Es habitual que en los cenobios femeninos encontremos sendos retablos dedicados a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista, ejemplos de la vida activa y la contemplativa respectivamente. Así sucede en Santa Clara, en que los encontramos dispuestos uno frente al otro.
Ambos retablos tienen cronología similar a los de la Inmaculada y San Francisco, presentando igualmente el mismo esquema de retablo tabernáculo con la hornacina principal enmarcada por dos columnas de capitel corintio y rematado por un frontón partido, en este caso recto, en cuyo centro aparece un relieve.
En el muro del lado de la Epístola se sitúa el retablo dedicado a San Juan Bautista, coronado por el relieve que representa el momento del Bautismo de Cristo, obra de 1633 de Francisco de Ocampo quien, con gran sentido pictórico, desarrolla la escena en la que aparecen dos ángeles tras Cristo y una gran palmera junto al Precursor, rematando en la parte superior la paloma del Espíritu Santo entre nubes. La imagen que preside este retablo, obra de Montañés, muestra al primo de Jesús vestido con su característica piel de camello, la cual se reviste de un manto, mientras sostiene en su mano izquierda un libro sobre el que se recuesta un cordero, al cual señala con el dedo índice de su mano derecha (Jn 1, 29). Su mirada nostálgica e intimista, así como el canon de la escultura reflejan un ideal clasicista que anuncia el naturalismo.
El retablo de San Juan Evangelista, en el lado del Evangelio, presenta idéntico esquema, estando decorado con un relieve, obra igualmente de Ocampo, que narra el episodio recogido en la Leyenda Dorada en el que el emperador Domiciano, antes de desterrarlo a la isla de Patmos, mandó echar a San Juan a una tina llena de aceite hirviendo de la que salió milagrosamente ileso. Así, vemos al primo del Señor en el interior de la tina que se coloca sobre unos leños de madera, con el torso desnudo y las manos en actitud de oración, en un paisaje desértico.
La imagen del Evangelista que ocupa la hornacina central, obra de Montañés de entre 1623 y 1625 al igual que la del Precursor, se presenta de pie, con la mirada elevada hacia lo alto, como buscando la inspiración divina para componer el libro del Apocalipsis, el cual sostiene en su mano izquierda, mientras alza con su derecha la pluma dispuesto a escribir. Montañés representa al discípulo amado como un joven de la corte de Felipe IV, con tupé, perilla y bigote. Completa su iconografía el águila que se dispone a sus pies, así como la representación en el fondo de la hornacina del paisaje de la isla de Patmos en cuyo cielo se distingue la Mujer del capítulo 12 del Apocalipsis.
Antonio R. Babío
Delegado diocesano de Patrimonio Cultural
Fotografías de Carlos Roncero Mesa