El Evangelio de este domingo relata el encuentro de Jesús con la Samaritana. En la vida de toda persona puede repetirse lo vivido junto al pozo de Sicar: reconocer a Dios, que se hace el encontradizo, a través de distintas circunstancias. Sacerdotes, religiosos/as y seglares pueden, además, mediante el acompañamiento, presenciar su acción en la vida de muchos. La Misionera Eucarística de Nazaret Rita María Regaña, de la comunidad de Málaga, actualiza este pasaje desde su experiencia personal. «Este pozo es testigo de encuentro y transformación. Muchas veces me he sentido pozo porque he presenciado cambios de personas rotas en personas nuevas», afirma esta religiosa.
Rita María Regaña es argentina y una de las nazarenas que conforman la comunidad de Málaga. Entre sus tareas está atender la Librería Nazaret, donde reconoce vivir muchas veces experiencias muy cercanas al evangelio de la Samaritana.
«Me he sentido pozo porque he conocido samaritanos. Cuando yo era novicia en Argentina, venía a nuestra casa un joven adicto a la droga. Nos llevaba su comida para que se la cocináramos y siempre nos pedía una bebida típica de allí, mate cocido, para calmar su sed y calentar el cuerpo. Realmente era un sediento de esa bebida, pero lo que más tenía era sed de cariño, de que le prestáramos atención. Muchas veces venia con sus alucinaciones, pero cuando estaba sin la droga podríamos percibir su dolor, el sufrimiento por no ser entendido, por no encontrar un lugar en este mundo. Recientemente, he vivido esa experiencia aquí en la librería cuando un hombre se acercó y nos abrió su vida. Nos compartió el dolor de la muerte de su madre. Le invitamos a subir a la capilla y a entregar ese dolor al Señor, que está en el Sagrario.
El pozo que nos cuenta el Evangelio se ubicaba en Sicar. Yo siento que mi Sicar ahora mismo es la librería, ese lugar en el que tenemos la gracia de estar, y que es lugar de encuentro, pues muchos entran por un detalle de comunión, por ejemplo, y salen invitados a Monte Horeb, a la Jornada Mundial de la Juventud… y lo que se tenga.
De esos encuentros conocimos a María, una madre que viene a menudo con sus gemelas, que fueron separadas de ella por los servicios sociales. María es muy simpática y me cuenta sus “cositas, como ella dice. Me habla de sus deseos de mejorar pero me dice que a veces no se puede y que lo intenta pero cae.
Siempre les digo a María y a sus hijas: “vayan a pasear por ahí, que esta tienda es aburrida”, y ellas me suelen decir: “aquí nos sentimos bien, nos gusta”.
Como decía el Señor nos hace sentirnos pozo, testigos de encuentro, nos hace conocer samaritanos sedientos de agua viva, agua de cariño, de atención y de buenos consejos. También de anuncio. Ana María es una mujer asidua a la librería. Ella conoció a Jesús hace poco, por ello le surgen dudas y es una como una esponjita, atenta a todo. Nos dice que quiere aprender de ese Dios que es amor. Para ella no hay tiempo, solo deseos de conocerlo. Podríamos seguir poniendo nombres e historias que compartir hasta no acabar.
También he sido testigo de no-deseo de búsquedas de personas que, estando en parroquias, viven una vida al margen del Evangelio. Duele verlas cómo viven de cara al público, como escaparates, y por dentro sabes que su vida va por otros derroteros. Duele porque en el vulnerable hay honestidad pero en el que se cree que todo lo tiene resuelto hay vacío, no hay verdad. Tampoco es capaz de dejarse encontrar porque no ve ni desea ver nada nuevo. Ojalá nos sintamos vulnerables, poca cosa y sedientos de Dios y como la samaritana, que fue capaz de tirar el cántaro que no le ayudaba para anunciar ese encuentro que cambió su vida».