Mes de julio, mes de la preciosísima Sangre

Además de la liturgia, en la que celebramos el misterio completo de Cristo en sus
distintos aspectos, y lo hacemos misteriosamente presente en la Eucaristía de cada
fiesta, de cada momento, la vida cristiana se alimenta también a otro nivel de la piedad
popular, de la devoción a los distintos aspectos de Cristo y de su Madre santísima. Las
fiestas patronales son momentos privilegiados para vivir esa piedad popular,
normalmente con carácter festivo y en tono de gloria. Como lo es también la Semana
Santa, en la que, además de los oficios litúrgicos propios de cada día, acompañamos con
la piedad y la devoción popular, el misterio central de la Pascua, de la muerte y
resurrección del Señor.
El mes de mayo lo dedicamos a María, es el mes mariano por excelencia en la piedad
popular, es el mes de las romerías a los santuarios de la Virgen, es el mes de la
consagración a María, es la ocasión de prepararnos con María a la venida del Espíritu
Santo.
El mes de junio lo dedicamos especialmente al Sagrado Corazón de Jesús, meditamos
en el amor que Dios nos tiene y que se ha manifestado en el Corazón humano de Cristo.
Fijándonos especialmente en la llaga de su costado, entramos en la intimidad de Cristo,
que nos abre su corazón, que nos hace partícipes de sus secretos, que nos hace
experimentar su infinita misericordia.
El mes de julio es el mes dedicado a la preciosísima Sangre de Jesucristo, fundados en
la Palabra de Dios: «Hemos sido rescatados, no con plata ni oro, corruptibles, sino con
la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha!» (1Pe 1, 17-19). Se
trata de un precio superlativo, que excede todo cálculo humano. Las medidas humanas
se quedan cortas para medir el precio de nuestra redención. Fruto siempre del amor, la
sangre de Cristo ha sido “derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los
pecados”. Es la Sangre de Cristo, el Verbo encarnado, cuyo valor es infinito como cada
uno de los actos del Hijo de Dios en su carne redentora.
La sangre es fuente de vida, de vigor. Se buscan donantes de sangre para salvar vidas.
Derramar la sangre es expresar el amor hasta el extremo. Amar a la Patria y defenderla
hasta la última gota de nuestra sangre, decimos en la jura de bandera. En las culturas
antiguas, la sangre es como el alma de la persona. Los pactos se sellaban firmando con
la propia sangre, en señal del compromiso pleno.
“Una sangre [la de Cristo] que habla mejor que la de Abel” (Hbr 12,24). Porque la
sangre de Abel, derramada por el asesinato de su hermano Caín, reclama justicia y
venganza. Sin embargo, la sangre de Cristo clama ante el Padre la misericordia y el
perdón para nosotros. Esta sangre es signo de paz, de perdón, de misericordia. “La de
Abel pide ira, esta, blandura. La primera, enojo; esta, reconciliación. La de Abel
venganza sólo para Caín; esta, perdón para todos los malos que fueron y serán, con tal
que ellos lo quieran recibir con el aparejo que deben” (Juan de Ávila, Audi filia 85).
Recordaba Juan Pablo II, hablando de la dignidad humana, que el valor de la persona y
su dignidad está precisamente en el precio de la redención, la sangre de Cristo.

Que el mes de julio nos haga caer en la cuenta del precio al que hemos sido rescatados y
nos haga conscientes de cuánto vale cada persona, y más cuando veamos pisoteada su
dignidad.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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