IV domingo del Tiempo Ordinario
El Tiempo Ordinario es un periodo del año que nos hace vivir de un modo sereno toda la tarea evangelizadora de Jesús en medio de nosotros y la liturgia va ofreciendo el camino para encontrarse con el Señor y alimentar nuestra vida de fe… La figura de Cristo que aparece este domingo en el evangelio sigue siendo la del profeta que nos ilumina el camino con su Buena Noticia y nos invita a seguir el estilo de su Evangelio. Ha predicado toda la jornada en un pueblo, y le buscan para que siga haciéndolo al día siguiente: intuyen que en él tienen al verdadero Maestro. Pero él prefiere ir a predicar a otros pueblos y aldeas: «Para eso he venido… y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios».
En el evangelio de esta semana se destacan tres centros de interés a nuestra consideración: los signos, la oración y la predicación de Jesús. En cuanto a los signos que hacía el Señor, tienen una especial consideración, los milagros, sean de sanación o de otra índole; el lugar que reserva a la oración junto a una dedicación intensa al trabajo, admiró a sus contemporáneos y a nosotros, con toda seguridad: «Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar». Un ejemplo para que también los cristianos de hoy –pastores o no– sepamos conjugar la entrega a los demás con momentos de oración comunitaria y personal. Dentro de la sencillez, el Señor actúa con autoridad, mediante un gesto, un signo, con su sola palabra o en silencio, pero el resultado es la curación, la sanación o la liberación. El interés del Señor es que todos conozcan al Padre, que vean que la salvación viene solo de Dios. No es extraño que todos quisieran buscarle.
Cristo aparece como el que cura, el médico que libera de diversos males a las personas con las que se encuentra. El evangelista Marcos presenta a Cristo como el médico que sana las dolencias de todo tipo del género humano. Es, por tanto, la respuesta de Dios al mal que padece la humanidad. Cura a la suegra de Pedro, libera a muchos enfermos de diversos males y expulsa demonios. Enfermedades del cuerpo y del alma, como las que tenemos nosotros también en nuestra generación.
¿Por qué no se busca hoy al Señor con la misma necesidad de estos hombres? Por la falta de fe, sin duda. Jesús está con nosotros, entre nosotros, hoy, con la misma voluntad, con el mismo poder, con la misma bondad, con el mismo amor. Me pregunto si lo tenemos tan cerca del corazón, si lo sentimos cerca de nosotros… Entonces, es que necesitamos hacer ejercicio, sí, el ejercicio de la oración, de ponernos a la escucha de Dios, hasta poder decir, como el beato Carlos de Foucauld: «Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias… Te confío mi alma, te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito darme, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre». Entonces, no necesitaremos que nadie nos recuerde que hemos de predicar la bondad de Dios, porque tendremos necesidad de decirlo.
Nuestra conclusión es clara, que Dios nos ama de verdad; que amar como Dios nos ama es romper los esquemas, es salir de tus intereses, es abrir tu vida a todos, con un corazón universal, incluso a aceptar la cruz y el sufrimiento.
Excmo. y Rvdmo. Mons. José Manue Lorca Planes | Obispo Diócesis de Cartagena