V domingo del Tiempo Ordinario
Jesús sigue su actividad evangelizadora, anunciando el Reino de Dios y curando a los necesitados. El evangelista Marcos nos presenta la curación de un leproso. Estas personas eran abandonadas por la sociedad de su tiempo. Ya hemos escuchado en la primera lectura que la legislación para ellos era muy dura. Es verdad que, para defender a la sociedad de una contaminación mayor, se abandonaba a su suerte a estos enfermos. Esto parece que no ha perdido furor, ya que en nuestro tiempo también seguimos abandonando a muchos, nos conformamos con llamarles «los marginados», los que el Papa Francisco señalaba en uno de los encuentros con los grupos populares, me refiero a los sin techo, sin trabajo y sin tierra. Pero, no debemos sacar de este grupo a los enfermos, los ancianos, los pobres, los inmigrantes. Los humanos somos así, evitamos todo lo que nos molesta, lo que nos complica la vida, lo que nos hace vivir la cruz de cerca y preferimos todo aquello que no crea problemas. La cuestión es que todavía no hemos sido capaces de superar las barreras que hemos creado con el tiempo y desgraciadamente todavía existen «leprosos», «impuros», por nuestras calles que viven una vida muy dura.
Jesús nos ha abierto el camino a una manera de hacer las cosas con amor, nos ha enseñado a superar esa legislación fría de antes por una forma nueva, la del amor, la comprensión y la ayuda. ¿Nos preguntamos cómo tratamos a los enfermos que tenemos, familiares o conocidos, a los pobres que encontramos en la calle o a los marginados de mil maneras? ¿Nos conformamos con el hecho de que exista Cáritas o Jesús Abandonado, pero nos mantenemos con los brazos cruzados?
Hoy es una oportunidad para fijarse en nuestro Señor Jesucristo, en su naturalidad y cercanía, para saber estar atento a todos, en especial a estos hermanos que no han tenido las mismas oportunidades que has tenido tú. Jesús atendió a todos los que arrinconó la sociedad. Como dice el Catecismo: «La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y de que el Reino de Dios está muy cerca… Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: estuve enfermo y me visitasteis» (Catecismo 1503).
La curación que llevaba adelante Jesús fue y sigue siendo muy honda, porque era y es fruto de su amor y no se conformó con limpiar la lepra, devolver la salud del cuerpo o la vista a los ciegos, porque todos sabemos cómo lo primero que quería era liberarles del pecado, una limpieza más profunda, una luz más grande que la de sus ojos, un agua más saciante que la del pozo, una liberación más total que la de su enfermedad. Es indudable que Jesús curaba, pero lo que le importaba a él era prepararles el ánimo para que aceptaran la Palabra de Dios y descubrieran que el Padre les daba más de lo que se podían imaginar, les devolvía la paz, la calma, la tranquilidad de espíritu y la vida. La Iglesia quiere transmitir a todos, siguiendo el ejemplo de su Señor, la verdadera salud, la integral, la espiritual. Por eso facilita la participación en los sacramentos como la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de los Enfermos, en la que la gracia del Espíritu da fuerzas para los momentos de la enfermedad.
Excmo. y Rvdmo. Mons. José Manuel Lorca Planes
Obispo Diócesis de Cartagena