Hace algunos años tuve la oportunidad de compartir casa con un compañero que era un poco desastre. Si la convivencia ya de por sí resulta difícil dentro de una misma casa, cuando cada uno llega de un ambiente y una educación distinta, puede ser el inicio de las peores batallas campales. Además de los animales humanos que convivíamos era necesario añadir la fauna propia del piso de estudiantes. Rebaños de pelusas que surcaban los pasillos, microorganismos que vivían en las montañas de platos que se acumulaban en la cocina, auténticos cotos micológicos en la bañera o la lavadora, una auténtica reserva de la biosfera. Y eso que nosotros no éramos los más descuidados. Sin embargo, cuando yo me quejaba lo más mínimo o intentaba desahogarme con otros la respuesta era siempre la misma: “Es que él es así”. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Es cierto, él es así.
Nunca entendí esa excusa porque es la excusa de quien no acepta la crítica o se refugia en comportamientos negativos o destructivos, de quien no quiere crecer o madurar, de quien no siente el más mínimo deseo por cambiar o de quien es incapaz de ver que su actitud también molesta a los demás, la excusa del egoísta. Evidentemente aquí hay mucha tela que cortar porque también puede ser que los demás quieran hacernos cambiar en cuestiones de carácter o costumbres que no sean necesariamente negativas. Tal vez a fuerza de predicar sobre la caridad y la misericordia nos hemos centrado en dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al que está desnudo… pero nos hemos olvidado de corregir al que yerra, dar buen consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe o soportar con paciencia los defectos del prójimo.
Estoy persuadido de que este olvido viene propiciado por los medios ingentes que hay que usar. Porque estas obras de misericordia requieren tiempo, paciencia, el uso de medios que no resultan agradables, desgaste personal e implicación auténtica con el otro. Además de que las correcciones no siempre son aceptadas con buen ánimo y no producen la satisfacción inmediata que pueden aportarnos las demás obras de misericordia. El otro problema es la mala comprensión de la libertad. Cuando esta se dirige a cualquier objeto menos a la realización del bien, deja de ser el instrumento útil del que Dios nos ha dotado para convertirse en la fuente de las esclavitudes más denigrantes. Hemos sido creados para el bien y no hacer lo posible para animar a los demás a que descubran esta verdad, creciendo ellos también, es dar al traste con nuestra entera existencia.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera