Hace años pedí a un joven rumano, Emmanuel Boros, que pintara para la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat de la ciudad de Almería una copia de la escena de la Visitación expuesta en el Museo del Prado de Madrid, obra que en su día fue diseñada por Rafael y ejecutada por su ayudante Giulio Romano con la ayuda del paisajista Giovanni Francesco Penni. El encargo de la obra al joven artista pretendía, además de aportar belleza al templo, ofrecer una catequesis visual sobre esta estampa evangélica que nos recuerda, como escribe tan admirablemente san Lucas, que la vida cristiana es camino y encuentro.
El misterio de la Visitación es central en la espiritualidad cristiana y muestra un estilo evangelizador con olor a Evangelio y a pueblo. La escena no trascurre, como conocemos, en el templo de Jerusalén o en la plaza pública, sino en una casa en la que se vive una situación poco frecuente. Isabel, de edad avanzada, está embarazada de seis meses y no puede ocultar la situación en su entorno, exponiéndose a las burlas y habladurías maliciosas. Zacarías ha quedado mudo durante su servicio sacerdotal en el templo y no puede cumplir con sus deberes, deslegitimado por su discapacidad. En este contexto, María, que ha recibido el anuncio del ángel, se dispone a viajar a Ain Karen al encuentro de su prima Isabel para ayudar en los días finales de un embarazo complicado y también en el parto. Es el encuentro mutuo de dos pobres, los pobres de Yahvéh (anawin), quiénes en su incertidumbre humana, mantienen sus corazones abiertos para esperar todo de Dios. En este contexto san Lucas presenta a María como modelo de creyente. El relato que comentamos ofrece una serie de pinceladas que se complementan en otros textos evangélicos. María es la profetisa, que lleva la Palabra encarnada en su seno y con ello ofrece la salvación y la alegría. En el relato inmediato anterior se presenta a María como esclava del Señor que actúa conforme a la palabra de Dios (Lc 1,38) y en otros lugares Jesús alaba a su Madre como la que oye la palabra y la pone por obra (Lc 8,21; 11,28). Vistos en conjunto, estos diversos textos nos dicen que María es bienaventurada, más que por el hecho biológico de ser madre del Señor, ¡qué ya es asunto importante!, por ser la mujer de fe que acepta confiadamente la palabra, cuyo contenido concreto será encarnar la Palabra, llevarla en su seno, darla a luz y servirla.
En consecuencia, en el texto lucano de la Visitación (Lc 1,39-45), la Iglesia encuentra en María de Nazaret su primer modelo. San Lucas después de narrar las dos anunciaciones, a Zacarías y a María, nos presenta este gran encuentro que comentamos. Ya hemos referido que la incredulidad de Zacarías le dejó mudo y en este momento es su esposa Isabel quien habla. Esta es la hora de las mujeres. Ambas dialogan con un primor especial. Isabel canta la gracia de Dios y presenta a María como la bienaventurada y la primera de las creyentes.
Qué hermosa es la exclamación de Isabel ante aquella primera “exposición del Santísimo”. Visita imprevista que hace exclamar espontáneamente a Isabel: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» San Juan Pablo II habla de María de Nazaret como el primer tabernáculo, imagen y modelo de la primera Iglesia que nace en camino con vocación de encuentro (Carta apostólica Mulieris dignitatem 1988).
María en camino es la estrella de la evangelización. Ella lleva a Jesús en silencio en su seno para santificar a Isabel y la casa de Zacarías. Ha recorrido montañas y sorteado dificultades por caminos inseguros con el propósito de servir. ¡Cuánto hemos de aprender de esta actitud de María de Nazaret! ¡Cuánto ha de aprender la Iglesia de la Virgen! Mons. Jacques Galliot, obispo de Evreux y más tarde de Partenia, con el compartí muchos sueños, recogió la vocación servicial de la Iglesia y del discípulo en su libro con título tan impactante de Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada. ¡Todo un reto!
La Iglesia a las puertas de la celebración de la Natividad de Nuestro Señor mira a María, espléndida en sus virtudes, y la piropea con Isabel: «¡Dichosa tú que has creído! »
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat