Aunque Dios en el Antiguo Testamento tiene palabras en las que invita al amor fraterno por encima del odio y de la venganza, ciertas normas humanas se habían ido imponiendo como la ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”.
Jesús desmonta costumbres y actitudes que atentan y destruyen a la persona al mostrarnos una nueva manera de actuar con aquellos que se convierten en nuestros enemigos y dejan de ser nuestros amigos.
La ley del amor está por encima de todo acto violento con el que podamos hacer justicia, pues el perdón nos ha de mover a ser respetuosos y acogedores incluso con el que no se lo merece.
El amor cristiano escandaliza y descoloca, pero se aprende contemplando el corazón de un Dios que es Padre y que ama a todos sus hijos, pues Él no hace distinciones cuando de amar se trata.
Nuevamente Mateo nos coloca en este relato varias reflexiones y enseñanzas de Jesús que recogen situaciones cotidianas que suceden en la convivencia entre cristianos y en las relaciones familiares, amistosas, etc. Se trata de frases que siempre tienen un frescor novedoso, al mismo tiempo que también resultan incómodas y desconcertantes.
Jesús con esta nueva forma de comportamiento ante los conflictos y enfrentamientos de los unos con los otros, rompe los esquemas humanos y cambia nuestra manera de responder impulsivamente ante aquellos que nos ofenden, nos hacen daño o son una amenaza.
Ante los antiguos preceptos del “ojo por ojo y diente por diente”, “amarás a tu prójimo… y odiarás a tu enemigo”, el Señor impone la ley del amor y del perdón en su línea de siempre de que seamos buenos como lo es nuestro Padre del cielo.
Vivimos en una sociedad competitiva, individualista y desigual, lo que provoca una constante tensión y agresividad, en la que cuesta entender la mansedumbre y el pacifismo, el amor al enemigo y el poner la otra mejilla. Pero de esta manera nos encontramos con el núcleo del Evangelio de Jesús: el amor sin medida. El amor de Dios rompe todas las leyes vengativas porque él nos ama incluso sin merecerlo nosotros. El amor cristiano no puede quedar reservado para nuestro círculo más cercano, los que nos caen bien o los que nos corresponden. Esta nueva forma de amar que nos pide Jesús rompe límites y barreras, abarca incluso a aquellos que no se lo merecen porque son dañinos y ofensivos. Así es como ama Dios, como su Hijo también nos lo mostrará, especialmente en la cruz, y como ha de hacerlo todo el que quiera ser discípulo suyo.
El amor al enemigo no implica introducirlo en la lista de las personas de nuestra confianza, pero sí el respetarlo y acogerlo como persona, como hermano. No desearle ningún mal ni buscar su destrucción. No se trata tampoco de aprobar los comportamientos injustos e inmorales, pero hay que procurar siempre salvar a la persona, ya que el amor cristiano nace de lo profundo del corazón de Dios, que ama a todos, a buenos y malos, a justos e injustos, porque para Él todos somos sus hijos.
Emilio José Fernández, sacerdote
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