El profesor de los centros teológicos Manuel Plaza Fernández invita a profundizar en el Evangelio de este I Domingo de Adviento, según Lucas 21, 25-28. 34-36.
Nos pasa en demasiadas ocasiones que nuestro corazón se embota de las inquietudes de la vida. La rapidez con la que se suceden los acontecimientos y la vorágine de actividades que tenemos que hacer nos despistan de lo que realmente es importante.
Este tiempo de Adviento que comenzamos y que Dios nos regala no es una excepción. Los preparativos de comidas y cenas, los espectáculos de luz y sonido que son preparados en casi todas las ciudades, los encuentros con amigos y familias o las compras “obligadas” como si no hubiera un mañana nos embotan el corazón y la mente. Menos mal que el tiempo de Dios no es nuestro tiempo.
El Adviento es el tiempo de la esperanza para el hombre, es la parada obligada durante el año para encontrarnos con nosotros mismos y con los demás desde lo más íntimo de nuestro corazón. Es el “Kairós”, el tiempo de Dios que se mete entre medias del “cronos” y que llega para ofrecernos en medio de nuestro vivir diario la oportunidad de alzar la cabeza y esperar nuestra auténtica liberación. Debemos sincronizar nuestro reloj con el de nuestro Padre Dios y seguro que empezaremos a ver las señales de un mundo nuevo, para poder mantenernos en pie ante el Hijo del hombre.
Ojalá en este tiempo que comienza estemos despiertos para acoger a Dios que llega para aumentar nuestra humanidad y que nos demos cuenta de lo que es importante en la vida.