Este capítulo diez, el evangelista Marcos lo cierra con la curación de un ciego, con nombre propio, Bartimeo. La ceguera era y es una enfermedad muy común en el Oriente Próximo, siendo las causas el desierto, el polvo, la falta de higiene y el extraordinario resplandor de la luz solar. Por eso Jesús, como se observa en los evangelios, hubo de conocer a muchos ciegos.
Los ciegos eran una estampa social de la miseria, la marginación, el desamparo y la desesperanza, pues la mayoría de estos enfermos no tenían otra salida que la mendicidad y vivir de la caridad, dependiendo de los demás.
Jesús se encuentra en la etapa final de su viaje, ya próximo a Jerusalén, a la salida de Jericó, y en la orilla del camino hay un ciego, sin luz, con falta de orientación, sentado, cansado, y sin una trayectoria en la vida. Sin embargo, en su interior hay una gran fe que le motiva a llamar la atención de Jesús a gritos, pidiéndole ayuda.
Jesús reacciona con una pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Se trata de la misma pregunta que hace a los hijos de Zebedeo cuando estos también acuden a él para pedirle ayuda. Sin embargo, las respuestas no son iguales. Los dos hermanos piden sentarse junto a Jesús, en los primeros puestos, mientras que Bartimeo, cansado de estar sentado, pide poder unirse como discípulo al camino de Jesús. Los primeros son los verdaderos ciegos, con poca fe, que no han entendido el mensaje de Jesús sobre la entrega y el servicio, mientras que Bartimeo es un ejemplo de conversión y transformación de vida, de un verdadero discípulo. Bartimeo no creyó por haber sido curado, sino que fue curado por haber creído.
Emilio J., sacerdote