pueden hallar ecos profundos de la doctrina y de la espiritualidad cristianas, especialmente en su concepción de la persona como un ser creado a imagen y semejanza de Dios. Esta imagen divina se refleja en la libertad, la capacidad de amor y la orientación hacia el sentido que define al ser humano. En el pensamiento cristiano, el sentido último de la vida no se encuentra únicamente en los valores intramundanos, sino en la relación personal con Dios. La fe cristiana ofrece una respuesta definitiva a la búsqueda del sentido existencial al proclamar que el fin del ser humano radica en el amor de Dios manifestado en Cristo. Así lo expresa san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[17].

El sufrimiento, que para Viktor Frankl es una oportunidad de sentido, adquiere una dimensión redentora en la Cruz de Cristo. Desde esta perspectiva, la actitud frente al sufrimiento no es únicamente una afirmación de la dignidad humana, sino, ante todo, una participación en el misterio pascual, en el que el dolor es transformado en fuente de vida nueva. En la actualidad, la visión de Frankl permanece vigente. Somos testigos de un progreso tecnológico sin precedentes, y a la vez nuestro tiempo ha sufrido el debilitamiento de los valores trascendentes. La “voluntad de sentido” de la que habla Frankl se pone en juego hoy en contextos únicos, como la fragmentación cultural, el auge del relativismo o la superficialidad. Así, la logoterapia ofrece una perspectiva que apunta a la dimensión más profunda del ser humano.

La síntesis entre la antropología noética de Frankl y la doctrina cristiana enriquece nuestra comprensión del ser humano y ofrece además una respuesta esperanzadora a los desafíos contemporáneos, recordándonos que, incluso en las circunstancias más adversas, la vida siempre tiene sentido; de ahí las palabras que dirige a todos los profesionales de la salud, con las que me van a permitir finalizar este discurso: “el médico debe consolar las almas. En ningún caso es esto misión exclusiva del psiquiatra. Es simplemente tarea de todo médico en ejercicio. Personalmente estoy convencido de que las milenarias palabras de Isaías: ‘Consolad, consolad a mi pueblo’ (Is 40, 1), no sólo siguen siendo actuales en nuestros tiempos, sino que van también dirigidas al médico”[18]. Muchas gracias.

[1] ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías, IV, 13.1.

[2] Ibidem, IV, 13.5.

[3] Cf. Ibidem, IV, 13.1-4.

[4] ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías IV, 5,1.

[5] Cf. Ibidem, IV, 1.

[6] Ibidem IV, 2.

[7] BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en la conferencia internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17 de noviembre de 2012.

[8] VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido, 25.

[9] FRANCISCO, Mensaje para la XXXI jornada mundial del enfermo, 11 de febrero de 2023.

[10] Cf. VIKTOR FRANKL, La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión, 71.

[11] Cf. VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido, 70.

[12] Ibidem, 49.

[13] Cf. BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, 22-23.

[14] VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido, 69.

[15] BENEDICTO XVI, Carta encíclica Spe Salvi, 44.

[16] VIKTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido, 110.

[17] SAN AGUSTÍN, Las Confesiones, I, 1.

[18] VIKTOR FRANKL, La presencia ignorada de Dios. Psicoterapia y religión, 97.

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