Siempre hemos luchado por ser distintos y originales. Aunque nos cueste reconocerlo, todos hemos sido de adolescentes un poco “hippies”, unos jóvenes revolucionarios que hemos reivindicado ser distintos a nuestros padres, a nuestro pueblo, al grupo al que pertenecemos. Y es cierto, somos diferentes y tenemos derecho a serlo. Somos únicos y esa diversidad le da color al mundo.
Pero, y aquí viene la trampa del ego, es más fácil reclamar la diferencia para nosotros que permitir que los otros lo sean. Podríamos poner mil ejemplos de grupos defensores de admirables causas en todo el espectro del arco político y cultural, que niegan que otras personas puedan sentir y vivir de otra manera distinta a como ellos lo hacen. Al que es “carca” le parece una abominación lo que hacen los progres y a estos “casposo y anticuado” lo que hacen aquellos. En definitiva, nos cuesta (y a veces nos produce dolor) algo tan evidente como que el otro sea otro.
En filosofía, a este reconocimiento del otro como diferente a mí se le denomina ALTERIDAD. Proviene del latín alter e implica aceptar al otro distinto y, a veces, desconocido para mí. Bajando a la vida corriente, eso se traduce en que todos queremos (¿y obligamos?) que a nuestra pareja le guste nuestra serie, nuestro deporte favorito o nuestros amigos del colegio. Y que nuestros hijos sigan los mismos pasos que nosotros transitamos. No cabe duda de que esto de la alteridad nos es tarea sencilla.
Respetar la diferencia no tendría que suponer una amenaza para nuestras ideas y formas de vivir. No tenemos que parecernos todos (MIMETIZACIÓN) ni ser todos iguales (UNIFORMIDAD), sino que podemos ser diferentes y unidos en el amor. A esta tercera vía se le denomina COMUNIÓN. Y esa es la forma en la que vive DIOS TRINIDAD. Ya os acordáis de aquello que estudiábamos en el catecismo: “Tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.
La comunión conlleva respetar las diferencias y ser capaces de no percibirlas como una amenaza. Es una opción para valientes que implica acoger al otro tal cual es, buscar la unidad en lo esencial, respetando las diferencias. Es una tarea apasionante, solo apta para personas maduras emocional y espiritualmente que supone una llamada a caminar juntos sabiendo respetar la originalidad y diferencia de aquel que va a mi lado. Es una común unión de aquellos que se aman libremente sin tener que anular esa maravillosa esencia que hace al otro único. Y como amalgama de todo, el AMOR.
Señor, tu viviste en el seno de tu Padre ese amor universal sin exclusiones. Ese aliento íntimo sin distancias. Ayúdame a tejerme en esos hilos de la humanidad. Cada uno dando un color, una nota distinta. Y así, trenzados por Ti, tejer ese hermoso tapiz que has soñado para el mundo.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
[embedded content]