Queridos fieles diocesanos:
En Adviento ponemos nuestros ojos en la noche santa de la Navidad y emprendemos, con esperanza, el camino hacia Belén. Son semanas de preparación para celebrar la incomparable alegría de la presencia del Dios-con-nosotros, pues «tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único, para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
En Adviento hacemos memoria de las dos grandes venidas del Señor: la Encarnación y la Parusía. Vivimos, por tanto, en estas semanas, un tiempo propicio para reavivar en nuestro corazón el deseo y la espera del que viene a nosotros, y que va a venir (cf Ap 1,18). Cierto es que el Niño Dios ya nació en Belén hace veinte siglos, pero vendrá al final del tiempo para «juzgar a vivos y muertos», como recitamos en el Credo. Por eso, el verdadero creyente está siempre vigilante, animado por su íntima esperanza de encontrarse con el Señor.
«A medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a su encuentro!» (Mt 25,6). Este tiempo nos urge a estar vigilantes, atentos. Nos llama a preguntarnos qué será de cada uno de nosotros en la venida del Señor, cuál será nuestra respuesta a su palabra que me pide velar, estar dispuesto, actuando como si Él estuviera a la puerta: porque, de hecho, ¡Él ya está a la puerta!: «Mira que estoy a la puerta y llamo» (Ap 3,20). Adviento es una nueva llamada del Señor. Llama a las puertas de la Iglesia, como fue llamando a las puertas de Belén. Llama a las puertas de tu corazón, como llamó a las puertas de María; quiere nacer de nuevo en ti, en los creyentes, en cada comunidad, en el corazón del mundo.
Porque hay una venida del Señor en el hoy de nuestras vidas; es el Señor que viene con su gracia en cada momento, con su fuerza en cada instante, viene en ayuda nuestra; o, sencillamente, a pedir, a buscar fruto en nuestras vidas. San Bernardo llamaba a este Adviento «la venida intermedia». Dios viene hacia el hombre, pero para poder encontrarlo hay que buscarlo, y, sobre todo, desearlo. «Te encuentra el que te busca», decimos en la liturgia (Plegaria Eucarística IV). Nosotros siempre vamos de camino, y Dios siempre está viniendo a nuestro encuentro. Dios es adviento y nosotros éxodo, pero ambos estamos llamados a encontrarnos.
Adviento es esforzarnos en reconocer que Dios es ciudadano del mundo, que mora en mi interior y camina a mi lado, que cada día se cruza con nosotros, aunque no nos demos cuenta. Adviento es contemplar y acercarnos desde esa intimidad, tan nuestra, al misterio insondable del amor divino y verlo, así, reflejado en tantos rostros de hermanos con cruces muy pesadas, para hacer de cirineos y de samaritanos con los que se encuentran al borde del camino. Adviento es abajarnos, como Dios lo hizo, al hacerse hombre en las entrañas de una Virgen; para nacer donde viven los que no tienen posada o donde reclinar la cabeza. Él bajó a nuestro mundo desde el más alto pedestal y se dignó nacer en una gruta, porque no había sitio para él en la posada (cf Lc 2,7). Sólo, por estos caminos encontramos a Jesús, como un día lo descubrieron y adoraron los Magos, después de largas caminatas, porque buscaron con fe y empeño una nueva luz para su existencia.
En esta época contemplamos la belleza de las calles inundadas de luz, porque el que viene es Luz de Luz, resplandor de la gloria del Padre. Con los villancicos descubrimos la expresión popular de esa alegría desbordante, que brota del misterio de la Navidad, del Niño, de la Madre, de los pastores que se acercan con ofrendas, de los Magos que llegan trayendo regalos. Ahora bien, no debemos dejarnos aturdir ni deslumbrar por todo lo exterior.
En medio de una sociedad que, en ocasiones vive desorientada y confusa, envuelta en la mentira y el engaño, necesitamos agua fresca de verdades, de sentimientos profundos, de ganas de ser de otra manera. Nosotros lo tenemos a nuestro alcance, pues Dios se hizo carne para habitar con nosotros, para iluminar nuestras oscuridades, aunque más de una vez, preferimos mirar para otro lado y apoyarnos en otros “diocesillos”, en vez de intimar con ese Dios que se hace pequeño para engrandecer al hombre. Aún sin saberlo, Jesucristo es el gran esperado por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Él puede darle lo que el corazón humano desea y ansía.
En este tiempo, en el que nuestra Diócesis está inmersa en una profunda transformación que nos acerca a los orígenes, y en el que, de modo particular este curso reflexionamos como Iglesia diocesana sobre el «Primer Anuncio», seamos Navidad para nuestro mundo. Somos conscientes de las necesidades de la gente de nuestra tierra. Y queremos serlo más aún. Nos sentimos llamados, cada vez más, a «pasar a la otra orilla» para hacer nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» (GS 1)[….] Estamos convencidos de que nuestro Señor Jesucristo puede, en su misericordia, sanar todos los corazones y calmar la sed que se esconde en cada entraña humana. Y también de que es él el que nos urge a ser sus testigos y, como a los primeros discípulos, nos envía por delante a los lugares y a los pueblos a donde él quiere ir (ver Lc 10,1). Es Jesús el que salva; es él el que cura los corazones desgarrados y el que, con su esperanza, dibuja una sonrisa en los rostros entristecidos; pero el encargo que nos hizo es que le abramos camino, que posibilitemos su llegada. (Plan de Pastoral 2023 «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5))
Adviento, especialmente, es tiempo de María, tiempo para aprender de su esperanza. Nadie como la Virgen María ha buscado y ha abierto las puertas de su ser a Dios. Ella nos enseña a ser de Dios y a esperar siempre en Él. «La Virgen es ella misma el camino real por el cual ha venido a nosotros el Salvador. Debemos buscar ir hacia nuestro Salvador por el mismo camino por el cual Él ha venido hasta nosotros» (San Bernardo, Sermón de Adviento, 5). Desde la necesidad que tenemos de Jesús y de su salvación, vayamos a Él por medio de ella.
Que María nos obtenga la gracia de un tiempo de Adviento en el que quitemos obstáculos a la venida del Señor a nuestra vida y le demos a Él la llave de nuestra entrega. Vayamos, pues, al encuentro del Señor, sabiendo que viene, y, por ello, viviendo despiertos y preparados, tengamos bien encendida la luz de la esperanza cristiana, y así, seamos capaces de poner su luz en medio de tanta oscuridad.
Con nuestra Madre del cielo, caminamos hacia Belén y le decimos:
«Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús»
(Evangelii Gaudium 288).
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén