En este relato sobre la resurrección, nuevamente nos encontramos con la experiencia de las apariciones del Resucitado, que siempre consisten en el anuncio de este hecho a las mujeres o a los discípulos. Después, cada evangelista añade aquellos datos que considera necesarios según la temática teológica que desarrolla.
En este relato del evangelista Lucas, Jesús se aparece a los discípulos que se encuentran reunidos y que están comentando el testimonio de aquellos dos discípulos que, cuando iban de camino hacia Emaús, lo reconocieron al partir el pan, en alusión clara a la Eucaristía.
En ese momento irrumpe Jesús y se coloca en medio, porque él es el centro y el fundamento de toda comunidad de creyentes cristianos. Sin la fe en el Resucitado no hay Iglesia, porque es él el que la preside.
Del encuentro con el Resucitado, los discípulos han transmitido la paz y la alegría que han sentido como frutos de descubrir que verdaderamente Cristo está vivo y no está muerto. De ahí que siempre se identifique al crucificado con el resucitado, pues se trata del mismo Jesús: el que vivió en la tierra y el que ahora se manifiesta glorioso. Esta manifestación de su gloria hace que al principio no lo reconozcan y lo confundan con el hortelano, un caminante o un fantasma. Y es que no es fácil, de entrada, reconocer al Señor, aceptar el misterio de su resurrección.
Pero desde el entendimiento iluminado por el Espíritu Santo, se superan los miedos y las dudas, y finalmente pueden reconocerlo. Lo reconocen ante todo cuando él hace lo mismo que hacía con ellos antes de su muerte: comer y compartir con ellos. En la Eucaristía, Cristo se hace alimento que se comparte y se reparte. En la Eucaristía es el Resucitado el que nos preside con una nueva presencia, la del Pan y el Vino consagrados.
Cristo los envía como testigos suyos. No para que hablen y anuncien lo que quieran, sino para que hagan llegar la buena noticia de su presencia viva y resucitada a todos los rincones del mundo. Y al igual que entonces, todos los bautizados, tenemos que vivir la fe como encuentro y junto al testimonio.
Emilio J. Fernández, sacerdote