Antonio Gil nos invita a ser sembradores de la Palabra de Dios en nuestra vida, realizando buenas obras
Los domingos del Tiempo Ordinario nos introducen de lleno en la vida pública de Jesús, para que le escuchemos, aprendamos de Él, imitemos su ardiente pastoral, marcada por la sencillez y la pequeñez. En este domingo XI que celebramos, Jesús compara el Reino de Dios, esto es, su presencia que habita el corazón de las cosas y del mundo, con el grano de mostaza, la semilla más pequeña que hay: es pequeñísima. Sin embargo, arrojada a la tierra, crece hasta convertirse en el árbol más grande. “Así hace Dios”, comenta el papa Francisco. “Dios está obrando como una pequeña semilla buena que silenciosa y lentamente germina. Y poco a poco, se convierte en un árbol frondoso que da vida a todos”.
El Tiempo Ordinario nos evoca la “prosa cotidiana”, la “importancia de lo pequeño”, el “valor de sentirnos y vivir como “caminantes, sembradores y testigos”.
Primero, “caminantes hacia la Casa del Padre”, con un intenso sentido de peregrinaje por los senderos de la historia, ligeros de equipaje, sabiendo que en la vida “no hay caminos maravillosos sino caminantes maravillados”.
Segundo, “sembradores” de la Palabra de Dios, en los surcos de la historia, teniendo muy presentes las dos pequeñas parábolas que nos ofrece Jesús, enseñándonos que el bien crece siempre de modo humilde, de modo escondido, a menudo invisible.
Tercero, “testigos” de nuestra fe, en coherencia con las buenas obras, que pueden parecer poca cosa, pero sin olvidar que los resultados de la “siembra” no dependen de nuestras capacidades, dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca “sembrar” y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia.
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