15 de febrero de 2025.
Lecturas: Jeremías 17,5-8; Salmo 1,1-2. 3. 4 y 6; 1 Corintios 15,1-11; Lc 6,17. 20-26.
Hoy celebramos el Jubileo de los Matrimonios. También tendrá lugar la renovación de las promesas de los que cumplen 25 y 50 años, así como la bendición de los matrimonios presentes y de las parejas de novios que se casarán en este año. El Año Jubilar es un tiempo especialmente propicio en el que Dios nos concede todos sus bienes; un “año de gracia”, que tiene como finalidad la renovación interior. Habéis llegado a este templo jubilar para alcanzar la indulgencia plenaria, el perdón de todos los pecados. El templo jubilar simboliza la conversión y la mediación de la Iglesia en la salvación de los fieles. Solo Cristo es el Salvador enviado por Dios Padre, que nos hace pasar del pecado a la gracia, introduciéndonos en la plena comunión que lo une al Padre en el Espíritu Santo.
Entrar en este templo jubilar comporta una actitud de arrepentimiento, de petición de perdón, de implorar nuevas gracias, y de saber con seguridad que vamos a recibir una bendición. Cada vez que lo hacemos ganamos una gracia especial, la indulgencia plenaria. Es el tiempo del perdón de los pecados y de las penas por los pecados, de reconciliación entre los enemigos, de dejarse convertir por el Señor, de dejarse cambiar el corazón; es tiempo de penitencia sacramental. Los fieles para poder alcanzar la indulgencia deben confesar, comulgar y rezar el Credo, y también rezar por el Santo Padre y por sus intenciones.
Aquí hemos llegado cada uno cargando su propia vida, con sus alegrías y sus sufrimientos, sus proyectos y aspiraciones, sus éxitos y fracasos, sus dudas y sus temores, para presentarlo todo ante la misericordia del Señor. Estamos seguros de que el Señor se acerca para encontrarse con cada uno de nosotros, para concedernos la fuerza sanadora de su consuelo. Este es el lugar del encuentro entre el dolor de la humanidad y la compasión de Dios. Traspasando el umbral, realizamos nuestra peregrinación al encuentro de la misericordia de Dios, que nos ayudará a levantarnos y caminar. Su palabra y su amor nos hacen revivir, nos llenan de esperanza.
El Año Jubilar nos invita a proseguir por el camino de la conversión. Nos invita a responder con alegría y generosidad a la llamada a la santidad, para ser cada vez más testigos de esperanza en la sociedad actual, en el tercer milenio. Es un año de gracia y de misericordia para que podamos recibir los dones del perdón y del amor, para crecer en la unión con Dios, en la fe, la esperanza y el amor.
Meditemos en este Año Jubilar la Palabra de Dios. El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús rodeado de una multitud de gente llegada de todas partes para escucharlo. En ese marco se sitúa el anuncio de las bienaventuranzas. Jesús dice: «Dichosos los pobres… Dichosos los que ahora tenéis hambre… Dichosos los que lloráis… Dichosos vosotros cuando los hombres… proscriban vuestro nombre» por mi causa. ¿Por qué los proclama dichosos? Porque la justicia de Dios hará que sean saciados, que se alegren, que sean resarcidos de toda acusación falsa, en una palabra, porque ya desde ahora los acoge en su reino.
Las bienaventuranzas se fundamentan en el hecho de que existe una justicia divina, que enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido. De hecho, el evangelista san Lucas, después de los cuatro «dichosos vosotros», añade cuatro amonestaciones: «Ay de vosotros, los ricos… Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados… Ay de vosotros, los que ahora reís» y «Ay si todo el mundo habla bien de vosotros», porque, como afirma Jesús, la situación se invertirá, los últimos serán primeros y los primeros últimos».
La clave para entender a fondo las bienaventuranzas, nos la ofrece el texto del profeta Jeremías, que hemos escuchado en la primera lectura: “Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor… Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”. Es una cuestión de confianza. El ser humano necesita seguridad en la vida, seguridad para el futuro, para sí mismo, para su familia, etc. El peligro consiste en poner la seguridad, la confianza, en la riqueza material: en el dinero, la riqueza intelectual, afectiva, “espiritual”. La confianza fundamental hay que ponerla en Dios, en María santísima; también en los hermanos con los que compartimos el camino; también en los bienes materiales, intelectuales, afectivos, pero en la medida que les corresponde, teniendo clara la escala de valores.
Celebramos el Jubileo de los Matrimonios. La esencia del matrimonio se puede resumir en una frase: vivir la actitud de dar la vida al cónyuge. En las grandes ocasiones y en el día a día. Procurar en todo momento que el otro esté feliz, esté alegre, esté en paz. Dos personas que “rivalizan” en ese deseo, hacen que el camino matrimonial sea una maravilla, a pesar de las limitaciones propias de la condición humana. Si se vive la actitud contraria, la de buscar cada uno el propio interés, la dificultad será grande. Vivid el amor, estrenad el amor cada día, superando la rutina, la mediocridad, fundamentando vuestro matrimonio y vuestra familia en Cristo. Vivid con convicción e intensidad la llamada a la santidad, en matrimonio, en familia. Cultivad la oración en familia y la apertura solidaria a los demás.
Agradecemos la entrega generosa de tantas personas de la comunidad diocesana que ponen su tiempo y su corazón en la Pastoral Familiar: laicos y laicas, miembros de la vida consagrada, diáconos, presbíteros. De la mano de María santísima, madre del amor hermoso, que vivió siempre en servicio delicado a los demás, que nuestra vida sea un encuentro con Dios y con los hermanos, un don para los demás, un compartir todo lo que del Señor recibimos. Santo y feliz Jubileo. Así sea.
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