Estamos a las puertas de la Navidad. El reciente Congreso de Hermandades y Piedad Popular que hemos celebrado en Sevilla nos recomienda en la primera de sus conclusiones redescubrir la mirada transformadora de Dios, vivir la experiencia de encuentro con Dios y la contemplación. Este congreso ha mostrado que la piedad popular ofrece un espacio privilegiado para el encuentro con Dios, en el que la veneración de las imágenes, pero, sobre todo, el ejercicio de la liturgia, propicia un verdadero “cruce de miradas” trascendental. En este acto de contemplación, los cristianos reconocen su pequeñez ante el don de la gracia de Dios, capaz de transformar la vida, purificando la visión y orientándola hacia lo esencial y, de esta forma, renovando la relación personal con Cristo, Rostro visible del Padre.
Celebramos el cuarto domingo de Adviento, y la liturgia se centra en la Virgen María, y de forma especial en ella como creyente. La alabanza de Isabel a María, “¡Feliz tú que has creído!”, es como el centro espiritual de la liturgia de esta última etapa en el camino del Adviento, un camino que nos conduce a la adoración del Niño en la falda de su Madre. Este es el punto de llegada de nuestro itinerario de Adviento. La Virgen María vivió de la forma más perfecta la respuesta a Dios, por eso está considerada como modelo de creyente. María acoge el anuncio del ángel y da una respuesta confiada al plan de Dios. Por medio de la fe se confía a Dios sin reservas y se consagra totalmente a la persona y obra de su Hijo. María es bienaventurada porque ha creído. Las palabras de Isabel se aplican al momento culminante de la Anunciación, cuando el Verbo del Padre entra en nuestra historia, asumiendo la naturaleza humana en las entrañas virginales de María, pero también describen todo el camino de fe de María.
Toda la vida de María -que vamos siguiendo con la de Jesús, en el itinerario del año cristiano- nos enseña a asumir los compromisos y dificultades en el itinerario de la fe. No faltan pruebas y sufrimientos para los creyentes, pero no podemos olvidar que la fe madura en la prueba y el sufrimiento. La carta a los hebreos nos lo recuerda con estas palabras; “teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hb 12,1-2). También nosotros, en el momento presente, tanto de forma personal como comunitaria y diocesana, es necesario que fijemos los ojos en Jesús, contemplemos su rostro, tengamos una fe adulta; que vivamos, como María, una espiritualidad que integre la fe y la vida y que tengamos fortaleza y decisión a la hora de dar testimonio de nuestra fe en Cristo.
Nosotros somos discípulos de Cristo, el Siervo de Yahvé que nos ha redimido por los caminos del amor y el servicio, por los caminos de la compasión hacia todos, y de manera especial hacia los más pobres y pequeños. No podemos seguir el camino de Cristo sin hacer de la actitud y práctica del servicio uno de nuestros fundamentos. Por eso en estas fiestas navideñas se espera de nosotros una solidaridad activa con nuestros hermanos y hermanas que lo pasan mal. Cáritas nos lo recuerda en este domingo inmediato en la fiesta de Navidad. Una Navidad que deseo, a todos que la puedan celebrar “con la mirada fija en Jesús” que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre. El tercer eje del congreso ha sido la invitación a recuperar la dimensión contemplativa, especialmente en una sociedad acelerada que a menudo deja poco lugar para el silencio y la meditación. Contemplemos al Niño Dios que ha nacido, que ha venido para salvarnos, para llenarnos de amor, para que formemos una auténtica familia humana, la familia de los hijos de Dios. ¡Santa y feliz Navidad!
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla