Cristo resucitado ilumina toda realidad humana con la luz nueva de su resurrección. Jesucristo es el hombre nuevo, que hace nuevas todas las cosas. También el mundo complejo del trabajo, de sus relaciones, de sus personas, de sus conflictos, de sus necesidades.
En estas fechas la Iglesia nos recuerda el valor del trabajo humano, nos avisa de la necesidad de extremar las medidas para defender la vida en el mundo del trabajo, la importancia de superar la precariedad del trabajo con contratos efímeros, que no dan seguridad para la familia ni para el futuro. Hace 21 años la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estableció el 28 de abril, en la cercanía del 1 de mayo, el Día mundial de la salud y la seguridad en el trabajo. “Ni un muerto más” por motivos laborales, por falta de seguridad en el trabajo.
El 1 de mayo se celebra a nivel mundial el Día del Trabajo. El Papa Pío XII bautizó la fiesta dedicándola a san José Obrero, ante un grupo de obreros que fueron a visitarle. Era el año 1955. El Magisterio de la Iglesia ha dedicado páginas abundantes a ilustrar con su Doctrina social el mundo del trabajo, ya desde León XIII con su encíclica Rerum Novarum (1891), pasando por Juan Pablo II en su encíclica Laborens exercens (1981), hasta llegar al Papa Francisco, que se refiere al tema en múltiples ocasiones.
La vida cristiana es culto a Dios y servicio a los hermanos. Y Jesucristo ha vivido una vida plenamente humana en la que nos enseña a tratar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos. En esa relación social con los demás, el mundo del trabajo ocupa un puesto principal, porque en el trabajo la persona se construye, colabora con Dios y con los demás en la construcción del mundo y sirve a los demás con su propia capacidad y esfuerzo para hacer un mundo mejor.
Pero también en este mundo del trabajo se cuela el pecado, que destroza y destruye. Eso sucede cuando la relación humana no es de fraternidad, sino de dominio, de servidumbre o esclavitud, de prepotencia por parte de los que tienen contra los que no tienen. Al ser el trabajo un elemento necesario para la supervivencia, un corazón egoísta puede abusar, buscando sólo sus intereses y no el bien de todos los que participan en la tarea.
En los colectivos pobres, donde las personas apenas tienen para sobrevivir, el trabajo se convierte muchas veces en esclavo, porque el trabajador no tiene otra cosa y hace lo que sea con tal de llevar algo de comer para su familia. Eso es un abuso. También hay, gracias a Dios, empresarios que miran por sus trabajadores, que pagan los impuestos, que hacen facturas con el IVA correspondiente, que abren nuevos puestos de trabajo, pensando en multiplicar los puestos de trabajo, y de un trabajo digno y bien remunerado.
A veces, los simples trabajadores prefieren no tener contrato para acceder así a las subvenciones de la administración pública. Recibir el dinero en negro para no perder la paguita, no cotizar a la Seguridad Social, y vivir una economía sumergida. Esto también es un abuso, por muy generalizado que esté.
Unos por demás y por lo alto, otros por de menos y a nivel elemental, la corrupción se filtra en el corazón de unos y de otros. La fiesta del trabajo es una invitación a ser honrados en el mundo del trabajo, en el rendimiento que cada uno está llamado a dar en el puesto que ocupa, en el salario digno por parte de quien trabaja, en la no explotación o abuso de quien no tiene más remedio que aceptar lo que le dan, porque no hay otra cosa. También puede darse el abuso en los mandos intermedios, en las organizaciones sindicales, con el tráfico de influencias y no buscando el bien de los trabajadores.
La fiesta de san José Obrero es ocasión para tomar conciencia, para convertirse de corazón, cumpliendo toda justicia. El mundo del trabajo ha sido redimido por Jesucristo, Divino Obrero, colaboremos con nuestro trabajo para construir un mundo más justo, un mundo para todos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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