El último mes del año litúrgico se abre con dos celebraciones que ponen las realidades últimas ante nuestra mirada de fe. El primer día, la Solemnidad de Todos los Santos, día en que veneramos en una sola celebración los méritos de todos los que ya gozan de la bienaventuranza eterna, la asamblea de los santos, la Iglesia triunfante. El segundo día, la Conmemoración de los fieles difuntos, petición de la Iglesia peregrina en favor de quienes habiendo muerto en caridad reciben la purificación final previa a la comunión en Dios de los bienaventurados. De esa forma, cuando avanzamos hacia la celebración de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, coronación del año litúrgico, la realidad completa de la Iglesia aparece mostrándonos la triple situación de sus hijos: los santos de la Iglesia triunfante, los fieles difuntos de la Iglesia purgante y los fieles que aún vivimos en este mundo formando la Iglesia peregrinante. Acudimos a la intercesión de los santos, pedimos por nuestros difuntos y permanecemos vigilantes tomando conciencia de nuestra condición peregrina. La única Iglesia en tres estados, en la comunión sostenida por el amor de la Santísima Trinidad. Mientras caminamos en este mundo nos sostiene la ayuda de los santos,podemos sostener con nuestra oración a quienes ya han fallecido, y caminamos seguros en la esperanza de la vida eterna que nos aguarda.
Misterio insondable de comunión: en el plan del Señor no está que nos salvemos solos. Deslumbrante es la belleza de la Iglesia que refleja la comunión santísima del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Abrumadora la constatación diaria de que la vida de cada persona en la Iglesia está sostenida por la comunión en Dios de todas. Dolorosa la comprobación de que los errores y pecados de uno hieren y dañan a todos.
Y al llegar el Domingo, Jesucristo sale a nuestro paso y nos deja como palabra de vida la respuesta a un maestro de la Ley que le pregunta cuál es el primer mandamiento de todos: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Con su respuesta, Jesús, recuerda lo ya conocido para todo israelita, pero con dos novedades fundamentales:el cumplimiento de los mandamientos requiere, como condición indispensable, actitud de escucha, pero no de escucha individual o aislada, sino escucha en la comunión del pueblo elegido (“escucha, Israel”, el Señor “nuestro Dios” dice Jesús); y, segunda gran novedad, el mandamiento principal es inseparable del segundo, el amor al prójimo.
Pidamos al Señor crecer cada día más en amor a la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, pues solo en la Iglesia y con la Iglesia podremos vivir plenamente la novedad imperecedera del amor a Dios y al prójimo, gozaremos de la intercesión de los santos, oraremos eficazmente por nuestros difuntos y nos mantendremos vigilantes y preparados para el encuentro definitivo con el Señor.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez