Sorprendente final el del año litúrgico. Llegamos con la Iglesia a la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, celebración que lleva a su término el recorrido anual por los misterios de la vida de Cristo. Para terminar el ciclo del año, la liturgia no nos lleva al triunfo definitivo de la resurrección, ni a la exaltación gloriosa de la ascensióno de pentecostés. Para alcanzar la cima del año litúrgico, la Iglesia nos lleva al momento trágico de la pasión: Jesús, azotado,maltratado y humillado, como cordero llevado al matadero, es entregado por las autoridades judías a Pilatos, quien le interroga. ¿Eres tú el rey de los judíos?
El evangelista san Juan refiere que, después de la multiplicación de los panes y los peces, el gentío quiso llevarse a Jesús para proclamarlo rey. Sabiendo lo que sucedía, se retiró otra vez a la montaña él solo (Jn 6, 15). Ahora, sin embargo, ante el gobernador romano, después del abandono incluso de los más cercanos y condenado por los sumos sacerdotes, Jesús declara: Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz (Jn 18, 37).Cuando ya no hay lugar para interpretaciones equivocadas que pretenden hacer de Jesús un leader al estilo de los poderosos de este mundo, el Salvador de todos se muestra como rey. Mi reino no es de este mundo, le dice a Pilatos.
En el misterio de la pasión se desvela el auténtico sentido del título Rey dicho de Cristo. El ángel en la anunciación había presentado a Jesús, el Hijo de Dios, como rey (cf. Lc 1,32-33). Jesús mismo se presenta como Rey en la parábola del juicio final (cf. Mt 25,31-40): a la vez que se revela como Juez se identifica con los más pobres, los que tienen hambre y sed, carecen de casa o de lo necesario para llevar una vida digna. Y ahora, ante Pilatos, cuando a los ojos del mundo aparece derrotado, se declara rey sin ambages. El Rey de reyes y Señor de señores enseña con su vida lo que anuncia con sus palabras: vencerá la muerte muriendo; derrotará el pecado con la mayor ofrenda de amor; reinará humillándose hasta la muerte y muerte de cruz. Lección inconmensurable de humildad infinita: no hay redención sin abajamiento hasta el extremo, no hay salvación sin humildad ilimitada. La soberbia del Maligno es vencida con la humildad infinita del Hijo.
Lección refulgente de la Iglesia en la conclusión del año litúrgico: la señal inequívoca del verdadero seguimiento de Cristo es la humildad. Acompaña a Cristo en los misterios de su vida, quien recorre con Él el camino de la humildad creciente: “no ser, no querer ser, pisotear el yo e incluso enterrarlo si fuera posible”. Así lo entendieron Santa Ángela de la Cruz y el Beato José Torres. Así lo han vivido los santos.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez