La Hna. María Ferrández Palencia, OP, de la Congregación Romana de Santo Domingo, ayuda a profundizar en el Evangelio de hoy.
Si en la primera lectura se nos dice cuál es el ayuno que Dios quiere de nosotros, en el Evangelio, una pregunta a Jesús por parte de los discípulos de Juan, nos ayuda a entender este ayuno como preparación a la experiencia de la Pascua.
Los discípulos de Juan juzgan a los discípulos de Jesús por no practicar el ayuno. Jesús les responde de una manera desconcertante. “¿Pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?(…) Llegarán día en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.”
Jesús trastoca la lógica de los discípulos de Juan, que coincide en este tema con la de los fariseos, para colocarnos en lo que es esencial: Cristo nos trae la Vida, la Salvación; Su presencia disipa nuestra tristeza, desesperanza, nuestros miedos y es motivo de alegría, compartir fraterno; de celebración.
Sin embargo, es cierto que esta presencia, a menudo, se nos da velada, oculta, como la semilla en medio de la tierra. Y junto a ese “ya” de Vida que está presente en la semilla, descubrimos un “todavía” de espera, del que lo opaco de nuestro mundo y de nosotros mismos, no hacen tan conscientes. Y es en esta perspectiva de la espera donde encuentra su sentido el ayuno.
Nuestra espera “del esposo”, es en definitiva la espera de un mundo diferente, en que verdaderamente el proyecto de Dios se haga plenamente realidad. Ayunamos porque hay algo por venir, algo que necesitamos y deseamos que llegue pronto, ayunamos para ser más conscientes de que de una u otra forma nuestra vida a veces oscurece la fraternidad que soñamos, la tiñe de heridas, de dolor; ayunamos, para solidarizarnos con el dolor de quienes ayunan de tantas cosas, cada día, forzados por el hambre, la guerra, la soledad, la enfermedad. Ayunamos para, tocando nuestra vulnerabilidad, volver al corazón y dejar que Dios nos hable y nos cambie por dentro para hacernos más humanos.
Ayunamos para aprender a estar en vela y despiertos a los acontecimientos a través de los cuales Dios está viniendo constantemente a nuestras vidas. Ayunamos, no para sentirnos mejores que los demás, sino al contrario para salir de nuestra autosuficiencia, para cultivar el agradecimiento porque en medio de nuestra fragilidad Dios nos regala tanta ternura y para abrirnos al compartir, con otros y otras, aquello que gratis hemos recibido.
¿Con qué sentido quiero vivir este tiempo mi ayuno?
Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo