Lecturas: Job 38, 1. 8-11. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Sal 106. R. ¡Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia! 2 Cor 5, 14-17. Ha comenzado lo nuevo. Mc 4, 35-41. ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!
Este domingo viene marcado por un invitado siempre bien recibido. Coincide con la víspera de San Juan Bautista. Las misas de la tarde pierden su sabor dominical para adentrarse en la celebración de la vigilia de este titán del Evangelio. La liturgia se convierte en testigo de nuestras tormentas. Ella emerge como timón que hábilmente dirigido y fuertemente aferrado al brazo de Jesús, nos saca del tremendo remolino que busca engullirnos sin misericordia. Entramos a la Eucaristía en no pocas ocasiones con el interior revuelto. Aderezados de problemas, prisas, frustraciones y quebrantos, acudimos al lugar indicado. Una vez más el Señor de todas las tormentas busca apaciguar aquello que ofusca la alegría y desvirtúa los sueños de la humanidad.
El título con el que pretendo siempre captar vuestra atención, lo he rescatado y resumido para la ocasión de una frase de Haruki Murakami. La primera lectura nos muestra que Dios habla incluso desde las tormentas. No está al arbitrio de las olas ni a merced de los desatados vientos. Es el Señor y su voz no la apaga el estruendo del trueno ni la cegadora luz del rayo. Su voz se abre paso en la historia de los hombres, en tu historia. Hoy de manera privilegiada resuena profunda y tranquilizadora en su único Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. No dudes en embarcarte en esta destartalada nave. Precisas de audacia y coraje, pero la búsqueda de seguridades se tornará en impertinente polizón.
No es la nobleza del material tan trabajadamente ensamblado ni el principio de Arquímedes, que sabemos que no se lo cree nadie por más que nuestros atónitos ojos presencien su belleza y precisión matemática, lo que le da valor a la embarcación. No es su diseño ni su utilidad lo que la muestran atractiva más allá de las preocupantes fugas de agua que presenta en todo momento y de los herrumbrosos tornillos que aventuran fracaso en la travesía. Es el piloto quien hace posible que la barca salga adelante en cualquier circunstancia. Esa voz que apacigua la tempestad y nos invita a tener FE. Dejemos de estar a la deriva y busquemos los vientos del Espíritu. Termino mi travesía de tres años. Agradezco vuestra paciencia. Hasta siempre. Feliz verano.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario