En la noche del domingo de Ramos de 1211, cuando contaba con
dieciocho años, Clara de Asís, movida por el deseo de seguir a Jesucristo, se
incorporó en secreto a los Frailes Menores en la pequeña iglesia de la
Porciúncula. Mientras los frailes portaban antorchas, Francisco cortó sus
cabellos y la revistió con un rudo hábito penitencial para que, desde ese
instante, se convirtiera en virgen esposa de Cristo, pobre y humilde,
consagrada por completo a Él.
La pobreza, presente desde los primeros momentos en su vida religiosa,
es un rasgo característico fundamental de la espiritualidad franciscana que
Clara vivió muy intensamente, y, confiada en la Providencia divina, siguió a
Cristo con una entrega radical. Este abandono en el Señor fue para ella, sin
embargo, fuente de la Belleza más sublime: “Mirad los lirios del campo…
ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos” (Lc 12, 27).
Del papa Inocencio III obtuvo el privilegio de no poseer bien alguno. Desde
entonces, innumerables mujeres, como santa Clara y sus primeras
compañeras, se han sentido atraídas por el Amor de Cristo que, en la Belleza
de su divina persona, llena el corazón de bienes imperecederos y las hace
transparentar una belleza que no se marchita.
El carácter sublime de este templo, centro neurálgico del convento de santa
Clara de Sevilla, es expresión plástica de esa Belleza divina que colma los
anhelos más profundos del ser humano. La Iglesia que hoy bendecimos es
preciosa por su arquitectura, por sus dimensiones simbólicas y, sobre todo,
por sus extraordinarias obras de arte, comenzando por sus retablos y
esculturas, obra maestra de Juan Martínez Montañés. El origen se remonta a
1289. Fueron entonces el rey Sancho IV y su esposa María de Molina quienes
implantaron en este lugar, que sería reformado durante los siglos XVI y
XVII, la presencia de la comunidad de Hermanas Menores.
En esta iglesia sevillana, como en la de san Damián de Asís, las monjas
pondrían en práctica la humildad, el espíritu de piedad y penitencia, y la
caridad. El estilo de vida y la entrega de estas mujeres impresionaba a
cuantos las conocían. Su forma de vida se propagaría, y su presencia discreta
llegó a los cinco continentes. Solo dos años después de su muerte, el papa
Alejandro IV declaró santa a Clara de Asís, y subrayó en la bula de
canonización: “Clara, en efecto, se escondía; pero su vida se revelaba a
todos. Clara callaba, pero su fama gritaba”. Este es precisamente el modo de
proceder de la auténtica Belleza divina, capaz de “salvar el mundo”, de transformarlo de modo duradero, introduciendo en él la fuerza que solo el
Amor que inspira el Evangelio puede suscitar.
Es célebre el mensaje que el Crucifijo de la Iglesia de san Damián dirigió
en tres ocasiones a san Francisco de Asís: “Ve, Francisco, repara mi Iglesia
en ruinas”. En un primer momento, Francisco se siente llamado a restaurar
aquel pequeño templo que albergaba la imagen de Cristo crucificado; pero
el encargo contiene un significado más profundo, que apunta a la situación
dramática de la Iglesia de su tiempo. La renovación que la orden franciscana
aportará a la Iglesia, y que supondrá su renovación y embellecimiento,
comienza por una obra tan sencilla como rehabilitar un pequeño edificio en
ruinas. También santa Clara se instala con sus primeras hermanas en la
Iglesia de san Damián, donde los frailes menores habían preparado un
pequeño convento para ellas.
De modo semejante, la restauración de esta Iglesia de Santa Clara, de
Sevilla, significa que, en el corazón de nuestra ciudad, este templo vuelve a
abrir sus puertas para reavivar el ánimo y la confianza de quienes vengan a
encontrarse con el Señor en la oración y la celebración litúrgica, o de quienes
busquen un espacio de silencio y reflexión en el que puedan encontrar
respuestas a sus preguntas más profundas, en el que puedan redescubrir el
sentido último de su vida. Con toda su belleza y esplendor, después de la
rehabilitación, volverá a alentar al espíritu humano para encontrar de nuevo
el camino, para levantar la mirada al horizonte más sublime. Pues la belleza
auténtica que transparenta no es efímera, no es superficial, sino que eleva el
espíritu hacia el encuentro con el Autor de la Belleza.
Quienes acudan a este lugar sagrado tendrán la ocasión de descubrir un
signo visible del Dios invisible, a cuya gloria lo edificaron nuestros
antepasados, movidos por su fe y por su amor a Aquel que es la Luz, la
Verdad, la Bondad y la Belleza. Aquí podrán experimentar que, a pesar de
las dificultades cotidianas y sus oscuridades, habita un esplendor que hace la
vida luminosa y bella, digna de ser vivida; aquí podrán ser sanados
interiormente por una Gracia que procede de Aquel que es el Médico del
alma. La clave de la espiritualidad de santa Clara de Asís, y el rasgo
iconográfico más extendido en sus representaciones, es la Eucaristía. En
Jesús Eucaristía radica el secreto de la Belleza divina a la que se entregó y a
quien Clara y sus compañeras reconocieron como su Riqueza más preciada.
En estos tiempos en que el ser humano a menudo pretende edificar la
propia vida o la vida social de espaldas a Dios, como si Dios no existiera o
no tuviera nada que decir, la bendición y reapertura de este templo contiene un gran significado. Los artistas han sido capaces de crear en nuestra ciudad
este espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al
encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma. Nuestro mundo tiene
necesidad de esa belleza para no perderse en la desesperanza. Necesita de la
hermosura que colma de alegría el corazón, que resiste al deterioro del
tiempo, que une a las generaciones y permite que se encuentren en la
admiración, en la contemplación, en la oración.
Este día es la culminación de una historia de ilusión, de trabajo y
colaboración, que dura un cuarto de siglo. En estos momentos, quisiera
recordar con gratitud a todos y a cada uno de los que han hecho posible el
gozo que nos embarga hoy: los arzobispos y los alcaldes, con sus equipos de
colaboradores; los promotores y los ejecutores de la obra; los arquitectos y
todos los que han trabajado en la misma; en suma, todos aquellos que han
ofrecido, de una u otra forma, su inestimable aportación para hacer posible
la restauración de esta iglesia. En especial, un agradecimiento a las
Hermanas Clarisas por su generosidad. Hoy recogemos todos los trabajos y
los presentamos como ofrenda a Dios en esta Eucaristía, y hacemos nuestras
las palabras de bendición que santa Clara compuso para sus hermanas, que
muestran toda la ternura de su maternidad espiritual: “Os bendigo en vida y
después de mi muerte, como puedo y más de cuanto puedo, con todas las
bendiciones con las que el Padre de las misericordias bendice y bendecirá en
el cielo y en la tierra a su hijos e hijas, y con las que un padre y una madre
espiritual bendicen y bendecirán a sus hijos e hijas espirituales. Amén”. Así
sea.