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La Conferencia episcopal española ha dado a conocer la nota que trascribo sobre el modo de celebrar este domingo II de adviento y que afecta a la solemnidad de la Inmaculada Concepción: «La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, atendiendo una solicitud de la Conferencia episcopal española, ha dispensado de la observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la solemnidad de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, por lo que en España se celebra este domingo dicha solemnidad. Para ello, y con el fin de no perder el sentido del domingo II de adviento, debe observarse lo siguiente: la segunda lectura de la Misa debe ser la del segundo domingo de adviento; en la homilía debe hacerse mención del adviento; en la oración universal se debe hacer, al menos, una petición con el sentido del adviento, y concluir con la oración colecta del domingo II de adviento». En consecuencia, a tenor de esta disposición, nos hallamos en este domingo ante una celebración extraordinaria que incluye en el II domingo de adviento la solemnidad de la Inmaculada Concepción y, como queda dicho más arriba, la proclamación del evangelio será el pasaje de la Anunciación (Lc 1, 26-38). El texto tan conocido y meditado me permite ofrecerte una pequeña reflexión sobre María y su título hermoso de Inmaculada Concepción. En España esta solemnidad se celebra desde 1644.
Acercarse a la biografía de María de Nazaret se hace difícil principalmente por las escasas referencias que de ella encontramos en los Evangelios. No obstante, de la Sagrada Escritura y la Tradición, deducimos, sin temor a equivocarnos, la grandeza incomparable de una mujer de un pueblo perdido y sin constancia en los mapas de la época, de familia creyente sin igual, a quien no todo le vino resuelto ni se libró de la lucha por la vida y el sufrimiento por el hecho de haber sido elegida y preservada de todo pecado por Dios para que su seno fuera cuna del Salvador. El “hágase” pronunciado al ángel no es una respuesta idealista propia de una adolescente enfervorizada, sino una respuesta consciente de una chica creyente.
En el relato de este domingo se presenta a María de Nazaret como esclava del Señor porque actúa conforme a la palabra de Dios (1,38). Pasado el tiempo Jesús la alabará poniéndola como ejemplo sublime porque sabe escuchar, -“oye la palabra”- y servir -“la pone por obra”- (Lc 8,21;11,28) de tal modo que es bienaventurada, más que por el hecho biológico de ser madre del Señor, por ser la mujer de fe que acepta confiadamente la palabra, cuyo contenido concreto es encarnar la Palabra, llevarla en su seno, darla a luz y poner en la vida de Jesús ese aspecto femenino y maternal tal necesario en nuestras vidas. En nuestra oración del Angelus se recuerda el misterio de la encarnación en tres frases dialogadas: la primera recuerda la anunciación del ángel, la segunda la respuesta de María, la tercera la consecuencia: El Verbo se hizo carne.
El “sí” firme y confiado de María a la voluntad de Dios no hace percibir que Ella es una criatura especial, diferente, hecha de otra pasta distinta a la nuestra, como le llama la tradición con palabras acertadas, la “concebida sin pecado original. Además, “la llena de gracia” es también la llena de virtudes. María, agraciada por Dios, es plenamente humana, plenamente mujer, plenamente cotidiana. En esta cotidianidad Dios sale a su encuentro en un lugar sin nombre como lo era la pequeña aldea de Nazaret.
María convierte cada instante en un lugar privilegiado de encuentro con Dios. Esa es la fuente de la verdadera alegría. La fidelidad en los pasos pequeños y constantes del andar cotidiano cristaliza en su “Si” absoluto que exige una contundencia valiente y generosa. Como escribe Leonardo Boff: «Ella es una humilde, pobre y anónima aldeana, pero en Ella también se encuentra el puño de convergencia de los impulsos vitales femeninos (…) como madre, esposa, hermana y amiga». Todas estas dimensiones incuestionablemente femeninas y cotidianas constituyen el marco perfecto para que María, sin dejar de ser plenamente mujer, sea una colaboradora excepcional y directa con el plan salvífico de Dios y, al tiempo, cimiento de la Iglesia naciente en Pentecostés.
En esta solemnidad me emociona el poema de Gerardo Diego a la Virgen Inmaculada del que extraigo el verso: «El Padre y el Espíritu te eligen / Purísima Excepción – ¡salve! – de Eva».
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat