Por Juan Pedro Rivero
Este artículo de opinión quiere ser una palabra de gratitud por los diecinueve años de ejercicio del ministerio episcopal de Mons. Bernardo Álvarez Afonso, obispo emérito nivariense. Y es bueno hacerlo ahora porque ya, desde el lunes pasado alas 11:00 am, no tiene autoridad alguna sobre mí. Evita uno, de esta manera, que le llamen pelota, o que parezca que se pretende algo con una gratitud en este formato. En la Iglesia cuando un obispo termina, termina. Y él ha terminado. Y cuando acaba algo siempre miramos hacia atrás y usamos variedad en los baremos. Me he encontrado con quienes dicen “menos mal” y quienes han despertado la lástima por su reciente y visible enfermedad con un “qué pena”. Yo prefiero darle las gracias. No le ha sido fácil ser Obispo de nuestra Diócesis y, como para todo el mundo, nuestra labor está rodeada de aciertos y desaciertos. Pero el mero hecho de haber asumido el reto y mantenerse en pie hasta el final, merece un sentido agradecimiento.
Precisamente quiero darle las gracias por aquellas decisiones en las que no estuve del todo de acuerdo. Aquellas que modificaron mi manera de ver las cosas y me exigieron adaptación y crecimiento. La labor educativa de nuestros padres estuvo marcada, también, por esos doble momentos en los que nos sentimos reconocidos o nos sentimos corregidos. Y en ambos momentos se fue librando nuestro crecimiento personal. Agradecer solo los golpes en la espalda y las palabras de ánimo es una distorsión de la realidad. Si hemos de ser agradecidos lo hemos de ser de manera integral. Así que muchas gracias por todo. Tengo que reconocer que estoy donde estoy y hago lo que hago porque él me lo ha pedido o autorizado. Así que no puedo menos que agradecérselo.
La gratitud es como un aeropuerto en el que aterrizan y despegan vuelos cargados de personas. Para que despegue cualquier avión antes debe haber aterrizado. No siempre se pone el tren de aterrizaje sobre la pista de manera sosegada y serena. Pero el despegue incluye ese esfuerzo de precisión y equilibrio que hace posible tomar tierra, para luego pisar suelo. Concretemos el ejemplo: Aterrizar en el propio aeropuerto y con una nave cargada de familia debe serle especialmente estresante a cualquier piloto. Ser obispo de tu diócesis y gobernar un presbiterio del que formaste parte es un reto tanto para el obispo como para los sacerdotes. Pero ese aterrizaje hace posible otros vuelos. Gracias, pues, por aceptar el reto y, como decía Almodóvar, no morir en el intento.
A quien cree, todo le sirve para su bien. Todo es objeto de gratitud, porque todo camina hacia el bien. Ahora que se guarda silencio en el canon de la misa donde antes se escuchaba su nombre, ahora que sube al último vagón de su carrera a la espera del gozo pleno, quiero darle las gracias. Y agradecer a Dios que le situara, como le gusta decir a otro emérito obispo de Canarias, Mons. Cases Andreu, “al frente, en medio y detrás” del pueblo de Dios que peregrina en esta Provincia de Santa Cruz de Tenerife, geográficamente coincidente con la diócesis Nivariense. Gracias por presidir, pertenecer y empujar hacia Cristo.
Gracias, don Bernardo. Por todo.