REAVIVAR NUESTRA ESPERANZA
A los presbíteros, diáconos, seminaristas,
personas consagradas y fieles laicos
de la Diócesis
Queridos hermanos:
Nos disponemos a afrontar un nuevo curso pastoral renovando nuestra confianza en la promesa del Señor Jesús: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). De esta certeza debemos sacar un renovado impulso, personal y comunitario, para la vida cristiana.
Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” (Hch 2,37).
El tiempo pastoral que iniciamos viene marcado por dos acontecimientos, que hemos de vivir en comunión con toda la Iglesia. El primero es la conclusión del Sínodo sobre la Sinodalidad. En octubre se celebra la segunda asamblea sinodal, la cual concluirá con un Documento Final, que abarcará todo el proceso realizado hasta ahora, y se presentará al Papa, quien ofrecerá a toda la Iglesia las orientaciones que estime convenientes. Sin duda, que el modo sinodal, caminar juntos, debe inspirar nuestro quehacer en la Diócesis y en las parroquias.
El segundo evento, que concentrará la atención de la Iglesia en los próximos meses, será el Jubileo del Año 2025, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Comenzará en la Diócesis el domingo 29 de diciembre de 2024 y finalizará el domingo 28 de diciembre de 2025. En la bula de convocatoria del Jubileo “Spes non confundit”, “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5), el Papa invita a vivir este tiempo de gracia bajo la perspectiva de la esperanza cristiana. La esperanza constituye el mensaje central del próximo Jubileo.
En tercer lugar, en la Diócesis, comenzamos a implantar el nuevo Directorio diocesano de la Iniciación Cristiana, en la senda de las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2022-2027. “Él va por delante de vosotros” (cf. Mt 16,7). Entendemos que la preparación a los sacramentos de la iniciación cristiana –Bautismo, Confirmación y Eucaristía- es un cauce necesario para aplicar la renovación misionera que nuestra realidad pastoral requiere.
Estos tres hechos que marcan el curso pastoral 2024-2025 nos permiten señalar los siguientes objetivos:
- Valorar los Consejos Pastorales y Económicos Parroquiales como práctica concreta de la sinodalidad en nuestras parroquias.
- Reavivar y testimoniar nuestra esperanza en la celebración del Jubileo del Año 2025.
- Afrontar la implantación del nuevo Directorio Diocesano de la Iniciación Cristiana, como cauce de una pastoral misionera.
A tenor de esto, deseo ofreceros una breve reflexión sobre los temas señalados, que configuran el nuevo curso pastoral.
1.- Los Consejos Pastorales y Económicos Parroquiales como práctica concreta de la sinodalidad en nuestras parroquias.
Durante el curso anterior nos hemos ido ocupando en constituir estos Consejos en las parroquias que carecían de ellos y animarlos donde ya existían. Agradezco este esfuerzo y os exhorto a continuar con voluntad en esta labor, a fin de que, en cada parroquia, y si son pequeñas, agrupadas, se pueda contar con esta estructura pastoral.
El papa Francisco dice que el Año jubilar puede ser una oportunidad significativa para concretar la forma sinodal de la comunidad cristiana, de tal modo que todos los bautizados, cada uno con su propio carisma y ministerio, sean corresponsables de la urgente misión de evangelizar que tiene la Iglesia (cf. Spes non confundit, 17). Ciertamente, “Todo el Pueblo de Dios es el sujeto del anuncio del Evangelio. En él, todo bautizado es convocado para ser protagonista de la misión porque todos somos discípulos misioneros” (Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia del 2 de marzo de 2018, n. 53).
Esto exige la implicación de las parroquias. Si las parroquias no son sinodales y misioneras, tampoco lo será la Iglesia. Por esta razón hemos abordado la formación de los Consejos Pastoral y Económico de la parroquia, configurándolos según el Estatuto Marco aprobado el 20 de febrero de 2023. No se trata, por tanto, de incrementar las estructuras de las parroquias, sino de estimular el compromiso misionero al que estamos llamados, viviendo la unidad y la diversidad propias de la Iglesia. En este sentido, el Consejo Pastoral Parroquial podría llamarse, también, Consejo para la evangelización en la parroquia.
Perseguimos el propósito de las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2022- 2027: Que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera. (cf E.G. 15, 25). Se trata de actualizar el envío misionero de Jesús: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.” (Mc 16,15). Como hemos repetido muchas veces, es decisivo para la Iglesia diocesana acrecentar nuestra responsabilidad misionera, de manera que todos nos convenzamos de que cada parroquia, comunidad eclesial, familia y bautizado es responsable del anuncio misionero del Evangelio en nuestros pueblos y barrios de la ciudad. La comunidad parroquial debe estar comprometida en la evangelización, particularmente, del territorio que abarca su feligresía. De este modo practicaremos la sinodalidad para la misión.
Los pastores debemos vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación. Con ocasión del encuentro internacional de párrocos, celebrado bajo el título: Los Párrocos por el Sínodo. Un encuentro internacional los días 28 de abril al 2 de mayo pasado, el papa Francisco pedía a los sacerdotes adecuar su ministerio a las exigencias de una Iglesia sinodal misionera. Para ese fin, formula unas recomendaciones: primero, urge descubrir, animar y valorar “los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados” (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 9). Segundo, aprender y practicar el discernimiento comunitario, valiéndose para esto del método de la “conversación en el Espíritu”. Practicado en el Consejo pastoral parroquial permitirá ir más allá de la simple programación de actividades. Y tercero, experimentar el intercambio y la fraternidad entre los presbíteros y de éstos con el obispo, porque no seremos capaces de suscitar comunión y participación en las comunidades parroquiales si no las vivimos, en primer lugar, entre nosotros.
Tenemos que superar la idea de que atender la parroquia es casi únicamente tener un buen horario de misas y, en el mejor de los casos, atender puntual y generosamente a los fieles en el confesionario. Eso está muy bien, pero el párroco con el Consejo pastoral parroquial tiene que elaborar un programa de evangelización y, contando con su colaboración, ocuparse de esta misión. Por este motivo, la formación integral –doctrinal y moral, espiritual, sacramental y comunitaria- de estos laicos misioneros tiene que ser la primera preocupación del pastor de la comunidad.
Como materia de reflexión para el Consejo Pastoral Parroquial y para la formación permanente que se lleva a cabo en los encuentros de arciprestazgos, se propone estudiar y dialogar sobre la Instrucción de la Congregación para el Clero, La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia (20 de julio de 2020).
En este sentido, también es importante el papel del Consejo de Asuntos Económicos, que presta su ayuda al párroco en la administración de los bienes de la parroquia. Sabemos que la Iglesia necesita de bienes temporales para el mantenimiento de los templos dedicados a la celebración del culto divino, para la honesta sustentación del clero, para llevar adelante su misión evangelizadora y para la caridad, sobre todo con los más pobres.
La Conferencia Episcopal Española está animando a las diócesis a crear las llamadas Oficinas de Sostenimiento, con el fin de avanzar hacia la autofinanciación de la Iglesia. Nosotros la hemos creado en la Diócesis. Esta oficina junto con la Administración diocesana quiere ayudar y orientar a los Consejos económicos de las parroquias, de tal forma que también ellas puedan mejorar su financiación al servicio de la evangelización.
2.- Reavivar y testimoniar nuestra esperanza en la celebración del Jubileo del Año 2025.
Que el Jubileo del 2025 sea un tiempo para reavivar la esperanza, es el propósito del papa Francisco al convocarlo. La esperanza cristiana tiene una clave cristocéntrica: el Señor Jesús es la “esperanza nuestra” (1Tim 1,1). Así, recordando una vez más las palabras de san Juan Pablo II, podemos decir que el programa esencial del Año jubilar “se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” (Novo Millennio Ineunte, 29).
La esperanza cristiana no se identifica con el optimismo, que es un asunto distinto. El optimismo da por hecho que, antes o después, todo irá mejor automáticamente. Los cristianos no compartimos, sin más, esa perspectiva naturalista, no nos hacemos tantas ilusiones. Vivimos en una cultura que mantiene una obstinada negativa a ver algo más allá del horizonte de esta vida terrenal. No son pocos los jóvenes y adultos que viven ajenos a las realidades espirituales, al servicio a los demás y a otra clase de valores humanos, centrándose casi exclusivamente en el consumo materialista y la seguridad económica como principales guías de sus vidas. Las adicciones y el consumo de sustancias de todo tipo son una parte central de su cultura. Ni se preocupan ni invierten en el mundo que les rodea, y tampoco esperan gran cosa de él. Muchas personas a nuestro alrededor parecen dispuestas a creer en cualquier cosa antes que abrirse a la posibilidad de Dios. “Cualquier cosa menos Dios”, parece ser el lema de la secularización que padecemos.
Pero no sirve de nada quedarse en la lamentación por las creencias espirituales y morales de esta época que nos toca vivir. Más bien, hemos de pensar que esta época está esperando con ansia nuestro fiel y coherente testimonio de vida cristiana. Nuestra forma de vida configura nuestro entorno, no solo el espiritual, sino también el social. Sólo cuando aprendemos a llenar nuestro corazón de algo más que el ruido, las distracciones y el dinero para el ocio de esta sociedad, entonces el mundo empezará a cambiar. Con frecuencia olvidamos que el problema real del mundo es mayor que el aborto, el cambio climático o la desestructuración de la familia, y mucho más persistente. El verdadero problema del mundo somos nosotros, son nuestros pecados.
Sin embargo, cuando el Papa Francisco, en su primera Exhortación Apostólica, nos llamó a volver a la “alegría del Evangelio”, nos recordó también que tenemos muchos motivos para mantener la esperanza (cf. Evangelii Gaudium, 10). La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar las razones para la esperanza. “La esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5). Las Escrituras son el testimonio de una historia que se repite una y otra vez: el amor de Dios al hombre, la infidelidad del hombre a su Creador y la misericordia de Dios que, en ese momento, lo convoca de nuevo a su amistad.
Sin una fe bien fundada, no viviremos la esperanza, porque no tendremos motivos para confiar en el futuro. Y sin esperanza, nos encerramos cada vez más en nosotros mismos, perdiendo la capacidad de amar. Esto exige de todos nosotros –sacerdotes y laicos- una mayor confianza en Dios, en el poder de la gracia y con ella en la capacidad que tenemos para vivir realmente con alegría el modelo de vida en el que cree la Iglesia, según los Mandamientos de Dios y las Bienaventuranzas.
Como cristianos estamos aquí para proclamar “la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta” (cf. Gaudium et spes, 3) y hacer del mundo un lugar mejor, trabajando para hacer presente el Reino de Dios. Por este motivo, nunca debemos olvidar “que aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura” (Heb 13, 14). Afirmar ese futuro también forma parte de nuestro testimonio de la esperanza cristiana. Los creyentes sabemos que Jesús resucitó en entre los muertos para que nos uniésemos a él en su victoria; y que volverá en toda su gloria al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos. Y esa victoria de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte es el fundamento de nuestra esperanza. Los cristianos sabemos que la historia no sigue un simple dinamismo terrenal, sino que Dios ha introducido en ella, por la Encarnación del Verbo eterno, un dinamismo de gracia y de salvación. Sabemos que terminará con el triunfo y el banquete nupcial del Cordero. Así la verdadera esperanza cristiana es fruto de la fe y simiente para la caridad.
El Catecismo de la Iglesia Católica -siempre nos hará bien volver a este texto para comprender nuestra identidad cristiana- sintetiza de este modo lo que es la esperanza: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo.” (n 1817) La esperanza cristiana tiene categoría de virtud, lo que significa que no se reduce a simple sentimiento, ni tampoco se identifica con una ordinaria actitud de optimismo. La esperanza solo es tal cuando tiene los ojos abiertos ante todo lo que la pone en entredicho. Además, es una virtud teologal, un don del Espíritu Santo que nos posibilita hacer y esperar aquello que no podríamos por nuestra cuenta. Es algo que recibimos de Dios como un don, y se basa en Dios que es amor y en la verdad sobre Jesucristo.
Es muy importante volver a sentir y anunciar la perspectiva escatológica inherente a la esperanza cristiana, a fin de que abramos nuestra historia al horizonte de la vida eterna (cf. Jn 6,54) y superemos la fijación en lo meramente intramundano. La Iglesia no puede presentar su misión únicamente como una propuesta ética y de valores, sino que debe hacerlo como instrumento de la relación salvadora con Dios (cf. 2Cor 4,18). Si únicamente se manifiesta como una asociación con fines humanistas y como tal es percibida, la Iglesia se hace a sí misma superflua a largo plazo, y, sobre todo, sería infiel al Evangelio recibido y dejaría de ser portadora de esperanza.
En nuestra cultura se ha producido una sustitución de la idea cristiana de la salvación por el deseo de una felicidad inmanente y un bienestar de carácter material. De este modo, la esperanza de los bienes futuros queda reemplazada por un optimismo utópico, que confía en que el hombre podrá alcanzar la felicidad mediante el desarrollo científico o tecnológico. Cuando se experimenta que la prosperidad material no asegura esa felicidad, esta se busca en un subjetivismo cuyo objetivo es llegar a estar bien con uno mismo. Se produce una mundanización de la salvación y se pierde el horizonte de eternidad que impregna la existencia humana. (cf. Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 42,3). Orientaciones doctrinales sobre la oración cristiana, 28 de agosto de 2019).
Sin el horizonte de la vida eterna, como decía el cardenal Kasper (cf. La Misericordia. Clave del Evangelio y de la Vida Cristiana. Santander, 2013, p.199), nuestro mundo caería en un inmanentismo inmisericorde, que exige la justicia perfecta y la felicidad plena aquí y ahora. Así, la vida se torna exigente y abrumadora. La injusticia nunca podrá ser eliminada por completo y la misericordia y el amor nunca podrán ser plenamente realizados en este mundo. Sólo la esperanza en la justicia divina y en la reconciliación escatológica asociadas a la resurrección de los muertos hace realmente digna de ser vivida la existencia en este mundo.
En este sentido, se resalta la apertura a Dios como fuente de la verdadera esperanza por Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi: La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30) (n. 27).
El Jubileo del 2025 nos ofrece una oportunidad singular para alimentar y robustecer la verdadera esperanza cristiana. La peregrinación expresa un elemento fundamental del acontecimiento jubilar. Ponerse en camino, personalmente o en grupo, hacia las iglesias jubilares es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida caminando al encuentro del Señor.
Señalo a continuación cuáles serán las Iglesias jubilares en la Diócesis: La Santa Iglesia Catedral de la Merced y el Santuario Diocesano de Nuestra Señora de la Cinta en la vicaría de la Ciudad, el Santuario Nacional de Nuestra Señora del Rocío en la vicaría del Condado, el Santuario de la Virgen de la Peña en la vicaría de la Costa y Andévalo, y el Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Los Ángeles en la vicaría de la Sierra y Minas. Todas estas Iglesias se ofrecen como oasis de espiritualidad en los cuales revitalizar el camino de la fe y hacer la experiencia jubilar.
También, el Jubileo es tiempo propicio para acercarse al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión. Para vencer el mal y apartarse de él no es suficiente nuestro esfuerzo, se necesita la ayuda del amor más grande, el amor de Dios. A este respecto, nos dice el papa Francisco que “el perdón es un nuevo comienzo, nos hace criaturas nuevas, nos hace ser testigos de la vida nueva” (Homilía, 29de marzo de 2019).
Junto con la Eucaristía, los cristianos tenemos que identificarnos entre nosotros mismos y ante el mundo como aquellos que se sienten perdonados por Dios, que se perdonan entre sí y están dispuestos a perdonar a sus enemigos. El arrepentimiento, la penitencia, el perdón, vividos como estilo de vida y como celebraciones sacramentales son características esenciales de la comunidad cristina y de la vida personal de cada uno. Sin la recuperación del sacramento de la Penitencia con absoluta seriedad, no habrá eucaristías fervorosas, ni santidad de vida, ni empeño por evangelizar. El abandono de este sacramento es uno de los peores síntomas del enfriamiento religioso que con frecuencia advertimos dentro de la Iglesia.
Durante el Año Jubilar 2025 en todas las parroquias y comunidades se deberían dedicar algunos días de catequesis sobre el sacramento de la Penitencia. Para ello podemos volver sobre la exhortación apostólica post- sinodal “Reconciliación y Penitencia” de san Juan Pablo II. Al mismo tiempo, para la formación permanente en los arciprestazgos se propone estudiar y dialogar sobre el documento de la Congregación para el Clero titulado “El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la misericordia divina”, a fin de que en el Jubileo redescubramos el sacramento de la Reconciliación, tanto en calidad de penitentes como en calidad de ministros. Procuremos también que en todas las parroquias e iglesias haya un confesionario, un espacio dispuesto para celebrar dignamente este sacramento. Preocupémonos de que los fieles sepan qué días y a qué hora se les ofrece la posibilidad de celebrar el sacramento del Perdón. Y en las Iglesias jubilares cuidemos de modo especial que los fieles tengan posibilidad de confesarse con facilidad, para ello pueden ser de gran ayuda la colaboración de los sacerdotes ancianos que no tienen obligaciones pastorales.
Uno de los signos peculiares de los Años jubilares es la indulgencia. El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios perdona nuestros pecados. Sin embargo, el pecado deja huella, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, las consecuencias para los demás del mal cometido, sino también interiores, porque «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1472) Por lo tanto, permanecen en nosotros los residuos del pecado. Después de la confesión el pecado queda eliminado, pero el mal ha dejado su huella en nosotros. Es algo parecido a lo que ocurre con el cuerpo, cuando después de una enfermedad grave, necesita una larga convalecencia antes de curarse por completo. La pena temporal por el pecado es precisamente esta larga convalecencia.
Estos residuos del pecado son remitidos por el don de la indulgencia, ligado a los méritos de valor infinito de Cristo, a los de la Virgen Santísima y a la comunión de los santos. La Iglesia, para ayudar a liberarse de los residuos del pecado ofrece la indulgencia, indicando algunas buenas obras para obtenerla. El pasado 13 de mayo la Penitenciaría Apostólica, en nombre del papa Francisco, estableció las normas para obtener la indulgencia plenaria en este Jubileo 2025. En síntesis, son las siguientes:
Obtienen la indulgencia plenaria todos los fieles que, en el curso del Año Santo, acudan al sacramento de la Penitencia y a la Santa Comunión, y oren por las intenciones del Sumo Pontífice. También, pueden aplicar la indulgencia a las almas del Purgatorio en forma de ayuda o sufragio.
También, alcanzan la indulgencia los que peregrinan hacia cualquier de los templos declarados jubilares. Y participando allí en la Santa Misa, en la celebración de la Palabra de Dios, en la Liturgia de las Horas (oficio de lecturas, laudes, vísperas), en el Via Crucis, en el Rosario, en el himno del Akathistos, o en una celebración penitencial, que concluya con la confesión individual de los penitentes, como está establecido en el rito de la Penitencia (forma II).
Los fieles, igualmente, podrán conseguir la indulgencia jubilar si, individualmente o en grupo, visitan cualquier templo jubilar y ahí, durante un período de tiempo adecuado, realizan adoración eucarística y meditación, concluyendo con el Padre Nuestro, la Profesión de Fe en cualquier forma legítima e invocaciones a María, Madre de Dios
Aquellos que no puedan participar en las peregrinaciones ni visitar los templos jubilares por graves motivos (especialmente las monjas y los monjes de clausura, los ancianos, los enfermos, los reclusos, como también aquellos que, en hospitales o en otros lugares de cuidados, prestan servicio continuo a los enfermos), conseguirán la indulgencia jubilar, recitando en la propia casa o donde el impedimento les permita (p. ej. en la capilla del monasterio, del hospital, de la casa de cuidados, de la cárcel…) el Padre Nuestro, la Profesión de Fe y otras oraciones, ofreciendo los sufrimientos o dificultades de su propia vida.
Además, los fieles podrán conseguir la indulgencia jubilar participando en las Misiones populares, en ejercicios espirituales u otros encuentros de formación sobre los textos del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia Católica, que se realicen en una iglesia u otro lugar adecuado.
Del mismo modo, los fieles podrán conseguir la indulgencia jubilar si visitan a los hermanos que se encuentran en necesidad o en dificultad (enfermos, encarcelados, ancianos solos, personas con capacidades diferentes…), como realizando una peregrinación hacia Cristo presente en ellos (cfr. Mt 25, 34- 36) y siguiendo las habituales condiciones espirituales, sacramentales y de oración. Los fieles, sin duda, podrán repetir tales visitas en el curso del Año Santo, obteniendo en cada una de ellas la indulgencia plenaria, incluso cotidianamente.
La indulgencia plenaria jubilar podrá ser conseguida también mediante iniciativas que ayuden al espíritu penitencial, redescubriendo en particular el valor penitencial del viernes: absteniéndose, en espíritu de penitencia, al menos durante un día de distracciones banales (reales y también virtuales, inducidas, por ejemplo, por los medios de comunicación y por las redes sociales) y de consumos superfluos (por ejemplo ayunando o practicando la abstinencia según las normas generales de la Iglesia), así como otorgando una proporcionada suma de dinero a los pobres; sosteniendo obras de carácter religioso o social; dedicando una parte del propio tiempo libre a actividades de voluntariado u otras formas similares de compromiso personal.
Particularmente, en el Año jubilar 2025 estamos llamados a reavivar nuestra esperanza que nace de la fe y, también, a ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas que sufren. Cuando no se mira el futuro con esperanza, se produce una de las más tristes consecuencias: la pérdida del deseo de transmitir la vida con la consecuente disminución de la natalidad. Por esta razón, el papa Francisco en la bula del Jubileo 2025 (Spes non confundit, 9) urge a las comunidades cristianas y a la sociedad civil a que ofrezcan apoyo convencido a las madres que reciben a sus hijos, aún en medio de graves dificultades, sosteniendo obras especialmente en favor de la defensa y protección de la vida en todas sus etapas.
Acogiendo esta llamada del Papa, proponemos como obra de caridad diocesana para el Jubileo 2025: La Casa Familia Oasis y el Proyecto Acompañar. La Casa Oasis es una casa de acogida para jóvenes gestantes y madres con niños de hasta cuatro años de edad; las cuales, por un embarazo inesperado y no deseado, son rechazadas y excluidas en su entorno, incluso por sus propias familias. Es un recurso que ofrece la Iglesia de Huelva en defensa de la Mujer, la Maternidad y la Vida, gestionado por la Fraternidad de la Madre de Dios (Comunidad Anav), y sostenido económicamente a través de la Delegación Diocesana para la Familia y la Vida. El Proyecto Acompañar atiende, también, a mujeres embarazadas y madres con niños de 0 a tres años en las mismas condiciones que las dichas anteriormente, y está gestionado por Cáritas Diocesana. En los templos jubilares habrá un buzón para recoger los donativos de los fieles con este fin. También pedimos a las parroquias, hermandades y grupos que en sus peregrinaciones jubilares hagan una colecta para sostener esta obra.
El cristianismo nació en un mundo con aborto, infanticidio, confusión sexual y promiscuidad, abuso de poder y explotación de los pobres. El amor de los primeros cristianos por Jesús les empujaba a escoger el camino de la caridad, lo que les volvía distintos y, en ocasiones, despreciables y perseguidos. Sin embargo, este modo de conducirse hacía que su vida atrajese a otros hacia el Evangelio. Hoy, también, nuestra esperanza en el futuro con Cristo nos debe llevar a vivir de una forma distinta. La añoranza del cielo no nos hace perder interés por traer el amor de Cristo a este mundo, viviendo la realidad del amor fraterno y del servicio a los hermanos.
3.- Afrontar la implantación del nuevo Directorio Diocesano de la Iniciación Cristiana, como cauce de una pastoral misionera.
Consciente del esfuerzo que va a suponer la implantación del nuevo Directorio de la Iniciación Cristiana, no me voy a detener en las novedades que introduce, sino en las motivaciones que lo origina. Porque sólo partiendo de que nuestra razón de ser es evangelizar, sabiendo que para ello urge pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral misionera” (Evangelii Gaudium, 15)), y teniendo ante los ojos la Iglesia que deseamos, encontraremos la inspiración y el ánimo para dirigirnos hacia las metas que planteamos, sorteando con realismo los obstáculos que podamos encontrar.
En las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2022-2027, reconocemos que una pastoral misionera es absolutamente necesaria en el contexto sociocultural en el que vive la Iglesia en Huelva. Entre nosotros también se dan las circunstancias que ya describiera hace unas décadas San Juan Pablo II: “Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera. Se repiten los gestos de la fe, pero no se corresponden con una acogida real del contenido de la fe y una adhesión a la persona de Jesús. Un sentimiento vago y poco comprometido ha suplantado las grandes certezas de la fe.” (Exh. Apost. Ecclesia in Europa, 46 y 47).
El paso de los años no ha hecho sino agravar este diagnóstico del Papa santo. Un lugar donde esto lo percibimos y sufrimos de modo creciente es en la catequesis con motivo de los sacramentos de la Iniciación cristiana. El porcentaje de niños y adolescentes que vienen a nuestras catequesis no aumenta, da la impresión de que cada vez las catequesis tienen menos incidencia en sus vidas. Los que continúan en la catequesis después de la primera Comunión disminuyen y los que perseveran en una vida cristiana normal después de la Confirmación son pocos. Esta experiencia hace sufrir tanto a los catequistas, como a los sacerdotes.
Si pensamos en las familias, tenemos que reconocer que muchos padres no están en condiciones de educar cristianamente a sus hijos, ni manifiestan una intención seria de hacerlo. El ambiente exterior a la familia, sobre todo, los centros educativos, no suplen esta deficiencia, más bien en ocasiones agravan la situación. Por eso reconocemos aquí el valioso trabajo que realizan los maestros y profesores que imparten la Enseñanza de Religión Católica en escuelas e institutos. Constatamos que muchos después de recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana no perseveran en la fe ni se vinculan a la Iglesia, los perdemos enseguida. Quizás es útil recordar unas palabras del Cardenal Fernando Sebastián “No nos engañemos. Ellos perseveran en lo que son. Entraron con vida pagana y salen como entraron, porque no han vivido una verdadera conversión a Jesucristo y a la vida cristiana. No perseveran en la vida cristiana porque no la han asumido seriamente en ningún momento”. (Evangelizar. Ediciones Encuentro 2020, p. 298)
A la vista de esta situación, nuestra respuesta eclesial no puede ser otra que poner todos los medios a nuestro alcance para convertir el proceso de la Iniciación cristiana en el primer cauce de una pastoral misionera. Evangelizar es precisamente iniciar a la vida cristiana. Hoy, con mucha frecuencia, en nuestras catequesis la fe no se puede dar por supuesta, sino que tenemos que suscitarla, presentándola explícitamente en toda su amplitud. Debemos aprovechar la oportunidad que nos brinda las catequesis de la Iniciación cristiana, para convertirla en el inicio de una relación evangelizadora con muchos bautizados alejados y con algunos que todavía no han recibido el Bautismo, de tal modo que los sacramentos que reciben den fruto en la vida personal de los niños, jóvenes y adultos que se acercan a nosotros.
A veces, nos resignamos pensando que la fuerza santificadora de los sacramentos –ex opere operato- es por sí misma suficiente. Pero la doctrina de la Iglesia nos dice también que esta fuerza santificadora de los sacramentos sólo alcanza su efecto en nosotros en la medida en que es acogida mediante la fe y las disposiciones requeridas para recibirlos.
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que para llegar a ser cristiano hay que recorrer un camino, hay que recibir una iniciación que consta de varias cosas. En este camino de iniciación son esenciales el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio con fe, la conversión personal, la profesión de fe, el bautismo, el don del Espíritu Santo y la comunión eucarística (cf CEC 1229). Después de hablar de la organización del catecumenado durante los primeros siglos de la Iglesia, refiriéndose a la situación actual, el Catecismo dice que “el bautismo de niños exige un catecumenado posbautismal”. (305) “No se trata sólo de la necesidad de una instrucción posterior al bautismo, sino del desarrollo necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona. Es el momento propio de la catequesis”. (CEC 1231)
Todos los cambios que introduce el nuevo Directorio Diocesano de la Iniciación Cristiana, cuya implantación iniciamos en este curso pastoral, buscan que la catequesis de niños, adolescentes, jóvenes y adultos se aproxime a lo que es un verdadero catecumenado. No podemos seguir considerando de hecho la catequesis como un periodo de preparación para recibir un determinado sacramento, sino como el proceso de verdadera iniciación a la vida cristiana. En el coloquio que el papa Francisco tuvo con el grupo de obispos entre los que me encontraba, en la última visita Ad limina, nos dijo que nuestra catequesis es muy escolar, por eso deja una huella muy débil en la vida de los catequizandos. Nos invitó a llevar adelante una catequesis que, usando la imagen que él empleó, llegue a la cabeza, al corazón y a las manos de los que la reciben al estilo de los oratorios. Este es un desafío que debemos afrontar con ilusión.
Implementar claridad y orden en las catequesis de la Iniciación cristiana es fundamental, y esto solo es posible con la colaboración de todos. El tema es tan importante y de tantas repercusiones que tiene que ser afrontado con criterios y prácticas unánimes. La Iniciación cristiana no se la puede apropiar ningún grupo, sino que pertenece a la Iglesia institucional, es decir, a la comunidad cristiana en cuanto tal. Por eso, los responsables son directamente el obispo y los sacerdotes, con la colaboración de los catequistas. Los colegios católicos pueden implicarse en estas catequesis de Iniciación, pero todos bajo la responsabilidad de un sacerdote y según las disposiciones del Directorio Diocesano. Los grupos particulares y opcionales pueden ofrecer diferentes medios de formación, pero la Iniciación cristiana está directamente vinculada al obispo, según el itinerario establecido en el Directorio diocesano.
Afrontemos las nuevas exigencias de la misión, de manera sincera y eficaz. No regateemos esfuerzos por engendrar nuevos cristianos y confiemos en el poder de la gracia de Dios, en la atracción de la verdad del Evangelio y en la belleza del seguimiento de Cristo. En este contexto acojamos con alegría e ilusión la exhortación que nos hace el papa Francisco: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que la Iglesia salga hoy a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demora, sin repulsiones y sin miedo” (Evangelii Gaudium, 23).
No puedo terminar sin poner en el horizonte de nuestros empeños pastorales el tema de las vocaciones. Cuando escribo esta carta, puedo deciros que el próximo curso ingresarán en nuestro Seminario diocesano siete aspirantes al sacerdocio y, también, tengo noticia de que otras tres jóvenes entrarán en distintas comunidades religiosas. Esto es un gran gozo y un motivo para dar gracias a Dios, que bendice a la Iglesia de Huelva de esta manera. Este hecho nos debe animar a todos a perseverar en la oración al Señor para que envíe obreros a su mies, y a trabajar por las vocaciones para el sacerdocio, la vida religiosa, el laicado y el matrimonio cristiano, que es también una vocación que debemos promover.
La Iglesia en España, bajo la coordinación del Servicio de Pastoral Vocacional de la Conferencia Episcopal Española, está preparando un Congreso sobre las Vocaciones, que se celebrará en Madrid del 7 al 9 de febrero de 2025. Tendrá por título Iglesia, asamblea de llamados para la misión. El objetivo es ir creando una cultura vocacional que ayude a que niños, jóvenes y adultos entiendan su vida en clave vocacional y se planteen su vocación personal. La existencia vivida como vocación implica comprender que vivo porque Dios me ama, y he sido llamado como un hecho de amor, soy don; entonces la lógica de la existencia es ofrecerse como don a los otros. Así la propuesta vocacional ayuda a caer en la cuenta de la verdad de lo que somos a los ojos de Dios.
Por eso es tan importante poner a los jóvenes en contacto directo con Jesús, a través del Evangelio y de los Sacramentos, en la comunidad cristiana y en relación, particularmente, con los pobres y los que sufren en los que el Señor se hace presente. No podemos plantear solo la opción vocacional proponiendo valores por los que optar. Tenemos en la Iglesia la misión de hacer que los niños, adolescentes, jóvenes y adultos conozcan, amen e imiten al Señor Jesús, vivan en él y se sientan movidos a hacer presente su Reino entre nosotros. De ahí viene la búsqueda de la identidad vocacional concreta de cada uno, respondiendo al amor del Señor como sacerdotes con caridad pastoral, como laicos entregados a hacer presente el Reino en el trabajo y la vida social, en el matrimonio como signo del amor de Cristo a su Iglesia, o en la vida consagrada imitando a Jesús pobre, casto y obediente, entregados a servir a los hermanos.
El próximo Jubileo del 2025 nos invita a reavivar la esperanza. Esta esperanza forma parte del patrimonio de la Iglesia, que nosotros podemos experimentar, ofrecer y testimoniar a todos los hombres. “Que la esperanza os tenga alegres” (Rom 12,12), así pues, al comenzar el nuevo curso pastoral, como dice el papa Francisco: Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza (Laudato Si’, 244).
A nuestra Madre del cielo, la Virgen Santísima, levantamos nuestros ojos, y le pedimos que nos ayude con su intercesión para todas las tareas evangelizadoras que reemprendemos.
Recibid mi abrazo fraterno y la bendición.
Huelva, 22 de julio de 2024
Fiesta de Santa María Magdalena
+ Santiago, obispo de Huelva