Homilía en el día de la romería de San Cecilio, en la Abadía del Sacro Monte

Homilía del arzobispo de Granada, Mons. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía celebrada en el día de la romería de San Cecilio, en la Abadía del Sacro Monte.

Querido abad y miembros del Cabildo de esta Abadía del Sacro Monte,

Queridos hermanos, sacerdotes concelebrantes seminaristas,

Excelentísima alcaldesa y miembros de la 100.ª Corporación Municipal,

Fuerzas Armadas, dirigidas por el Jefe del Estado Mayor del Ejército, tan vinculado a nuestra ciudad de Granada,

Consejera de Fomento de la Junta de Andalucía,

Teniente General,

Queridas autoridades presentes, militares de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, Autonómicas, Provinciales, Nacionales también,

Queridos hermanos y hermanas en el Señor,

Miembros de la Cofradía,

Queridos todos,

Es un día de fiesta, de júbilo en un jubileo. Como es este año 2025, en que toda la Iglesia, bajo el lema de la esperanza. Peregrinos de esperanza. Estamos celebrando, pues, a nuestro Señor Jesucristo, en definitiva.

Y de nuestro Señor Jesucristo nos trajo noticia Cecilio, uno de los varones apostólicos que, según la tradición cristiana más antigua, el episcopologio más antiguo, pone como obispo de Illiberis. Identificado con nuestra ciudad de Granada. Esta fiesta nos hace, ciertamente, mirar para atrás, hacer memoria. Que es muy importante, el Papa nos lo recuerda, para un pueblo.

Hacer memoria, no para quedarnos paralizados el presente solo con un mirar al pasado, sino para ver nuestras raíces profundas, en este caso, nuestras raíces cristianas que entroncan con la fe apostólica en los comienzos del cristianismo. Ya en el siglo primero nos habla la tradición de que los apóstoles envían a los siete varones, representados en esta capilla magnífica de esta Abadía del Sacro Monte. Y en concreto a nuestra ciudad, a nuestra tierra, al barón apostólico Cecilio, primer obispo de esta ciudad, de esta diócesis. Y al mismo tiempo, su patrono.

Mirar hacia él es tratar de aprender su legado. Es un mártir. Mártir significa testigo. Y es testigo de Jesucristo. De esa fe que no se ha quedado solo de puertas adentro, sino que, acogiendo el mandato del Señor, se extendió por todo el mundo. Y nuestra ciudad tiene un significado especial. Porque precisamente de esta ciudad, de esta tierra, nació a través de la reina Isabel, la gran empresa evangelizadora de la historia.

No solo el descubrimiento de un nuevo mundo, sino también la civilización cristiana llevada a tantas y tantas gentes en otras partes de la tierra que hoy constituyen la mayor parte de la gente que habla y reza en castellano. Hoy la fe católica, el mayor número de católicos del mundo, profesan la fe que un día trajo aquí Cecilio. Que la reina Isabel impulsó en esa empresa, ciertamente de conquista, pero sobre todo evangelizadora en el sentir de la Reina, para llevar la fe cristiana como planificadora del hombre, de su cultura, de su manera de entender la vida, la sociedad, el amor. En manera de entender, en definitiva, la dignidad humana, que nadie la ha planificado tanto como Jesucristo.

Mirar al pasado supone aceptar una herencia, con todas sus consecuencias. Pero aceptar no para conservar como si fuese en un museo, en un parque temático, que no lo es esta abadía ni el Sacro Monte. Sino como algo de lo que aprender para el aquí y ahora de nuestra historia, de nuestra sociedad. Que esa fe cristiana no queda encerrada en el interior de nuestras conciencias, sino con respeto exquisito a lo que piensan los demás, con respeto exquisito a lo que otros opinan, pero sin renunciar a las propias convicciones, sin esconderla. Y sobre todo, no esterilizando, no inutilizando el germen de expansión que tiene la fe cristiana en el testimonio, en el ejemplo, en la transformación de los que son cristianos.

La fe cristiana es una fe de calle. La fe cristiana es una fe de familia. La fe cristiana es una fe de educación. La fe cristiana es una fe de transformación social. La fe cristiana tiene una respuesta para los problemas, las inquietudes, las angustias y al mismo tiempo, los deseos de felicidad de los hombres y mujeres de todos los tiempos y también de los nuestros. En nosotros, en la coherencia, en la fidelidad a los que desde los principios iniciaron esa fe entre nosotros, está el corresponder, el coger el testigo para transmitírselo en una coherencia convincente de vida. Para que los demás, al vernos, digan, realmente merece la pena. Porque si no, queridos hermanos, nos quedamos sin tradiciones que a lo largo del paso del tiempo, quedan vacías de su contenido. Y entrará en nosotros una secularización paralizante que nos haga olvidar la memoria de lo que somos y quedemos expuestos a las modas o las ideologías, de quienes dominan en tantas y tantas realidades que hoy tratan de conquistar al ser humano de manera personal y colectiva. Sea con ideas, sea con medios de comunicación, sean con nuevas tecnologías, sea con el siempre temeroso poder del dinero.

Queridos amigos, queridos hermanos, queridos fieles de Granada, tenemos el reto, no de aferrarnos a una tradición para encerrarlas con orgullo o simplemente pero paralizante. Sino para recoger el testigo de una fe que se muestre en nuestra vida, en nuestra vida de oración… Que hará que nuestra religiosidad popular tenga esas raíces que la sienten e impidan que el paso del tiempo, las erosiones y evite todo contagio que la mundanice.

Queridos hermanos, respondamos a lo que nuestros mayores hicieron y que hicieron grande. La civilización. Y cambiaron el mundo. A nosotros nos toca cambiar nuestra sociedad de los que están al lado. A nosotros nos toca hacer una ciudad mejor. A nosotros nos toca una convivencia pacífica en concordia, superando las diferencias, mirando siempre lo positivo y sobre todo sabiendo que la construcción social solo es posible desde la unión.

Que la construcción social solo es duradera y eficaz… Es posible cuando no dejamos a gente atrás, cuando no hay divisiones entre nosotros que nos enfrente. Pidamos a San Cecilio que esas raíces que él plantó sigan dando fruto en nosotros. Que esas raíces de Evangelio y de amor a Dios y al prójimo fructifiquen todavía. Y lo harán. Y lo transmitiremos a los que vienen detrás, para que Granada siempre conserve sus raíces cristianas.

Pero, sobre todo, es una Granada de los frutos auténticos de esa fe en la vida. Convenzamos, queridos amigos, por las obras, y vendrán las razones de nuestra esperanza. Esa esperanza que nos hace mirar el futuro con una confianza infinita en los demás y en Dios mismo, con esa esperanza que no se queda de tejas para abajo, sino que hace que el heroísmo vivido y en el desvivirse, que es un martirio de cada día, nos ayude a hacer un mundo mejor para ganarnos un cielo grande.

Que la Virgen Santísima, nosotros, en nuestra advocación de las Angustias, nos haga tener ese corazón grande para que así quepan todos y todos hagamos una Granada más grande, una Granada mejor cada día. Pidamos hoy por nuestras autoridades, pidamos hoy por todos los elementos constructivos de la sociedad civil de nuestro pueblo.

Pidamos hoy por los más necesitados. Y queridos amigos, a los que nos seguís a través de la televisión, os envío un saludo especial. Sobre todo a los enfermos o los impedidos a los que estáis en vuestras casas. Tenemos todos un reto, tenemos una gran tradición, unas raíces que nos enlazan con los apóstoles, en definitiva, con la predicación del Evangelio. Ha recorrido los siglos. Tenemos santos y mártires en nuestra Iglesia, en el pasado y en el presente. Son los de la puerta de al lado.

También vosotros, queridos amigos, que estáis en una capa, postrados o en la soledad, o estáis ofreciendo el sufrimiento, o estáis viviendo la debilidad de la condición humana. Que el Señor os bendiga. Que os ayude. Que San Cecilio nos proteja y nos cuide a todos.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

2 de febrero de 2025
Abadía del Sacro Monte

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