El viernes después del Corpus, en el marco del mes de junio, celebramos la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, una fiesta que resume todo el misterio cristiano. Pues el misterio cristiano se centra en una persona, Jesucristo. Y en esta persona todo se resume en el amor. Jesucristo nos ha mostrado de múltiples maneras el amor de Dios hasta el extremo. Y todo queda simbolizado en su Corazón.
San Juan de Ávila nos invita a refugiarnos en el Corazón de Cristo: “Metámonos en las llagas de Cristo, y no para luego salir, sino para morar, y principalmente en su costado, que allí en su corazón partido por nosotros cabrá el nuestro y se calentará con la grandeza del amor suyo” (Carta 74). Metidos en su corazón, en la llaga de su costado, se calentará nuestro corazón en el amor verdadero. San Juan de Ávila, como otros muchos santos, nos habla del amor de Jesús y nos pide constantemente la respuesta de nuestro amor.
En un coloquio de igual a igual, el amor pide ser correspondido. Y más cuando ese amor tiene su fuente en alguien superior a nosotros que se ha abajado hasta nosotros para amarnos a nuestra manera, con nuestros mismos sentimientos. El abajamiento de Cristo ya es un gesto grandísimo de amor para ponerse a nuestra altura, y para elevarnos a nosotros a su altura y que podamos amar de igual a igual. Sin embargo, incluso cuando ese amor ha sido tan escandaloso, recibe por nuestra parte la indiferencia, el desprecio o la ofensa directa.
Es lo que ha llevado a algunos santos a gritar: ¡El Amor no es amado! Es decir, el Amor con mayúscula, que es el amor de Dios, no encuentra eco en nuestro propio corazón. Ya san Agustín exclamaba: “Tarde te amé, oh verdad tan antigua y siempre nueva” (Confesiones 1). Y así lo expresaba san Francisco de Asís: El Amor no es amado.
El culto al Sagrado Corazón alcanzó mayor expansión con Santa Margarita María de Alacoque, a quien el Corazón de Cristo se apareció en Parey-le-Monial a partir de 1673 durante la adoración eucarística, para abrirle su Corazón y pedirle a ella una respuesta de amor en el mismo sentido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y sólo recibe de la mayor parte de ellos ingratitudes, sacrilegios y frialdades”. La devoción de los primeros viernes, la consagración al Corazón de Jesús, la ofrenda de la propia vida como culto de reparación. Santa Margarita ha sido un verdadero apóstol del Sagrado Corazón.
Más tarde, en España el Padre Bernardo de Hoyos, joven jesuita, recibe nuevas comunicaciones del Sagrado Corazón en Valladolid, entre otras la Gran Promesa en 1733: “Reinaré en España y con más veneración que en otras muchas partes”. Santa Teresa del Niño Jesús, con una confianza infinita en el Sagrado Corazón, San Carlos de Foucauld, Santa Faustina Kowalska, subrayando la misericordia de ese Corazón, San Juan Pablo II, que instituye la fiesta de la Divina Misericordia y muere ese día.
Recientemente, en nuestra diócesis de Córdoba, ha muerto D. Gaspar Bustos, padre espiritual del Seminario Mayor “San Pelagio” por más de 40 años. Ha sido verdaderamente un apóstol del Corazón de Jesús para sus seminaristas, para sus sacerdotes, para tantas religiosas y para todo el pueblo fiel cristiano. Él lo ha recibido de la más pura tradición jesuita, como fueron sus formadores del Seminario. Continuemos esa estela.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos invita a vivir conscientes de ese amor hasta el extremo, y que espera una respuesta apropiada por nuestra parte. No seamos sordos a esta llamada, no seamos fríos ante este ardiente horno de amor, confiemos en su divina misericordia.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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