Lecturas: Ez 17, 22-24. Yo exalto al árbol humilde. Sal 91. R. Es bueno darte gracias, Señor. 2 Cor 5, 6-10. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor. Mc 4, 26-34. Es la semilla más pequeña, y se hace más alta que las demás hortalizas.
La imagen de la naturaleza ha sido desde los albores de la humanidad una potente metáfora para poder entender nuestra existencia. La aparición de una flor, el nacer de una criatura, el discurrir de un arroyo y la danza armoniosa de los astros, rescatan para el ser humano mundos nuevos que dejan de estar arrinconados en la fantasía y se hacen posibles, fraguándose casi sin querer. En sus inicios todo fue pequeño. Prometedoramente pequeño. Hoy la liturgia nos invita a admirar la creación. Creemos que sin nosotros el mundo se paralizaría y nos duele comprender que somos prescindibles. Hemos tensado tanto el arco de la vida en aras de la producción y el beneficio que hemos olvidado la libertad que se regala al contemplar la creación.
El profeta Ezequiel supo desgranar la salvación futura tras la caída de Jerusalén a manos del poder de Babilonia con una simple ramita, pequeña muy pequeña pero que nuevamente plantada anunciaría el renacer mesiánico. Dios puede hacer maravillas con lo pequeño…lo hizo, lo hace y lo seguirá haciendo. El evangelista sabrá recoger esta imagen y la renovará en forma de semilla…aún más pequeña y para colmo utilizará la semilla de mostaza, la más pequeña de las semillas. Crece por sí sola, germina sin ayuda de nadie. Existe una fuerza vital que no proviene de la intervención humana por más inteligentes que nos creamos y pretenciosamente conocedores de todos sus procesos. Todo es don, todo es gracia. Todo es iniciativa de Dios. Así es el Reino de Dios plantado entre nosotros. Realidad misteriosa que ya está fructificando sigilosamente. Acontecimiento en ocasiones oprimido y rechazado pero que asume la vida misma en sus logros y fracasos. Dios creciendo entre el corazón de los hombres. Para ello necesitamos educar la atención, aprender a contemplar. Silenciar los ruidos que parasitan nuestra paz. Vivir con menos prisas que en ritmos vertiginosos nos alejan de la felicidad. Seamos una pequeña buena noticia para el mundo. Provoquemos una pequeña sonrisa a nuestro alrededor. Alimentemos con nuestra pequeña fe las esperanzas de otros corazones que se resisten a ser pequeños porque fueron creados con vocación de eternidad.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario