En España los presupuestos en materia de Defensa se dispararon el año pasado al 26%. A esto hay que sumar que nuestra nación es el séptimo país exportador de armas a nivel mundial y el tercero que más ha crecido, en materia de exportación, superando los cuatro mil millones de euros en los últimos cuatro años. De hecho, la industria militar española copa el 3,2% del mercado internacional y representa un 1% del PIB.
En esto de hacer la guerra y no el amor nos pintamos solos. Es un extraño nicho de mercado. Como los clubs donde se ejerce la prostitución, donde no se ejerce el amor sino la esclavitud y el abuso. Es harina de otro costal, porque, lógicamente, no es materia de presupuestos de Estado, pero según el INE esta actividad supone un 0,35% del PIB. Si a esto le sumamos el mercado que genera la droga hablamos de un verdadero disparate: España es el país europeo con más ganancia en su PIB por drogas y prostitución: supone un 0,87 %.
Hablamos de aspectos distintos, lo sé. De génesis y justificación diferentes; también legal. Pero son datos preocupantes que generan rechazo, salvo que nos instalemos en el cinismo. Urge un planteamiento de futuro. A todos los niveles. Tengo una extraña sensación, no me gusta vivir en un país con esta mierda de fondo; no me gusta vivir en una sociedad que mira para otro lado en temas tan importantes. No me gusta ser cómplice, con mis silencios, de lo que podemos llegar a ver con normalidad: convivir con la industria armamentística como quien convive con la panadería del barrio; mantener abiertos y ver con total tranquilidad lugares donde se prostituye la mujer o comprobar cómo la droga está democratizada y al alcance de cualquiera destrozando vida y familia.
