En el evangelio de este domingo, Jesús nos habla del Reino de Dios. Y lo compara con un grano de mostaza. “Al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra”.
La predicación de Jesús invita a valorar lo pequeño, lo que no cuenta, lo último. Eso pequeño está llamado a ser importante, incluso a dar frutos abundantes. Nuestros criterios de eficacia no coinciden con los criterios evangélicos. Para nosotros suele contar lo grande, el prestigio, el poder. Para Jesús es importante lo pequeño, lo que no cuenta. Porque en esa realidad pequeña actúa Dios con más libertad y más a su manera, aunque él tiene paciencia con nosotros y espera, respetando nuestra actuación a nuestra manera humana.
La acción de Dios pone en acto nuestra libre colaboración, y aparece más de Dios cuanto menos quede eclipsada por nuestra colaboración. Por eso, en la cruz de Cristo aparece como más visible y evidente la acción de Dios Padre. Por eso, el camino elegido por Jesucristo ha sido camino de humillación, de despojamiento, de práctico escondimiento hasta el momento de la resurrección, en que aparece con toda claridad la acción glorificadora del Padre.
Una de las actitudes fundamentales de la vida cristiana es la humildad, virtud que está en el fundamento de las demás virtudes, es como el cimiento de todo edificio. La tendencia humana es la de aparentar, incluso más de lo que somos o podemos, lo que en el juego del mus se llama farol, que pretende engañar al adversario. La tendencia de la vida nueva de Cristo en nosotros es la del ocultamiento y el despojamiento, para poder llegar en su día a la gloria.
Pero como no aprendemos la lección, Dios que nos ama infinitamente como padre nos va dosificando las humillaciones para que aprendamos en la misma vida lo que conduce a la salvación. Por eso, el evangelio de este domingo nos invita a vivir en la verdad de lo que somos y a ejercitarnos en pequeñas humillaciones, que nos entrenan para otras mayores.
Todo en la vida cristiana está sometido a la ley del crecimiento, hasta que lleguemos a la medida de Cristo, y el autor del crecimiento es Dios mismo. Además de la parábola del grano de mostaza, en el evangelio de este domingo se nos propone la parábola del crecimiento “sin que él [el hombre del campo] sepa cómo”. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. Con palabras sencillas se nos enseña la ley misteriosa del crecimiento.
La vida de Dios en nosotros va creciendo, va creciendo sin que nosotros sepamos cómo. Se nota por los frutos, pero no podemos estar controlando continuamente si crece o no crece. La fuerza y la eficacia de esa gracia, que va creciendo silenciosamente como una semilla, es tan potente que nos va haciendo capaces de afrontar todas las dificultades, por muy grandes que sean. Esa vida de Dios en nosotros es algo que Dios cuida con mimo continuamente, es la vida de hijos, que van respirando el aliento de Dios para el propio crecimiento.
No olvidemos, Jesús nos habla con parábolas, con ejemplos tomados de la vida cotidiana, para darnos a entender grandes misterios. No olvidemos la parábola del grano de mostaza, y sabremos apreciar las cosas grandes de Dios que se encierran en las pequeñas cosas de cada día.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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