Han ocurrido muchas cosas al mismo tiempo en la persona de Jesús: su bautismo en el río Jordán y su retiro en el desierto. Ambos hechos han ido provocando un cambio en su vida y lo han ido llevando a tomar una determinación que se ve apresurada e influenciada con la noticia de la detención y arresto de Juan el Bautista.
Este momento crítico en vez de acobardar a Jesús, se convierte en un fuerte acicate que le hace tomar el relevo e iniciar esa nueva etapa de su vida que consistirá en darse a conocer al mismo tiempo que anunciar el Reino de Dios.
Desde el inicio de su misión, teniendo como ejemplo a Juan, Jesús va a entender lo arriesgado que va a suponer su tarea encomendada por el Padre, ya que a partir de ahora va a vivir las tensiones que su mensaje y actuaciones van a provocar a nivel religioso, político y social, hasta poner en riesgo su propia vida.
El evangelista nos sitúa a Jesús en un escenario, Galilea, que es muy distinto del escenario en donde Juan el Bautista ha realizado su misión profética, Judea, centro religioso y político. Esto viene a marcar la diferencia entre ambos personajes y va a dejar claro que Jesús no es una continuidad de Juan sino el inicio de algo nuevo.
Jesús va a desarrollar su ministerio de mensajero del Reino de Dios en la región de Galilea, tierra de creyentes poco ortodoxos que se mezclan con paganos, lugar de marginación e inferior a Judea. Y es aquí donde Jesús desde el principio nos muestra su preferencia por los alejados y los que viven en las periferias de la sociedad, los más pequeños y débiles.
Marcos nos presenta a Jesús como el Maestro de un grupo de discípulos que él ha elegido y a los que ha invitado a seguirle. Se trata de un grupo de pescadores, gente inculta y que prometen poco por no ser los mejores en ninguno de los sentidos. Pero ellos, seducidos por el Señor, dejan sus pertenencias, sus trabajos, sus familias, su mundo… para unirse a quien será para ellos ese tesoro soñado por descubrir día a día: el Hijo de Dios.
Emilio J. Fernández, sacerdote