El profesor de los Centros Teológicos Pedro Leiva Béjar ayuda a profundizar en la lectura del evangelio de este domingo, 12 de marzo, III de Cuaresma.
En el episodio de Jesús con la Samaritana hay una analogía que a veces nos pasa desapercibida. El lenguaje religioso es necesariamente analógico. Dicho sencillamente, una analogía es un recurso que nos permite comprender algo escondido, no evidente a primera vista, algo que sobrepasa nuestro entendimiento, comparándolo con algo sencillo y cotidiano. Pues bien, en este texto, el evangelista Juan no entra directamente a hablarnos del Espíritu que Cristo da, sino que parte de un Jesús que llega al pozo de Jacob cansado del camino.
Cualquiera de nosotros que haya hecho una excursión, especialmente en nuestra tierra, con un clima parecido al de la tierra de Jesús, ha sentido el cansancio y la sed. Al mismo tiempo, todos hemos tenido en esas ocasiones de cansancio y sed la experiencia de alivio y gozo que proporciona el agua fresca de una fuente. Hay que haber pasado sed para valorar la frescura del agua que nos alivia. Y esta experiencia cotidiana de Jesús, y también nuestra, sirve para que pensemos en otro cansancio y otra sed, el cansancio del camino de la vida, y la sed de algo que pueda saciarnos para siempre. Ese algo es el Espíritu que Jesús da, el agua viva que se convierte en fuente que brota para la vida eterna.