Comenzamos el Adviento, “tiempo fuerte” en la liturgia de la Iglesia, que nos prepara a la Navidad. Tiempo de espera y esperanza
San Pablo, en su primera Carta a los corintios, nos indica cuál es el objeto de la “espera”: “La revelación de nuestro Señor”. El apóstol de las gentes nos invita a concentrar la atención en el encuentro con la persona de Jesús. Para un cristiano, lo más importante es el encuentro continuo con el Señor, estar con el Señor. El Señor viene cada día. “Nuestro Dios es un Dios que viene”, nos dice el papa Francisco. Y subraya con fuerza: “Dios es un Dios que viene, viene continuamente. ¡Él no decepciona nuestra espera! El Señor no decepciona nunca”.
Este año, el Adviento se cierne especialmente en los Seminarios españoles, tras el encuentro del Papa con los obispos españoles, el pasado 28 de noviembre. En el horizonte de este encuentro, tres metas hermosas: Primera, “los Seminarios han de formar a personas maduras, libres, capaces de desarrollar una vida plena y una vida social adecuada; segunda, los Seminarios han de formar hombres capaces de generar comunión y sacerdotes que vivan la sinodalidad de la Iglesia; tercera, los Seminarios han de formar sacerdotes misioneros para una Iglesia en salida, hombres muy maduros, enraizados en la persona de Jesucristo, hombres de Dios, pero con los pies en el suelo, amando a Jesucristo y amando esta tierra y a esta gente que toca, crean o no crean”.
“Permaneced vigilantes, porque no sabéis cuándo llegará el momento”, proclama hoy el evangelio. Jesús, dice la Biblia, está a la puerta y llama. Si le abrimos, viviremos un “momento de Dios”.
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