La vida de Juan Coronado, allá por el siglo XVIII, estuvo siempre ligada a la Catedral de la que fue empleado en su condición de artesano, de modo que lo mismo ejerció de pintor de brocha gorda que de artífice de fino pincel.
Autor de los enmarques pictóricos de los altares laterales de la Capilla de Santa Bárbara, desplegó en ellos una considerable imaginación. Sirva de ejemplo la escena donde plasmó la concepción de María. Lo que en arte se conoce como “el abrazo en la Puerta Dorada” y se expresa con Joaquín y Ana enlazados amorosamente, él lo resolvió de forma simbólica en dos tallos de azucenas que, surgiendo de los pechos de los abuelos de Jesús, se unen en una sola flor de donde brota la niña María.
Este tema está basado en el evangelio apócrifo de Santiago y, de manera sutil, su narración sirvió para ejemplarizar el dogma de la Inmaculada Concepción ya que pone de relieve la pureza de Nuestra Señora que, según el sentir de santo Tomás de Aquino, fue santificada por Dios después de ser concebida y encontrándose en el útero materno.