¿Qué haríamos si nos dijeran que Jesús pasa a nuestro lado? Los evangelios refieren momentos de la vida de Cristo con la reacción de algunos de sus contemporáneos al paso de Jesús. Entre ellos, es especialmente iluminador el encuentro con el mendigo ciego de nombre Bartimeo.
El evangelista san Marcos ofrece algunos datos sobre este mendigo, además de su nombre: pedía limosna al borde del camino, a la salida de la ciudad de Jericó. Su ceguera le impide ver a Jesús, pero el ruido de quienes le acompañan despierta su atención. En cuanto sabe que es Cristo que pasa, empieza a gritar entonando una plegaria humilde e insistente: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Cuando la gente lo increpa para que calle, su grito se hace aún más fuerte, hasta que consigue que Jesús se detenga y lo llame. Entonces, dando un salto, se acerca a Él, escucha su palabra y le presenta su petición: Maestro, que recobre la vista. La respuesta de Jesús, le cambió la vida: Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Con este pasaje evangélico, la Iglesia, a través de la Liturgia, nos introduce en la recta final del año litúrgico. Apenas cuatro semanas nos separan de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, con la que se corona un año de gracia en que se nos regala la oportunidad de acompañar a Jesús en los misterios de su vida, para caer en la cuenta de que es Él, en realidad, Quien se ha hecho nuestro compañero en el camino de la vida. Hasta el último momento se nos ofrece la oportunidad de encontrarnos de forma viva con Jesús y seguirle. De ahí la importancia de la pregunta: ¿qué haríamos si nos dijeran que Jesús pasa a nuestro lado? En el pasaje evangélico del ciego Bartimeo tenemos lecciones capitales de valor eterno. Retengamos, al menos, tres: la misericordia de Jesús, la actitud del ciego y la fuerza de la fe.
Ante todo, Jesús nunca pasa de largo ante quien le busca con sincero corazón. Por muy alejados que nos encontremos, al borde del camino y fuera de la ciudad, como Bartimeo, Jesús oye siempre nuestra oración. Ni siquiera el tumulto de quienes ahogan nuestra voz ni la ceguera profunda que nos impide ver al Señor, son obstáculo para que Jesucristo nos escuche.
La actitud de Bartimeo es escuela de humildad. No le faltan limitaciones e impedimentos, pero el solo saber que Jesús está cerca, le hace levantar su oración desgarrada en forma de grito. Cuanto mayor es su grito, más firme es su confianza. No desesperemos nunca: por oscura que sea nuestra ceguera y marginal nuestra postración, basta la súplica confiada, humilde y constante para ser escuchados por el Señor.
Finalmente, es lección siempre necesaria recordar la fuerza de la fe. La fe salva cuando descansa en la misericordia divina.
No desaprovechemos el paso de Jesús por nuestra vida. Reconozcamos su presencia donde nos ha prometido que lo encontraremos: en la eucaristía y en los sacramentos, en la comunión de su Iglesia, en su Palabra viva, y en tantos pobres al borde del camino con los que Jesús se identifica.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez