II domingo de Cuaresma
La Cuaresma de este año, además de orientarnos claramente hacia la vivencia de la Pascua, lo hace insistiendo en un tema importante: la alianza. La alianza que Dios ha realizado en Cristo, y que él quiere que en la Pascua de este año renovemos con todas las consecuencias. La Palabra de esta semana se centra en Jesucristo, que va camino de la Cruz, un camino de misericordia y de amor. Así es la acción liberadora de Dios, que ha tomado la iniciativa para salvar a su pueblo y nos conduce a la Pascua. Dios ha sido fiel. Ahora nos toca a nosotros mostrar fidelidad y aceptación de la alianza viviendo según la voluntad de Dios. La nueva alianza queda sellada con la sangre de Cristo, en la Cruz. Esta es la prueba de la seriedad con que Dios ha tomado la alianza. De nuevo se ha adelantado para salvarnos.
No pretendamos que Jesucristo nos dé otro signo más grande que el que nos ha dado, pues no hay otro signo más elocuente que su amor por nosotros hasta aceptar la muerte en cruz. Pablo, en la segunda lectura, dice convencido que para nosotros la verdadera sabiduría y la fuerza está en Cristo crucificado. La mirada a la Cruz de Cristo es la que explica nuestra nueva relación con Dios, lo que ha hecho ha sido entregarse, por solidaridad con la humanidad, hasta la muerte, sellando así la nueva alianza con Dios. El amor de Dios, manifestado en Cristo, ha vencido a nuestro pecado. En la Pascua de Cristo se ha realizado la reconciliación.
En esta Cuaresma, miramos hacia delante, a la Cruz de Cristo, y vemos en ella la razón de ser de nuestra vida y de nuestra identidad: la alianza que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús y que nosotros hemos aceptado ya desde nuestro bautismo. Durante esta Cuaresma afirmaremos que renunciamos a lo que no sea conforme con la alianza de Cristo, va a ser un recorrido largo, pero nos hará llegar a la Pascua, será un paso que nos interpela, una llamada para dar respuesta de adhesión total a Dios, como Cristo, hasta la muerte.
Ya estamos en el tercer domingo de Cuaresma, algunos tendremos la oportunidad de peregrinar a Caravaca de la Cruz, hacia el santuario donde se encuentra la Sagrada Reliquia del Árbol donde estuvo clavada la Salvación del mundo, una maravillosa oportunidad para renovar nuestra conversión. Pensemos también en el sacramento de la Reconciliación, que tiene particular sentido en la cercanía de la Pascua. Respondamos a Dios con generosidad. Su fidelidad está pidiendo de nosotros una actitud de mayor coherencia a la alianza. En la Eucaristía repetimos, cada vez, que el cáliz de la sangre de Cristo es la «sangre de la nueva alianza»: comulgar con Cristo que se nos entrega en la comunión es aceptar una vez más la alianza que conquistó en la Cruz. La Eucaristía es, por tanto, la que mejor nos prepara para la Pascua, y la que más impulso nos da para que también en nuestra existencia, en nuestro estilo de vida, sea Pascua.
Jesús, penetra una vez más en nuestro corazón como en el santuario de tu Padre y Padre nuestro. Posa tu mirada en lo más íntimo de nuestro ser, donde ocultamos nuestras mayores preocupaciones y los afanes más dolorosos, los que nos roban la serenidad y la paz. Haz que nuestro corazón se inunde de tu amor para que sepamos hacer la voluntad del Padre.