Cristo es el intérprete definitivo de la ley nueva, al poner de relieve las exigencias profundas de la voluntad de Dios, que Él ha venido a cumplir y dar plenitud «hasta la última letra o tilde». Sin quedarse en las minucias, nos enseña que para pertenecer al «reino» hay que vivir en fidelidad y coherencia total con la voluntad de Dios. La serie de antítesis que se leen en el Evangelio de este domingo son un ejemplo claro de cómo hay que actualizar la voluntad divina para alcanzar la salvación. Jesús pone en primer lugar la necesidad del perdón y del amor fraterno, la reconciliación, la fidelidad a la palabra dada, que son la base y el vértice de la vida de un creyente. Por eso, exige que antes de llevar tu ofrenda al altar debes reconciliarte con tu hermano; sin crear dificultades, ni enemistades, sino habiéndose perdonado, recomponiendo la fraternidad; en cuanto al matrimonio, mantener el respeto y la mutua valoración con una entrega generosa y total, en fidelidad y pureza, en unidad y comunión. Hablando con claridad, que nos va a costar, pero es necesario obedecer al Señor y evitar enojarse con el hermano o enfadarse con él, no despreciarlo. Pero si la debilidad humana te ha llevado a disgustarte con él, debes remediarlo inmediatamente si quieres que tu ofrenda sea agradable a los ojos de Dios.
Después de la lectura de la Palabra de Dios seguro que algo debemos cambiar en nuestra vida, porque cuando no escuchamos la voz de Dios, es urgente tomar postura. Vivir como un cristiano nos lleva a un estilo de vida diferente a lo que se ve hoy en la calle, esto es lo que nos pide el Señor, que seamos como Él. En el libro de la Sabiduría se nos hace una breve síntesis de los que viven sin tener en cuenta a Dios en sus vidas y les llama impíos, pero entre nosotros, no es raro haber escuchado eso de que solo se vive una vez y, por esa razón, lo que se te propone es gozar, poseer, mandar, triunfar, y cuanto más mejor. Y hoy, viene el Señor y nos da un giro impresionante a estos criterios paganos y nos dice: «Dichoso el que camina en la voluntad de Dios». La mayor dicha y felicidad es el amor, el amor que se mantiene fiel hasta que la muerte nos separe, un amor de entrega, de donación total, sin intereses personales.
¡Cuánto nos falta que aprender a todos! ¡Qué necesidad de una verdadera conversión para llegar a saber respetar a todas las personas! Precisamente, en este domingo, la Iglesia celebra la Campaña de Manos Unidas, que vuelve a golpear nuestras conciencias recordándonos el drama de millones de personas que viven en la precariedad, sin lo mínimo para subsistir, los que viven en el hambre, el subdesarrollo y la pobreza de todo tipo. Abramos los ojos a la situación que se ha vivido recientemente en Turquía y en Siria, los muertos y familias destrozadas que ha causado el feroz terremoto, ¿se quedará todo en un lamento o nos preguntaremos cómo podemos ayudar? Detrás de las cifras de la pobreza, del terremoto y del hambre están los rostros de personas que no son «desiguales», pero sí viven el acceso a los bienes de modo muy desigual, y que, en no pocas situaciones, lo tienen vetado. ¡Ojalá escuchemos la voz del Señor!
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena