El mes de noviembre comienza el día 1 con la celebración de Todos los Santos, que ya gozan de la gloria de Dios para toda la eternidad. “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven tal cual es” (CEC 1020). Eso es el cielo: la vida perfecta con la Santísima Trinidad, la comunión de vida y de amor con la Virgen María, con los ángeles y con todos los bienaventurados. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (CEC 1022). “Ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene reservado para los que le aman” (I Cor. 2, 9)
Inmediatamente, el día 2, noviembre rememora a nuestros Difuntos, cuyo recuerdo, a su vez, nos sitúa ante los novísimos y postrimerías: muerte y juicio, con el resultado final de infierno y gloria. Pero, mientras que el infierno es definitivo, sin vuelta atrás para los que rechazan a Dios, en cambio, para los que han muerto en paz con Él hay una oportunidad de purificación para alcanzar definitivamente la gloria, que es el Purgatorio (CEC 1030-1031). Por ellos se ofrecen sufragios, la eucaristía y las indulgencias. Se acude a la Santísima Virgen y a los santos, cuya intercesión ante Dios aparece representada en los cuadros y altares de Ánimas que hay en muchas iglesias.
Iconográficamente podemos establecer varios grupos, conforme al protagonista más destacado en su intercesión ante la Trinidad. En uno, preside la figura de Cristo, en la cruz, que aplica a las almas los méritos infinitos de su sacrificio y su renovación en el sacramento eucarístico. En otro, es el arcángel San Miguel, que acompaña a las almas al cielo. En un tercer grupo, la Virgen María es la figura central en la purificación de las almas. Aportamos ahora un ejemplo de la iconografía cristológica, y otro de la de San Miguel como figura central.
Cristo crucificado, Fuente de la vida, en Zufre
En Zufre disfrutamos de un interesantísimo cuadro de Ánimas, de una gran riqueza teológica y de no menor belleza artística, de escuela sevillana, posiblemente de Alonso Miguel de Tovar, de hacia 1715. El tema central es la suma de dos tipos iconográficos: Cristo “Fuente de la vida” y la Trinidad como “Trono de la gracia”. Cristo crucificado es sostenido por Dios Padre y el Espíritu Santo. De sus llagas brotan ríos de sangre, que son recogidos en cálices por ángeles y por una fuente ornamental, que sirve de base a la cruz. A su derecha, la Virgen María envía leche de su pecho. A su izquierda, San Miguel viste con atuendo militar, como vencedor de Satanás. En el plano inferior están las ánimas en el fuego purificador, entre ellas las cabezas coronadas de un rey y de un papa. Algunos rostros parecen verdaderos retratos contemporáneos. Sobre ellos se derrama la sangre de Cristo y la leche de la Virgen, al tiempo que unos ángeles abrevian el tiempo de la purificación por medio de las devociones del rosario y del escapulario carmelitano. Como curiosidad, anotemos que en 1728 el Visitador general del Arzobispado ordenó que “compongan desde luego el lienzo de pintura que está en su altar borrando las figuras indesentes que ai en él”, lo que se realizó elevando la altura de las llamas. Ha sido restaurado en 2020 por Inmaculada Garrido Márquez.
San Miguel y las Ánimas benditas, en Villablanca
El cuadro de Ánimas, de Villablanca, de fines del s. XVIII, está centrado en la figura de San Miguel, conforme reza el ofertorio de la misa de difuntos: “Señor Jesucristo, Rey de la gloria, libra las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno […] Que San Miguel las presente ante la luz santa”. En iconografía se le denomina “psicopompos”, como conductor o acompañante de las almas al paraíso. El autor del cuadro compone la escena del Purgatorio en varios planos. En la cumbre, la Santísima Trinidad en el Trono de gloria: el Padre, caracterizado como el “anciano de muchos días”, con el cetro y el nimbo triangular, el Hijo con manto rojo y mostrando la cruz salvadora, y el Espíritu Santo bajo forma de paloma. El plano intermedio se compone en equis o aspa, teniendo como figura central a San Miguel Arcángel, que ya ha pesado las almas y blande la espada con la que ha vencido al demonio. Ante las divinas Personas interceden los santos más cercanos, la Virgen María y San José; más abajo, Santo Domingo con el rosario y San Francisco con el cordón. Finalmente, en el plano inferior, las ánimas son auxiliadas por los ángeles. Unos aplican los méritos de la pasión de Cristo, representados por el cáliz y por las “arma Christi”, la corona de espinas, la lanza, la esponja, el guante de la bofetada. Otro ofrece la bula de las indulgencias a un rey que lleva el escapulario con la cruz trinitaria. Otros suben ya a los purificados a la gloria del cielo. En las llamas quedan las ánimas, representadas en varios planos lumínicos. Entre ellas puede verse una mitra episcopal y una corona real. Finalmente, podemos observar los tres niveles de luz y de color: el dorado en la gloria, el gris de las nubes y el rojo oscuro en la base. El lienzo ha sido restaurado por Lidia Calvo Lagares en 2007.
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