Con este domingo XXXIII acabamos el tiempo ordinario del ciclo B. El Papa Francisco ha querido unir a este domingo la Jornada Mundial de los Pobres, que este año cumple su octava celebración, con el lema «la oración del pobre sube hasta Dios», tomada del libro del Eclesiástico.
La liturgia nos propone para este domingo la última enseñanza pública de Jesús antes de su Pasión (13,24-32). Cuando san Marcos escribe su Evangelio habían tenido lugar acontecimientos dramáticos tan significativos como la destrucción del templo y la primera persecución de los cristianos en Roma. La comunidad cristiana, a consecuencia de tanto desastre, está abatida y confusa; necesita saber, necesita escuchar una palabra de aliento que acabe con sus temores y lamentos para encontrar sentido al presente y mirar hacia el futuro sin temor. Los discípulos de Jesús viven afectados por esta situación tan poco ilusionante de tal modo que no es raro que se hable en los mentideros de la época de que “el fin está cerca”.
En efecto, el pasaje, usando un lenguaje simbólico describe la situación de la humanidad que ha caído en el olvido y la lejanía de Dios. En el cataclismo cósmico el sol y la luna, los astros mayores, representan a los valores del paganismo que se enorgullece y diviniza su poder en las estrellas y las potencias del cielo. En este contexto el sistema ideológico-religioso perderá crédito, expresado en la imagen del oscurecimiento del sol y luna, que provocará la caída progresiva de los regímenes legitimados por él. En esta situación terrible de falta de esperanza aparecerá el Hijo del hombre que decidirá el curso de la historia. Éste llegará, después del eclipse de los falsos dioses y la caída de los poderes opresores, para salvar en la historia. Su acción se llevará a efecto sin grandes acciones divinas portentosas sino mediante la humildad del brote que, sin hacer ruido, estalla en primavera para llenar de color y vida su entorno.
No hay duda de que el final de los tiempos llegará. Pero también hemos de tener conciencia de que los poderes de este mundo tienen los días contados. La nueva era ya ha comenzado, hay brotes tiernos que anuncian la renovación de toda la creación. El asunto será conocer el cuándo de la llegada de esa primavera total que, sin quitar el protagonismo a la acción de Dios, habrá que “forzarla para, para que pueda ser”, como en su día cantaba José Antonio Labordeta, con la convicción personal de que “esa hermosa mañana. Ni tú, ni yo, ni el otro, la lleguemos a ver”.
La explosión de la primavera, la victoria sobre los hielos del invierno y el verdor de las nuevas hojas, son anuncio de salvación para toda la humanidad: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Este dicho lapidario confirma la certeza profética de la destrucción de la nación judía y la novedad plural y universal de la entrada en el grupo de seguidores de Jesús de gentes de todos los pueblos de la tierra.
Si miramos en la actualidad al interior de la Iglesia, a nuestras parroquias y grupos cristianos, la situación tampoco es muy halagüeña, porque se percibe el mismo tono de inquietud y tristeza que aquellos primeros cristianos. El Evangelio nos invita a hacer el ejercicio de abrir los ojos para contemplar los signos de los tiempos y los valores evangélicos, brotes de nueva vida, que preparan la llegada del Reino de Dios, y que siembran esperanza.
La parábola de la higuera recoge también la sabiduría del pueblo. Los que la miran a bulto corren el peligro de ver solo un árbol muerto, viejo o caduco. Pero si la miramos con atención, aunque estemos en invierno, descubriremos la savia que discurre por dentro de su tronco seco y que, llegada la primavera, se manifiesta en las yemas y en los botones que se abren llenos de fruto. Igual ocurre en la Iglesia. Si nos quedamos en una mirada fría y lejana descubriremos los pámpanos del invierno y olvidaremos el estallido de las yemas en primavera. ¡Cómo cambian las personas y los acontecimientos cuando nos sentimos implicados y miramos a los demás, al mundo y a la Iglesia con amor!
Por tanto, el pasaje de este domingo viene a iluminar, a derramar luz y ánimo a nuestras vidas, no a asustar ni especular sobre el cómo y cuándo del futuro. Desde el corazón nos enseña a mirar, a escuchar, a esperar: “Cuando veáis suceder esto sabed que él está cerca”.
Manuel Pozo Oller
Párroco Montserrat