Lecturas: 2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16. El reino de David se mantendrá́ siempre firme ante el Señor. Sal 88. R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor. Rom 16, 25-27. El misterio mantenido en secreto durante siglos eternos ha sido manifestado ahora. Lc 1, 26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
Es el último domingo de Adviento y también su último día. La última semana de este tiempo litúrgico sólo va a durar unas horas. La liturgia vuelve a jugar con el tiempo para devolvérnoslo fértil y generoso. Es una celebración que no puede difuminarse ante la inminente celebración de la Navidad. Debemos respetar su naturaleza litúrgica y su invitación al Misterio. Es un domingo que suele fijar su atención en la figura de la Virgen María. El Evangelio que proclama la Iglesia es el mismo que el que acogimos en la festividad de la Inmaculada. Podemos engalanar cada Palabra, no obstante, con una mirada impaciente e infantil que rebusque en los bolsillos del corazón, las ofrendas que vamos a llevar esta noche a quien esperamos…a quien nos espera.
El relato evangélico se constituye en unos de los de mayor belleza por su delicadeza y hondura teológica. Es sin duda uno de los pasajes centrales del Nuevo Testamento. No puede por lo tanto pasar desapercibido y es una invitación constante a acudir a él con frecuencia. Dios orienta los caminos de la historia sin distorsionarlos ni aplastarlos. Actúa de forma decisiva con María, respetando su libertad. Todo el futuro del universo comprimido en un diálogo. Futuro y fruto se funden en una esperanza para el Adviento de los hombres: Jesús. Frente a la impaciencia de los mortales, la paciencia de Dios. Aguarda una respuesta y se alegra por la forma en la que María pronuncia la palabra. No es muy larga, laboriosa o compleja. Su significado no se encuentra en diccionarios especializados. No es un discurso brillante, aunque brilla como ninguna estrella soñó jamás. Es tan rápida su pronunciación que hay que estar muy atento al brevísimo chasquido que rompe el aire.
Cuando María dice ¡SI! La humanidad entera se abre al misterio de Dios. La liturgia amplifica su sonido y significado, para que aprendamos también a decir otro “si”, muchos “si” al pequeño de Belén, al Crucificado, al Resucitado. Ella no puso condiciones y en el “contrato” no había letra pequeña. No había motivos para la desconfianza y si había muchos para colaborar con Dios. Dios que se vuelve menesteroso por el bien de los seres humanos, la necesitó de manera singular…también precisa de ti y de mi…de todos.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario