Aunque hasta el siglo III no hay documentos que atestigüen la existencia de una diócesis exclusivamente urbana en la ciudad de Sevilla, sin embargo, y dada su privilegiada situación en el centro de la Bética, se puede afirmar que la fe en Cristo existió en Sevilla ya en el siglo II, incluso desde finales del I.
En el siglo III y IV la sangre de mártires como Justa y Rufina, el diácono Félix o el obispo de Itálica, Geroncio sería la semilla de un cristianismo que, poco a poco, fue haciendo de Sevilla una de las Iglesias más florecientes de la Península Ibérica. En el siglo VI la diócesis hispalense se consolidará como metropolitana de la Bética. A finales de este siglo y en el siguiente el esplendor de la Iglesia en Sevilla irradiará a todo el mundo cristiano a través de personajes como los arzobispos San Leandro o San Isidoro. El primero tuvo un papel fundamental en la conversión de Recaredo del arrianismo al catolicismo, consolidada en el III Concilio de Toledo que presidió en el año 589. Tanto como después su hermano San Isidoro enriquecieron la liturgia hispano visigótica con himnos y oraciones y manuales litúrgicos. También Leandro e Isidoro compusieron libros de reglas para la vida monástica. Por lo demás ya es sabida la ingente obra de San Isidoro en el orden cultural, siendo conocido como el hombre más sabio de su época. En su pontificado Sevilla floreció en monasterios y funcionó con eficiencia una escuela episcopal para la formación de los clérigos.
Durante los primeros siglos de dominio musulmán la diócesis llevó una vida precaria, no faltando la presencia de arzobispos hasta la invasión almohade de 1145. De este siglo XII hay testimonios de una presencia minoritaria de cristianos que, junto con los judíos, en aquella sociedad islamizada, estaban discriminados de muchas maneras y sujetos a diversas prohibiciones, ya desde un siglo antes bajo el poder de los almorávides. Con la huida del arzobispo el cristianismo desapareció prácticamente de Sevilla hasta que Fernando III el Santo restauró la sede metropolitana de Sevilla a raíz de la conquista de la ciudad el 23 de noviembre de 1248.
Tanto él como su sucesor Alfonso X el Sabio, dotaron materialmente a las parroquias e iglesias del arzobispado para que pudieran cumplir sin agobios su misión apostólica. A lo largo del siglo XIII se fue consolidando la estructuración pastoral de toda la diócesis, comenzando por el Cabildo de la Catedral y siguiendo por las Vicarías que englobaban a las parroquias.
También desde los primeros momentos de la reconquista la Iglesia hispalense se enriqueció espiritualmente con la presencia de monasterios femeninos de cistercienses y franciscanas, así como de conventos de las Órdenes tan en primera línea en la época como dominicos y franciscanos. Y enseguida también comenzaron las asociaciones seglares de cofradías y hospitales que tanta importancia tendrán en el devenir religioso de Sevilla en los siglos siguientes y hasta nuestros días.
Por otra parte la devoción mariana arraigó desde el siglos XIII a través de las imágenes fernandinas de los Reyes, de las Aguas, de la Sede, de Valme o de la Merced. Y sin olvidar tampoco la legación hereditaria recibida de don Alfonso X del libro de los Cantares de los Loores de Santa María.
Todo ello se consolidó o evolucionó a lo largo del s XIV tan marcado por las crisis políticas de Castilla y por las guerras que empobrecieron a la entonces todavía lejana Europa cristiana de la época.
El siglo XV va a marcar el inicio de una época de esplendor de la Iglesia en Sevilla. Un siglo que comienza con la construcción de la nueva Catedral gótica, la «magna hispalensis», como si los sevillanos de aquel tiempo hubieran intuido el papel de Iglesia patriarcal y metropolitana que la providencia le deparó respecto de las primeras iglesias de América, descubierta por Cristóbal Colón al final del mismo siglo, en 1492, y bajo la protección de Ntra. Sra. de la Antigua, que dio título a los primeros templos cristianos del Nuevo Continente.
Al convertirse en el s. XVI y XVII Sevilla en puerto y puerta de América, fue la plataforma desde la que se planteó la evangelización de aquellas tierras. Y con los colonizadores salían del Guadalquivir los misioneros que plantaron allí la Iglesia. Esto hizo que se ampliaran los conventos existentes y que todas las órdenes y nuevas congregaciones de la época vinieran a Sevilla; y que santos como Teresa de Jesús, Juan de Avila, o Vicente Ferrer o el P. Contreras dejaran en la diócesis la impronta de su espiritualidad y de su predicación. Tal profusión de clérigos, monjas o seglares procedentes de toda Europa hizo que Sevilla fuera también un crisol por donde pasara toda la cultura y la religiosidad de la época. Ello fue campo abonado tanto para movimientos de espiritualidad como para desviaciones de la Tradición de la Iglesia, como el luteranismo, que encontró uno de sus focos en el Monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, pronto sofocado por la Inquisición que tanto peso tuvo en la ciudad hasta su final en el s.XIX. Quizás como reacción al protestantismo, que entendía la salvación como fruto de una confianza pasiva en la Cruz de Cristo, se desarrolló mucho entre nosotros a partir de XVI la devoción popular a la Pasión de Cristo entendida como penitencia que comparte, incluso físicamente hasta la sangre , los sufrimientos de Jesús. Los grandes predicadores de la época influyeron en los grandes pintores e imagineros de la Escuela Sevillana del XVI y el XVII que manifestaron al pueblo sencillo a través de sus obras las grandes verdades teológicas de Trento. Muchas de estas imágenes de devoción estaban ligadas a hermandades que, en sus orígenes se fundaron con finalidades de caridad y beneficio de los más pobres, como por ejemplo, los hospitales de Misericordia, entre los que destaca el de la Santa Caridad fundado por el Venerable Miguel de Maraña o el Hospital del Pozo Santo
El siglo XVIII se distinguió por un gran número de clérigos en la archidiócesis, como era cosa general en la época. Muchísimos estaban ordenados a título de patrimonio, por lo que no tenían obligaciones pastorales. Una situación ciertamente decadente como estructura pastoral que poco benefició a la tarea de la Iglesia. Por lo que se refiere a los religiosos en la Archidiócesis hispalense su número era muy alto así en 1757 llegó a haber 213 conventos masculinos con una población de 7235 religiosos. Y por lo que se refiere a las religiosas había 3511 distribuidas en 100 conventos. En cuanto a la religiosidad popular en este siglo se fraguaron o consolidaron muchas prácticas que aún quedan en la diócesis de devoción al Santísimo Sacramento, de procesiones marianas, de ánimas o de los Rosarios públicos. Muchas de estas prácticas fueron difundidas por religiosos de diversas órdenes que influían en el pueblo de modo especial a través de las misiones populares. Y no faltaron en este tiempo fundaciones en favor de los más necesitados como el Beaterio de la Trinidad.
El siglo XIX hará llegar a la Iglesia de Sevilla los aires de la Ilustración y de los consecuentes movimientos de liberación social y política tan marcados en ese tiempo por el materialismo y el ateísmo de los sistemas de pensamiento que tenían su foco en las universidades europeas. La Iglesia de Sevilla conoció las amarguras de la desamortización que tanto influyó en el latifundismo andaluz, causante en gran parte de la miseria en que vivía la mayor parte de la población: campo abonado para que las nuevas ideas anarquistas y marxistas anidaran en mucha gente que veían en ellas la utopía de una vida más digna. Esto hizo que grandes masas de la población se apartara de la Iglesia a la que veían como enemiga de su necesario progreso material. La crisis afectó incluso a la piedad popular llegando a desaparecer o extinguirse muchas hermandades y cofradías.
Dios suscitó en este tiempo en Sevilla testigos santos de una fe que mostraba caminos nuevos de evangelización, como la Madre Dolores Márquez, el P. Tarín, Sor Ángela de la Cruz o el Arzobispo Marcelo Spínola. En los primeros decenios del siglo XX, y de modo especial en los años de la II República los católicos de Sevilla afrontaron con espíritu evangélico las dificultades de una nueva situación político- social en la que la Iglesia sufrió no pocas incomprensiones y malos tratos. Cuando estalló la guerra civil, aunque menos que en otros sitios, no faltaron en la diócesis, quienes fueron asesinados por su condición de sacerdote, religioso o de católico de a pie. Este testimonio no faltó tampoco en las últimas décadas del franquismo cuando, superado el tiempo del nacional catolicismo, ya en el pontificado del Cardenal Bueno Monreal, hubo católicos que, desde su fe, militando o no en Movimientos Apostólicos, pusieron en peligro su libertad individual por lograr una Iglesia libre para evangelizar en una sociedad más libre. La Archidiócesis de Sevilla fue adelantada en algunos aspectos a planteamientos más actuales de la pastoral de las vocaciones, por ejemplo, con la Institución «Obviam Christo» que en gran manera ayudó con su promoción de las vocaciones mayores a solventar la crisis numérica de clero en los años 40 al 60.
El Concilio Vaticano II encontró gran resonancia en Sevilla, sobre todo con la convocatoria y ejecución del Sínodo Hispalense 1973, que supuso la puesta al día de las estructuras y planteamientos pastorales en todos los terrenos. Gracias a este Sínodo se pudieron afrontar mejor los problemas graves de los años setenta, como la secularización y los producidos en los cambios políticos a raíz de la instauración del régimen democrático. La Iglesia de Sevilla afrontó la nueva situación con espíritu de apertura evangélica a la nueva sociedad libre emergente.
Los dos últimos decenios del siglo XX, ya bajo el pontificado del Cardenal Arzobispo D. Carlos Amigo Vallejo, han sido de un intenso cambio social en la sociedad sevillana, que la Iglesia ha ido siguiendo con serenidad pero con preocupación y acción evangelizadora, sobre todo ante las nuevas situaciones de marginación y pobreza, la crisis de fe entre las generaciones más jóvenes, la catequesis, la enseñanza, la educación, los intentos de manipulación reductiva de la religiosidad popular o los retos de las nuevas técnicas de la comunicación.