Agustín María Puche, profesor de los Centros Teológicos Diocesanos, ayuda a profundizar en el Evangelio del domingo XII del Tiempo Ordinario, (Mc 4, 35-40).
La lectura del Evangelio de San Marcos, que la liturgia dominical nos propone, presenta una escena donde Jesús duerme por el cansancio mientras se origina una tempestad.
Frente a esa imagen, tan humana de Jesucristo, el evangelista nos presenta una situación que podemos comparar con la que a veces vivimos en nuestra vida cotidiana. Una escena que remite a nuestros problemas y turbaciones angustiosas: la falta de fe. Ante situaciones que muchas veces la vida nos plantea, nos sentimos angustiados por no encontrar soluciones a nuestros problemas, e incluso desvanecemos sin saber qué hacer para solucionarlo: se está “anegando nuestra barca”. No tenemos la fe suficiente para abandonarnos en el Espíritu del Señor y confiar, con calma y templanza; para decir: “Calla, enmudece”.
El texto nos lleva a la falta de fe. Nuestra sociedad tiene fe, pero en el propio hombre: nos ponemos en manos de profesionales que, la mayoría de las veces, no conocemos y confiamos en ellos, sabiendo que, como humanos, pueden fallar. Y nos hemos olvidado de Dios y de su Divina Providencia: Él nunca falla.
El Evangelio de San Marcos se inicia: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Casi al final de este, en 15, 39: el centurión que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Es toda una experiencia.
Y, para ti, en tu vida, ¿Quién es? Feliz día del Señor.