A esta fiesta de hoy nuestros hermanos ortodoxos la llaman el “Día del Encuentro”. ¡Qué necesitados estamos de encuentros! Viendo la Catedral repleta de caras conocidas, de religiosas y religiosos, de seglares, hermanos y hermanas… se me alegra el corazón. Como dice el salmo 133: “¡Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos!”. Hoy nosotros, en nuestra Iglesia Madre, estamos convocados para celebrar la Presentación del Señor en el Templo y la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, cuyo lema nos recuerda: “Aquí estoy Señor, hágase tu voluntad”
Hoy nosotros valoramos y agradecemos el don de la vida consagrada tal y como el Espíritu la va suscitando en la Iglesia de cada tiempo y de cada lugar, especialmente damos gracias a Dios por las más de 40 comunidades de vida consagrada en nuestra iglesia de Almería.
En mi tarea de formador de sacerdotes, de acompañante de jóvenes, de párroco y de obispo he tenido y tengo un fuerte empeño por “ser comunidad”, es el ideal que nace del mismo corazón de Cristo, como lo descubrimos en todas sus enseñanzas en sus hechos y en su vida. Vemos cómo va conduciendo a sus discípulos, por lo tanto, también a nosotros, hacia la vida comunitaria. Estoy convencido que es la esencia de su mensaje: “Que todos sean uno, como tú y yo Padre somos uno”.
Evidentemente este camino comunitario no nace solo de una mera actitud piadosa, o de unos proyectos personales, de unas programaciones o tácticas estratégicas de un grupo. Nace del conocimiento efectivo y afectivo de Cristo. Nace de un anhelo profundo por conocer y seguir la voluntad del Señor, que nos pide que seamos una comunidad: orante, peregrina, samaritana y apostólica.
El “aquí estoy”, de nuestro lema, no es un deseo repentino, un impulso inconsciente, o un arrebato espiritual mañanero, es FIDELIDAD y PERMANENCIA. Lo hemos escuchado en el evangelio de hoy, contemplando la espera persistente de Ana y de Simeón. Muchas noches, muchos días en espera. Solo se espera cuando se cree, de espera viene la palabra esperanza.
Aunque el encuentro es en el Templo, Jesús, desde el principio, se deja querer por la gente sencilla que no tiene prejuicios, que no envidia los dones de los grandes, sino que, al contrario, le buscan para poder tocarlo, para mantener la confianza, pues veían en Jesús a quien podía devolverles la esperanza. Esta es la cuestión devolver la esperanza, esperanza que no poseemos ni nosotros ni nuestras acciones, sino que viene del mismo Cristo y todos nosotros somos sus testigos, su comunidad apostólica.
Todas las mañanas, desde hace ya muchos años, (como me dijo mi párroco que hiciera, cuando yo era un adolescente) al levantarme digo: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. A veces me arrepiento, sobre todo si pienso en mí mismo.
¿O es que en nuestros itinerarios personales no hay bastantes momentos de pensar en uno mismo, haciendo un camino que no nos lleva a nada, hasta que no se ha producido un verdadero encuentro con Aquel que nos ama? A veces nos cuesta aprender de Jesús y eso que todos los días rezamos en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad”. A veces a personas más o menos jóvenes que están al borde de la muerte les recuerdo la oración del Señor que tanto hemos rezado.
Vuelvo a la jornada que celebramos. Somos vidas consagradas: ¿consagradas a qué? No, mejor dicho: ¿consagradas a quién?
Sin el encuentro con Cristo, nuestra vida se agota en nosotros mismos. Sin el encuentro con Cristo nos agotan los consejos evangélicos, nos agota la vida comunitaria, nos agota el servicio callado, nos agotan los pobres… se nos agotan los caminos de esperanza, para ellos y para nosotros.
Cada una de vosotras, cada uno de vosotros… cada uno de los que ahora rodeamos el altar, mirémonos al corazón: no estamos aún en ese camino de vuelta: no lo digo peyorativamente. Me refiero a las que, yendo al sepulcro, con los ungüentos, se encontraron con el resucitado. Me refiero a aquellos que alertados por las mujeres encontraron el se-pulcro vacío y creyeron. Me refiero a aquellos que camino de Emaús les ardía el corazón. Este es nuestro camino de vuelta, a la comunidad congregada, camino como el de ellos: exultantes de gozo, de ilusión, de ansias de dar testimonio, de arder el corazón, de esperanza, de Vida, con mayúsculas, … Si no es así nuestros caminos serán de amargura, lamentaciones y quejas.
Sólo desde el encuentro, con Aquel que nos ama, consideraremos todo basura comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, como decía san Pablo.
Hoy que nos hemos acompañado en procesión por el claustro con las candelas, expongámonos a la Luz de Cristo, entonces nuestros caminos de entrega, nuestra vivencia de los consejos evangélicos, nuestra vida de bautizados y consagrados tendrá sentido, porque no nos anunciamos a nosotros mismos, sino a Cristo, de palabra y de obra con toda nuestra existencia.
Gracias, queridas comunidades de vida consagrada, por estar aquí, en nuestra y vuestra diócesis.
Como Ana y Simeón, cada una de las personas que buscáis el anhelo comunitario sois un signo profético en medio de nuestro pueblo. Con vuestra existencia nos decís que otra manera de vivir es posible.
Sois signo profético porque acompañáis en el peregrinaje al pueblo que camina: poniendo atención a sus pasos, aliviando cualquier tipo de sed, acompañando en las fatigas, descansando en el oasis de los gozos, manteniendo sus pasos en la espera y en la esperanza.
Sois signo profético porque sois lazos de unión para nuestras individualidades, porque habéis nacido para socorrer, aliviar, acompañar, es-cuchar, educar, curar… Icono de una Iglesia Samaritana, que se aproxima, mira con misericordia, cura las heridas, en aquellos que yacen en las cunetas de la vida. Vuestra vida profética es un dedo en la “soberbia herida” de los que pasamos de largo.
Y permanecéis de rodillas ante el Señor de la Ternura, porque si no como ibais a sosteneros de rodillas ante la persona que sufre por cualquier causa, de rodillas para poderle levantar y colmarle de abrazos, de besos, de cariño, de AMOR.
Hoy la Iglesia de Almería rezamos por vuestras comunidades, por cada uno de los que formáis vuestros equipos de campaña, para que permanezcáis y crezcáis entre nosotros, pues os necesitamos.
¡Ánimo y Adelante!
+ Antonio, vuestro obispo
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